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Por: Samuel Cantón Zetina/ Q@SamuelCanton
La obtención de la vacuna contra el COVID-19 es un asunto de vida o muerte.
Tanto, que la ONU calificó a la pandemia como principal amenaza de seguridad para el mundo, e incluso -en la necesidad de concentrar esfuerzos y recursos en su control-, pidió un alto al fuego en los conflictos existentes.
El retraso en su consecución significará miles de decesos más, y pérdidas económicas que a muchos países los llevará a la ruina.
De allí la importancia del intenso trabajo político-diplomático de Marcelo Ebrard para que México cuente rápido con el antivirus (el personal médico será el primero en recibirlo).
De dar frutos su quehacer, habrá adelantado ¡6 meses! el tiempo en que la nación azteca habría tenido la vacuna.
Sobresale el respaldo total que el presidente López Obrador da a la prioridad de acceder sin demora al antídoto (hay $20 mil millones para adquirirlo, anunció él mismo).
Nuestro país está muy cerca de las vacunas en desarrollo, y apenas el sábado, el canciller debió firmar la carta de intención de compra, y entre noviembre y diciembre tocará elegir entre las vacunas aprobadas por los órganos reguladores de los gobiernos, de entre las 18 en curso.
En octubre, está previsto que México participe en la última prueba de la vacuna rusa Sputnik-V con 500 mil voluntarios (según Moscú, ya nos vendió 30 millones de dosis).
Por el lado de la vacuna de Oxford-Zeneca en que participa la fundación Slim -su precio para los hispano parlantes será de 46 a 60 pesos, en México sin costo-, lamentablemente acaba de tener un nuevo tropiezo (tercero).
Se prepara en centros de investigación de Argentina, y aquí se realizará su “armado” final, lo que nos garantiza tenerla primero.
Pero por si no acaba bien, hay muchas otras opciones con laboratorios de Francia, Alemania China, EU y Gran Bretaña.
México superó los 73 mil muertos, y estimaciones de la Universidad de Washington lo vislumbran en enero con ¡41 millones de contagios!
