Inicio Exclusivas ELVIRA VARGAS, PRIMERA REPORTERA MEXICANA

ELVIRA VARGAS, PRIMERA REPORTERA MEXICANA

2205
0

Tiempo de lectura aprox: 4 minutos, 21 segundos

Elvira Hernández Carballido

Don Jesús Silva Herzog la llamó nuestra primera mujer periodista en el sentido auténtico del vocablo. María Luisa “China” Mendoza la calificó como una muchacha atrevida, periodista entre los periodistas. Martha Robles consideró que ella  fue una precursora del periodismo femenino en México. Su nombre fue Elvira Vargas. Ella nació el 28 de diciembre de 1908

Su mismo afán de ganar la noticia, su seriedad al tratar los asuntos políticos y su carácter sincero y expresivo le ganó el absoluto respeto de los demás periodistas. Durante el gobierno cardenista fue la primera periodista que describió la precaria situación de los trabajadores mexicanos en los pozos petroleros y la riqueza de los empresarios extranjeros. Antes y después de la expropiación petrolera hizo una serie de reportajes que más tarde fueron reunidos en un folleto titulado “Lo que vi en la tierra del petróleo” (1938).

En un reportaje dio a conocer la manera en que se le quiso atemorizar y las exigencias externadas por parte de los dueños de las empresas para que se retractara de sus reportajes anteriores, pues a juicio de ellos la reportera había falseado y exagerado sus datos. Al reproducir el diálogo sostenido con uno de los empresarios el carácter y el compromiso periodístico de Elvira Vargas quedaron al descubierto.

  • Señorita Vargas, me dijo, sacando aquella copia que yo ya conocía, usted ha dicho todas estas mentiras en El Nacional de hoy.
  • No me diga… respondí como sorprendida, a ver, enséñeme.
  • Sí, siéntese usted, vamos viendo punto por punto, porque usted tiene que rectificar.

Eran ocho o diez puntos, todos del mismo tenor: que no es cierto que los obreros vivan en chozas, que no es cierto que hay fangos y basura, que no es cierto esto y lo otro y todo; y que en honor de la verdad la reportera escriba desmintiendo su artículo en todas sus partes.

  • Bueno, le dije, ¿qué es en concreto lo que quiere usted?
  • Pues que rectifique en el acto. Allí está el teléfono, puede usarlo.
  • No para eso, señor Long. Ni una sola palabra rectifico. ¿Cree usted que yo estoy jugando?
  • Es que, interrumpió, si usted escribiera de otro modo, la compañía se daría por bien servida.
  • Pues, dije levantándome, diga a su compañía que puede darse por mal servida.

Fueron muchas las exclusivas que ganó. Su misma astucia, experiencia y hasta suerte influyeron en que ganara notas de primera plana. Un ejemplo es la manera en que logró entrar a la habitación donde agonizaba el ex presidente de México Plutarco Elías Calles:

“Yo iba en un automóvil y el chofer me dijo que acababa de dejar a unos señores en el hospital porque Calles estaba muriendo, le pedí que me llevara inmediatamente. Cuando llegué, claro, no me dejaron entrar, conseguí con un político colarme como su secretaria. Los pasillos estaban repletos de gente importante. Me fui separando para seguir a un amigo que me prometió indicarme dónde era el cuarto del caudillo, cuando lo supe me metí, así como así…, allí estaba él… traía una pijama rosa… su cara pálida, demacrada, desmentía la fuerza indomable del hombre fuerte de México… lo rodeaban gladiolas en los burós… sobre su pecho una mancha de agua sangre enchinaba el cuero… de pronto se abrió la puerta y entró la familia. Calles había muerto.”

La muchacha atrevida no se dejó llevar por el sentimentalismo, característica tradicional asignada a las mujeres, sino que mostró autodisciplina y profesionalismo, fue en busca del suceso noticioso y lo encontró, a esto se le llama olfato periodístico, por eso fue una reportera en todo el significado del término.

