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CAMPAÑAS POLÍTICAS EN TIEMPOS DE CÓLERA

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Ilustración especial

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Elvira Hernández Carballido

Y un día, en las redes sociales circulan fotos íntimas de una mujer para denigrarla porque es mujer y porque es futura candidata a diputada o presidenta municipal.

Videos de personas teniendo sexo para desacreditar a un político que se ha mostrado crítico ante el sistema de injusticia social que se vive en su entidad.

Llamadas telefónicas de romances clandestinos y prohibidos para exhibir infidelidades que pueden destrozar una carrera política.

Y así, en estos tiempos de cólera, las campañas políticas parecer querer caracterizarse por tener como inspiración la violencia y como estrategia la injuria.

Violencia y comunicación política

La doctora Olga Rodríguez Cruz, profesora investigadora de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, considera que en el área de la comunicación política la violencia ha sido estudiada desde una perspectiva legal que tiene que ver con la libertad de expresión, la regulación de pre y campañas políticas electorales y de gestión en los medios masivos.

La estudiosa cita a teóricos de la comunicación política para quienes la violencia ejercida en este contexto es una violencia consciente, que busca tener un impacto negativo para sus contrincantes pero también lo es para algunos sectores de la sociedad. “No se habla para decir algo, sino para tener cierto efecto negativo sobre los demás”, advierte. Considera que “la violencia explícita o implícita en los spots políticos tiene la intención de violentar a sectores sociales con el propósito, en algunas ocasiones, de inhibir el voto de aquellas personas que todavía no están convencidas a quién darle su sufragio”.

A juicio de la experta, la violencia en la comunicación política es una construcción y un instrumento que tiene una intención específica: “dominar el imaginario colectivo, para ganar la percepción de los electores con el fin de que determinado candidato o partido político se ubique o continúe en situaciones de poder. Esta forma de racionamiento se encubre a través de la frase: La ley lo permite y con ello se da la apariencia de campañas negativas que son justas y equitativas políticamente. En este sentido, hay que cuestionar la permisibilidad de los spots televisivos y de radio violentos que desprestigian la imagen del contendiente con información falsa y, que por lo regular este tipo de promocionales tiene como propósito central dañar la imagen del candidato mejor posicionado”. Rodríguez Cruz enumera las características de la violencia durante las campañas políticas, principalmente:

  1. El uso de la violencia tiene un destinatario, no es para todos los candidatos y la intención es dañar la imagen del adversario con el propósito de que no voten por él.
  2. Por lo regular la violencia se ejerce en las personas más vulnerables. En la política la violencia no es ejercida hacia el o los candidatos más débiles, sino para quién representa una competencia para el candidato.
  3. La violencia explícita se identifica de manera directa a través de las palabras e imágenes.
  4. La violencia implícita, invisible llega a tener consenso y no se perciben como tal. Ésta se manifiesta, por ejemplo, a través del humor para generar simpatía.
  5. Se representan a personas que han sido violentadas por los partidos que gobiernan a través del sometimiento y abuso de poder de los funcionarios.
  6. Los temas son centrales para la activación o desactivación del voto como la apelación al miedo.

¿Quiénes hacen esa guerra sucia?

De acuerdo con Rodríguez Cruz, “en toda campaña política electoral una de las interrogantes a establecer es cuál es el interés del partido político: ganar la elección, posicionarse como la segunda o tercera fuerza política o mantener su registro ante el Instituto Federal Electoral. A partir de esta determinante, ella coincide con otros estudiosos que indican que son los consultores políticos quienes crean estas estrategias. Ellos “realizan dos tipos de diagnóstico, uno contextual de dónde se encuentra ubicado el candidato y el partido político y el otro conocimiento de la percepción y necesidades de los diferentes segmentos sociales, esto con el fin de desarrollar un plan de campaña que busque en su estrategia motivar a ciertos sectores de la sociedad o inhibir el voto ciudadano”. De esta manera, el equipo de campaña interpreta la voluntad del electorado e intentan convencer a los votantes de que comparten su opinión. El objetivo central no es que los votantes cambien sus actitudes ni opiniones sobre los temas, sino conseguir los votos suficientes para que su candidato gane”.

Así, el afán de ganar no pone límites a la ética, confunde la libertad de expresión y se argumenta que como en una guerra, todo se vale. Así, en un análisis hecho por la Doctora Rodríguez Cruz,  demostró que “los promocionales violentos al exponer personajes, temas y situaciones negativas tienen el propósito de que el electorado vote en contra del candidato que es atacado o que no vote, promoviendo con ello la baja participación o la abstención. La violencia explícita en la vida política se representan situaciones que han dañado a la sociedad y generan un ataque directo al contrincante describiendo la imagen del opositor y su trabajo peyorativamente, pretendiendo de esta manera orientar la conclusión del posible votante. Ella ejemplifica cómo en la campaña del 2006 el equipo del candidato panista Felipe Calderón ubicó como el principal contrincante a Andrés Manuel López Obrador, candidato de la Coalición por el Bien de Todos (CPBT). De ahí el tipo de promocionales diseñados de la campaña negativa.

Una estrategia sucia: La injuria

La injuria (sustantivo femenino) desde el insulto, el agravio, la ofensa, tiene la intención de perjudicar, desacreditar, públicamente a la persona, por lo tanto, en cierto sentido, tiene el poder de categorizar, de crear tipos sociales (incluso fisonómicos), de constituir nuevas especies y razas que ponen a la persona injuriada en una situación de vulnerabilidad social. Es un modo de estigmatización que su asimilación acrítica puede llevar al propio estigmatizado a injuriarse a sí mismo.

