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ANTE EL ENOJO, UN MURO

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Por Mario Luis Fuentes/ @MarioLFuentes1/@MexicoSocial_

El día 5 de marzo, Palacio Nacional fue “amurallado” en su parte frontal externa. Es difícil recordar una imagen así, al menos en la historia reciente del país. La justificación, parece ser, es el temor de la presidencia de la República, respecto de posibles “actos vandálicos” de los grupos de mujeres que aparentemente habrán de movilizarse el día 8 de marzo en la conmemoración del Día Internacional de la Mujer. Así, el Palacio está ahora bloqueado por un muro.

Debe considerarse al respecto, que ante el legítimo enojo y malestar de millones de mujeres en el país, la respuesta del gobierno federal sea esta agresión innecesaria. Se ha dicho hasta el cansancio: pintar paredes o incluso “agredir” monumentos”, no es un mero acto de vandalismo. Se trata de un acto racional de protesta mediante el que se le recrimina a toda la sociedad que se le da un mayor valor a materia muerta, que a las mujeres vivas y que todos los días están siendo agredidas y violentadas.

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¿Un muro del patriarcado?

Todo esto ocurre en la coyuntura de la nominación de un personaje acusado de violación por cuatro mujeres distintas, como candidato al gobierno del estado de Guerrero, quien ha sido defendido por todos los medios a su alcance, por el titular del Ejecutivo Federal, quien incomprensiblemente, a pesar de sus reiteradas afirmaciones de que “no se mete en las decisiones de su partido”, en realidad actúa como un militante más; lo cual desembocó en la lamentable frase multicitada en numerosos espacios del “ya chole”.

Por eso sorprende que ante la molestia de la inmensa mayoría de las feministas, el presidente de la República decida, no sólo no rectificar, sino subir el nivel de la confrontación; porque la muralla metálica que se instaló frente a lo que literalmente es su casa, constituye de alguna manera también una provocación; es la negación de la posibilidad de diálogo y es una imagen que, por lo que ocurrió a lo largo de los últimos 70 años en diversos países, representa un acto de autoritarismo: frente a la protesta el rechazo tácito del muro.

Es evidente que con una placa metálica no hay diálogo posible, sino el intento de su destrucción; frente a la fuerza del acero, seguramente el lunes estaremos viendo la fuerza humana de la crítica, la protesta y diversas expresiones de enojo, de manifestación del hartazgo, amén del reiterado mensaje de una nueva generación de mujeres que no están dispuestas a aceptar “concesiones” del patriarcado, sino que lo que exigen es precisamente su disolución.

Erigir un muro no ayuda

Por eso sorprende que, a sólo dos días de las posibles marchas que se darán, la presidencia de un paso tan arriesgado como éste; pues las placas metálicas que se colocaron para erigir un muro provisional, las imágenes que circularon en redes de exclusivamente hombres con marros y largos remaches metálicos armándolas, simbólicamente representan precisamente todo aquello que el feminismo de hoy rechaza y repele.

El enojo está justificado, pues en la retórica presidencia, el legítimo reclamo ante los incontables e interminables agravios, se pone en operación adicionalmente una campaña discursiva, que replica el discurso del Ejecutivo, relativo a que se trata de un movimiento ilegítimo, articulado por los intereses “conservadores y de derecha”, el presidente acusa que hay un uso “politiquero” del feminismo y que “los conservadores ahora se presentan como feministas.

Sin descartar que es cierto que hay algunos personajes de un oportunismo evidente, lo cierto es también que hay una decidida incomprensión del Ejecutivo ante esta agenda; la cual no es “una más” que se presenta en el amplio panorama de lo social, sino que constituye uno de los procesos de cambio estructural más relevantes que probablemente habremos de ver en nuestra época.

Una posible retirada de un muro que ofende

A pesar de las críticas que pudiera acarrearle, el presidente está a tiempo de instruir el retiro de esas vallas; y comprender que pintar paredes, quebrar algunos vidrios o “vandalizar” espacios “históricamente sacralizados”, es algo que tiene solución; pero que la agresión sexual a una mujer; que una violación o un feminicidio son hechos irreparables; y que uno solo debe movilizar a todas y todos para garantizar que no habrá de repetirse.

Al contrario de lo anterior, los números son fríamente crueles: los feminicidios no se redujeron sustantivamente entre 2019 y 2020; los delitos sexuales, por el contrario, se incrementaron; lo mismo ocurrió con los delitos “contra la  familia”; y todo esto en medio de una violencia homicida que no cede terreno y bajo la amenaza permanente del crimen organizado a convertido al país en un territorio, ya no salpicado, sino marcado por auténticos ríos de sangre, y tapizado por las horrendas fosas clandestinas, que hoy son recorridas por miles de mujeres, que encabezan la búsqueda, en vida y en muerte y que claman por encontrar a sus familiares para poderles llorar.

No es aceptable, desde esta óptica, que el Palacio Nacional fue “amurallado” de esa manera. Porque no solo se trata de un solo acto que agrede, sino que además, pretende frivolizar al movimiento feminista; presentar a las mujeres que marchen, protesten, vandalicen y también, quienes ejerzan actos de fuerza o violencia, como “títeres” al servicio de grupos interesados en desacreditar al gobierno y al proyecto personal del presidente.

Lo que se juega el 8 de marzo

En esto del 8 de marzo se juega mucho más que una candidatura al gobierno de uno de los tres estados más pobres del país; mucho más que una narrativa respecto de la legitimidad o uso político-electoral de una agenda; se trata de la posibilidad de establecer bases para el entendimiento y la comprensión de que sin igualdad entre mujeres y hombres la democracia mexicana no es tal; y que sin igualdad sustantiva en la garantía y respecto de los derechos humanos, México continuará siendo un país excluyente y discriminatorio de más de la mitad de su población.

No se trata, como ha dicho el titular del Ejecutivo, de “respetar a las mujeres”, como si de lo que se tratara fuese de una especie de “actitud responsable y generosa”; lo que está en juego es el reconocimiento de la plena igualdad y de la constitución de una nueva lógica de organización de todos los espacios de la vida pública y privada; lo cual alcanza desde los roles y papeles en el mundo de las familias, hasta la rearticulación de las esferas laboral, educativa y económica de nuestro país.

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