El 5 de diciembre de 1935 publicó la noticia de lo acontecido en un pueblo de Jalisco, cerca de doscientas personas, a las que ella calificó de “fanáticos”, persiguieron, torturaron y dieron muerte a un grupo de profesores, tanto hombres como mujeres, que se habían unido al apostolado de Vasconcelos de difundir la educación por todo el país. Sensible a la condición femenina dio voz a varias maestras, aspecto que sus compañeros de oficio no tocaron en caso de reportear el mismo suceso:

María Guadalupe de la Garza, maestra rural en San Jerónimo, Ayo el Chico, Jalisco, modestamente vestida, la cabeza cubierta con un chal negro, aun impotente para contener las lágrimas nos dijo:

  • Mi hermana María Elena y yo fuimos víctimas de doscientos bandoleros que atacaron nuestra casa, la que defendimos hasta el último momento; pero al fin, durante la noche, nos sacaron y golpeándonos siempre, diciéndonos que éramos ateas, con tratos con el diablo, nos llevaron al monte. Mi hermana estaba a punto de ser madre. En medio de la oscuridad y bajo la lluvia, en una noche que no olvidaré nunca, fuimos atropelladas por varios individuos. Después de habernos golpeado y humillado tanto, el jefe de la banda ordenó a cuatro individuos que nos fusilaran. La oscuridad me protegió y pude correr entre la yerba, herida, hasta unos surcos y taparme con tierra. Mi hermana Elena, a punto de dar a luz, pereció asesinada y cuando encontramos el cadáver, la habían abierto desde el pecho hasta el vientre en forma de cruz y la habían mutilado horriblemente.

María Guadalupe no puede, cuando relata estos hechos, contener los sollozos. Alrededor de ella, un grupo de periodistas y de maestros rurales sentimos la tragedia viva de estos apóstoles de la revolución.

Otra exclusiva noticiosa que trabajó esta periodista mexicana fue la situación de los petroleros en Veracruz. Recorrió el campamento e investigó los antecedentes del mismo, su situación financiera, sus ganancias y las comparó con el sueldo de los trabajadores. Le dio voz tanto a ellos como a los dueños y confrontaba declaraciones.

En ciertas escenas de sus reportajes Elvira Vargas no perdió de vista a las mujeres. Su sensibilidad hacia la condición quedó al descubierto en cada texto que abordó la vida de las comunidades en los pozos petroleros.

En Cacalilao Cuatro, otro campo, otro infierno. Un grupo de más de doscientas mujeres se acercó a mí:

  • Nuestros hijos ya no son admitidos en la escuela de la compañía porque corrieron a nuestros maridos del trabajo por haberse sindicalizado. Cuando los muchachitos se acercan a la reja del campo, los guardias los detienen con la punta de las bayonetas

Desarrapadas, sucias, con el hambre dibujada en los rostros amarillentos y flacos, las mujeres de Cacalilao Cuatro, lloraron. En nuestra conciencia el sentido de la justicia se iba convirtiendo en el sentimiento de odio, un odio profundo.

Hacia unos meses que no tenían medios de sustento porque sus maridos quisieron formar agrupaciones para defenderse. Y junto a esta miseria, en el campo, el mismo panorama: jardines y casas en la colina, abundancia, limpieza, agua; abajo, miseria y mugre.

Después de varios años de seguir la noticia, como reconocimiento a su trayectoria tuvo el placer de tener su propio espacio periodístico, una columna que llamó “Multicosas” que se publicó en “Novedades” a partir de 1953. Sus acertados juicios e interesantes informaciones la convirtieron en una columnista respetado por los lectores y hasta temida por los políticos. Se cuenta que varias veces fue amenazada y ella respondía con toda serenidad: “Escriba lo que me dijo, fírmelo, me lo envía y yo se le publico con mucho gusto”.

En 1967 murió y ninguno de biógrafos informa acerca de la fecha ni la razón de su muerte. El momento fue recordado así por María Luisa “China” Mendoza:

“Elvira se murió en Coyoacan y los olmos de su jardín y los perros de su vida y los pájaros que alimentó se quedaron un instante compartiendo su muerte que fue lo último que en su generosidad les dejó, un poquito de ella que daba porque sí, frágil y delgada, delante de uno enseñando esa casa que ella misma hizo, su cocina de azulejos, su inmensa sala mexicana demasiado desolada para sitiarla a ella sola, como vivía, como vivió.”

 

Dejar una respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here