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CRÓNICA DE UNA TRAGEDIA HUÉRFANA

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Por: José Saúl Bautista González

Era inevitable, el COVID-19 llegaría a México y nos afectaría como a todo el mundo. Una nueva y, por tanto, desconocida enfermedad altamente contagiosa y mortal en el 5% aproximadamente de los casos que presentan síntomas. No hay generación viva que tenga recuerdo de algo parecido.

Dadas las circunstancias, la aspiración mínima era la de controlar la dispersión del virus y reducir el riesgo de muerte en los pacientes. Salvaguardar vidas prioritariamente.

Para gestionar la pandemia el presidente López nombró al Subsecretario de Salud, Hugo López Gatell quién fue responsable de diseñar la estrategia para afrontar la situación. Al principio su desempeño fue bien recibido porque representaba una voz con la autoridad técnica y científica que ameritaba el caso. En general, el gobierno mexicano se mostraba tranquilo porque “se habían preparado desde enero”, y “no se trataba de una enfermedad grave ni de una situación de emergencia” rezaban carteles de prevención. Pronto sabríamos que se menospreció la epidemia.

Escenas dramáticas de Centroamérica empezaron a circular en redes sociales y el gobierno vacilaba, algunas universidades decidieron suspender clases presenciales, también algunas empresas pararon o disminuyeron la actividad y la presión social obligó a implementar la Jornada Nacional de Sana Distancia, misma que por presiones económicas, derivadas en parte por la falta de apoyos para quedarse en casa, terminó el 30 de mayo pasado propiciando un crecimiento exponencial en los contagios que pasaron de 87 mil casos a los más de 300 mil confirmados a la fecha. En mes y medio, crecieron alrededor de 2.5 veces lo acumulado en los cuatro meses anteriores.

Para el seguimiento de la epidemia se instrumentó el sistema de monitoreo “Centinela”. Resultó que no se conocía el comportamiento de la enfermedad y no se tenía claridad en el factor de expansión que, se dijo, inicialmente era de 8.33 y luego de 11 o 13 y finalmente fue desechado por la propia Secretaría de Salud al abonar más a la confusión que a la claridad.

Una particularidad fue la tardanza para que el Consejo General de Salubridad se instalara y condujera la pandemia. Finalmente hizo lo primero el 19 de marzo, lo segundo nunca ocurrió formalmente, era López Gatell quien drigía todas las acciones como hasta el día de hoy.

Una desestimación costosa fue la de los cubrebocas que en principio no se recomendó como lo hacía la Organización Mundial de la Salud (OMS) y que hoy, ha corregido el Subsecretario López Gatell, sí deben usarse.

Las pruebas de detección del virus también fueron motivo de polémica, a pesar de que la OMS recomendaba “Pruebas, pruebas, pruebas…” el gobierno mexicano decidió por razones desconocidas no aplicarlas en medida suficiente. México aplica solo 5000 pruebas por millón de habitantes y esto nos tiene en la posición 150 a nivel mundial. Sin pruebas suficientes, no hay forma de saber con evidencia como estamos y que hacer para mejorar la gestión.

El 30 de junio, el Dr. José Luis Alomía Zegarra, Director General de Epidemiología haría una declaración espeluznante que pasó casi desapercibida: “Se espera que estos casos formen parte de una inmunidad de rebaño en un futuro próximo”. Ello supondría que el 70% de la población total del país se infecte, o sea 89 millones de mexicanos, se hospitalizaran 13.3 millones y de ellos murieran 3.5 millones. Estamos lejos de ese escenario pero la declaración indica que era ese el sentido de su estrategia.

Hay un sector sacrificado en esta desgracia por falta de equipo de protección: nuestro personal de salud. La vulnerabilidad en que se puso a esta primera línea de combate es inhumana al menos y ello provocó fuertes protestas en diversos hospitales del país. En México, mueren 5 veces más médicos que en China o Reino Unido, el triple que en Perú y el doble que en Brasil según un reporte de la Organización Signos Vitales México.

Un ensayo de la revista Nexos de finales de mayo nos habla del subregistro en el número de muertos. Sólo en la Ciudad de México y con base en las Actas de Defunción se estima que hay entre 3 y 5 más muertos que los reportados oficialmente. Lo que arrojaría los siguientes datos repito, en la CDMX:

Casos confirmados: 3,338

Confirmados + sospechosos: 3,625

Exceso de mortalidad (comparado con otros años): 14,968

“Que no está bien que se compare a México con España o Italia porque tenemos más del doble de habitantes que esos países” dice la retórica oficialista.

México es hoy 1° lugar en índice de letalidad -el número de muertes por COVID-19 divididas entre personas confirmadas con la enfermedad– entre los 20 países más poblados y 3° lugar en muertes por millón de habitantes entre los 20 más poblados del mundo.

Hoy la realidad se impone a toda retórica.  Más de 300 mil casos confirmados, 185 mil personas recuperadas y más de 35 mil muertes son el saldo de esta tragedia huérfana. Huérfana porque luego de culpar a los desobedientes de mensajes confusos, a los obesos e hipertensos, al neoliberalismo, a los medios de comunicación amarillistas, a quienes se enriquecen con la comida chatarra, a los estados y municipios y relegar a estos últimos la gestión de la pandemia en sus territorios, hoy, nadie tiene la culpa.

Sí, los mexicanos somos valemadristas, pero eso también debió ser una variable a considerar.

El gobierno no tiene la culpa de la pandemia, ¡es responsable de su gestión y dimensiones!

El presidente dijo este domingo que la pandemia ha desacelerado, antes “se había aplanado la curva”, “México era modelo mundial” y “ya se veía la luz” habla de otra realidad, palabras.

¿La buena noticia? Hay camas disponibles en los hospitales…

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