Las consecuencias en los actos injuriosos reiterados producen y perpetúan la separación entre los «normales» y los «estigmatizados, entre quienes curiosamente encontraremos muchos casos durante las campañas en tiempos de elecciones, donde los partidos políticos ante la impotencia o imposibilidad de convencer con sus propios logros prefieren crear estrategias para desacreditar.

El tipo de injurias que padecen tanto hombres como mujeres en el mundo político se explican y relacionan con los valores prevalecientes y aceptados sobre el lugar que deben guardar mujeres y hombres en la sociedad. Valores culturales que van más allá de los discursos modernos y modernistas. Ideas y creencias que pese a estar en pleno siglo XXI, son vigentes y recicladas hoy con mayor fuerza que nunca porque se les anula o frena para regresarlas a los lugares comunes, asignados y aceptados. En este sentido las injurias puede tener un doble sentido, uno efectivo en su finalidad de acotar la participación de candidatas y candidatos en general, y el otro relativo, porque lejos de acallar o aplacar deben mover a la interpelación, a la argumentación razonada e inteligente, pero no siempre tiene eco social porque la injuria es tal y en tales condiciones en las que se encuentran la mayoría de las mujeres o de los hombres en el ámbito político que los apacigua ante la fuerza social de la desacreditación.

Así se cumple la consigna de la llamada Teoría de la Relevancia respecto de la información que no origina cambios en el contexto, es decir, porque la injuria no encuentra contrapeso generalizado sobre la valía y valor de las/los candidatos en el compromiso social y el pensamiento independiente de sus congéneres, se reduce la réplica de estas mujeres y estos hombres a casos individuales y de una minoría. Por otra parte, refuerza los valores ancestrales sobre las “incapacidades” para moverse en el ámbito público, político y de poder, reitera estereotipos y clichés del ser y hacer de las mujeres y de hombres.

Violencia y discurso en los debates político-electorales

Otro estudio representativo del tema, lo ha hecho Rebeca Domínguez Cortina, Profesora-investigadora de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México

La investigadora ha señalado lo preocupante que resulta “que los medios exploten este tipo de conflictos para generar ventas o elevar el rating, pero que lo más alarmante es que este tipo de violencia observada en estos ejercicios de comunicación política, no sólo se queda en el plano de la interacción entre los candidatos, sino que los ciudadanos son violentados en su derecho a la información”.

La especialista considera que “los ejercicios de comunicación política, durante los periodos electorales podrían encontrar su representación en el debate político-electoral transmitido por televisión al ofrecer la oportunidad de dar a conocer los distintos proyectos a los ciudadanos. No obstante, en México, estos debates se concentran en el enfrentamiento personal y no en la presentación de propuestas. Y, al no obtener la información necesaria para razonar y decidir su voto, el ciudadano queda fuera del espacio y del ejercicio de la comunicación política”.

Ella reconoce que en “la actualidad, los medios de comunicación ocupan un lugar importante en el establecimiento de la agenda; lo que no pasa por ellos, pareciera no existir. Por tal razón, los políticos han debido aprender a utilizarlos en su beneficio. Los medios audiovisuales son uno de los principales canales para difundir mensajes políticos; los desarrollos tecnológicos ofrecen amplias posibilidades de difundir la palabra política; las imágenes pueden apoyar al discurso político otorgándole un significativo poder retórico. Sin embargo, estos avances también generan en los políticos y sus asesores cierta preocupación debido a la permanencia en el tiempo y la posibilidad de reproducción de las intervenciones discursivas de los políticos. Gracias a ello, los políticos están expuestos a una evaluación constante” pero también a un escrutinio latente, a una desacreditación y a una guerra sucia.

Domínguez Cortina realizó una investigación sobre la relación comunicación política y violencia, el análisis se basó en los debates televisados entre candidatos a algún puesto político y de acuerdo con los hallazgos si bien se observa que hubo mayor oportunidad para hacer precisiones sobre las propuestas o criticar las de sus competidores, la central argumentación estaba basada en señalar errores de la trayectoria política de los contrincantes o aspectos de personalidad o, incluso, de la vida privada. De esta manera, llega a “la conclusión de que los debates en realidad no lo son, sólo parecen extensiones de los spots o discursos de campaña, pero con la violencia como estrategia discursiva enfocada en los ataques personales”.

Por ello, la investigadora considera que esta presencia latente de la violencia y la injuria en el ámbito político representan elementos que contribuyen a una espectacularización de la política que provoca en la ciudadanía prestar menos atención a las propuestas y más a las formas de desprestigiar. La grave consecuencia que trae esta situación es que “el ciudadano y la ciudadana no se ven beneficiados y permanecen al margen del ejercicio de la comunicación política, sólo como espectadores del conflicto y del escándalo político, así como de las decisiones que se toman en su nombre. Estas reflexiones nos llevan a pensar que la violencia no sólo se utiliza como estrategia discursiva entre los candidatos, sino que también se ejerce en contra del público, la comunidad ciudadana, a quienes se les denigra a la vez que se coarta su derecho a la información.

La advertencia de Domínguez Cortina debe quedar latente en nuestro compromiso político y nuestras reacciones cuando circule información de índole personal de un personaje del mundo de la política. Esta violencia también se ejerce contra el ciudadano/ciudadana, que –desorganizados- se encuentran indefensos frente a las arbitrariedades de la forma en que se ejerce la comunicación política, no en el sentido de su actividad como receptor, sino como ciudadano/ciudadana que pudiera reclamar a sus políticos por comportarse de esa forma y por gestionar las campañas electorales con recursos públicos de esa forma. La consecuencia debe preocuparnos porque estamos creando “una cultura política basada en el combate y no en la democracia, que entra en conflicto con la promoción de la tolerancia y el respeto por el otro”.

 

 

 

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