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I NEWTON Y LOS GIGANTES

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Por José Luis Ramos Ortigoza

Hoy es mi estreno en esta columna. Muchas gracias por dedicarme unos minutos. Estaré escribiendo para ti cada semana, y en la columna de hoy, quiero platicarte de qué se tratará este espacio.

Hace como veinte años una artista me explicó la importancia del Arte para la humanidad, y me explicó también que su valía se encontraba en mucho, en su calidad de irrepetible. Gracias a sus palabras, entendí la razón de por qué debería enseñarse a diario en las escuelas, igual que hacer letras bonitas, números derechitos, las matemáticas y la gramática, y la ortografía del español.

Su explicación era profunda, pero muy sencilla: “Si Einstein no hubiera propuesto la teoría de la relatividad, alguien más adelante lo hubiera propuesto. Pero si Freddy Mercury no hubiera escrito la Rapsodia, nos hubiéramos privado de ella, todos y para siempre”. Es verdad.

Y es verdad porque pensándolo, el conocimiento racional es un camino casi lineal, si omitimos a un pensador como Einstein los nuevos descubrimientos de la física, y esta línea casi recta de pensamiento, llevarían a otros pensadores al mismo lugar. Lo mismo sucedería con las leyes de Newton, o con los tecnólogos (que no científicos) como Edison o Marconi. Tarde o temprano, otros hubieran llegado a lo mismo, a la misma teoría, a la misma aplicación de un concepto, o al mismo aparato.

Pero eso no sucede en el Arte. El Arte es irrepetible. Representa el espíritu de la humanidad en una época y en un lugar. Sueña sus sueños, Siente su felicidad. Padece sus dolores. Así, si Beethoven no hubiera compuesto la novena, nadie lo hubiera hecho, y la humanidad se hubiera perdido uno de sus mejores sueños, y de los mejormente soñados: el romanticismo musical de las tierras germanas.

Si nos quedamos con esa idea en el pisapapeles, y nos permitimos señalar la siguiente, quiero explicar que somos la nueva generación de la diversidad. Somos la nueva Babilonia, y hemos convertido a Internet en nuestra nueva Alejandría.

En esta diversidad, hemos aprendido a aceptar y tolerar lo alternativo al establishment, a dejar de venerar el orden establecido, reconocemos, apenas,  después de cientos de años, el papel de la mujer (si, milenios segregamos a la mitad de la población humana) Estamos aprendiendo a tolerar (más allá de lo políticamente correcto) al diferente, al diferente de piel, al diferente de preferencia, al diferente de tribu urbana, al discrepante y al divergente.

Y allí está el secreto de la velocidad actual del avance del pensamiento humano. Nuestra ciencia y nuestra tecnología avanzan a un paso, literalmente, inimaginable, lo mismo que la economía y los negocios.

Pero no todo es miel sobre hojuelas. Hemos dejado un ingrediente de la receta de la evolución social a un lado. Si, al Arte.

Recordemos, sólo vivimos otra época así en nuestra historia, hace apenas 2,500 años. El Arte, y el culto a la sapiencia y al conocimiento solo pudo darse en el mediterráneo, donde estaban convergiendo, por comercio o por curiosidad una miríada de culturas y subculturas. La tolerancia a la diversidad permitió que se desarrollara un laboratorio natural del pensamiento y la creatividad.

Pero ese mundo fue muy distinto al nuestro. Porque en su diversidad, jamás desdeñaron el Arte como lo hemos desdeñado hoy.

Nos encontramos ante tal ignorancia del y al Arte, que en este nuevo siglo, hemos erigido en religión a la cultura pop. ¿por qué? Porque para muchos, es el único Arte al que han tenido acceso.

Quiero unir mis dos ideas; y las quiero hilvanar con el hilo de uno de los pensamientos más claros que ha tenido el mundo. Me refiero a Newton, quien  en 1676 acuñó la inmortal frase: “Si he visto más lejos es porque estoy sobre los hombros de gigantes.”

Ya fueran Descartes o Galileo los gigantes que precedieron a Newton, le permitieron subirse a sus hombros y volverse enorme. Le permitieron crear sobre lo ya creado, escribir sobre lo ya escrito, y postular desde lo ya seguro. Y bajo esta receta, Newton volvió gigante a Einstein y a Hawking, y ellos volverán gigantes a los que vengan, y decidan subirse a sus hombros. Para ser Gigante se requiere subir en los viejos gigantes, y contemplar el mundo desde allí.

Bach fue el gigante sobre el que subió Mozart, Rubens sobre el que subió Van Gogh. Shakespeare fue el gigante en cuyos hombros subió Dickens. . .

¿A dónde voy? O mejor dicho, ¿A dónde quiero llevarte, lector? Es simple. Sin conocimiento por el Arte, el pensador actual no mira desde unos altos hombros. Mira desde su tamaño. Mira desde su pequeñez, y no desde ninguna grandeza. Por eso el conocimiento está atomizado. Por eso la opinión se ha vuelto más importante que la razón, por eso estamos repitiendo las recetas del fracaso. Fracaso en la relación que tenemos con nosotros mismos, en la relación que tenemos con los demás y en la relación que tenemos entre todos, y que llamamos sociedad.

Todos quieren leer sobre el hoy, porque el ahora se ha vuelto poderoso como no lo fue nunca antes. Quien lee, quiere la información inmediata, predigerida, servida como se sirve una comida rápida. Quiere leer los encabezados, con el mismo desdén con el que se come una hamburguesa.

Hablando de hamburguesas y de arte, -creo que la cocina debiera reconocerse como una de las bellas artes- Quiero decir que me gusta lo que mi papá llama “Comida Lenta”. Me gusta pensar que es verdad que me caerá mejor y me dará más provecho. Así me gusta escribir. He pedido la oportunidad de escribir una columna de lectura lenta. Que despierte en ti, lector a buscar en esta nueva Alejandría sobre una novela de Dostoyevski, o un cuadro de Rubens, que te haga desear sufrir las desventuras y venturas de Teresa y Tomás de la “Insoportable Levedad del Ser de Kundera, o que te ponga a escuchar el Poema Sinfónico de Sibelius, o Move Over de Janis Joplin.

Quiero que me permitas llegar a ti en esta columna. Una columna de lectura lenta, donde pueda relacionarse lo que pasa hoy, con lo que el Arte nos dejó dicho ayer. Sea en la música, en la pintura, en la poesía o en la novela. Soy un firme creyente de que el arte nos ha dejado un camino de migas de pan para resolver nuestra existencia, nuestra subsistencia y hasta nuestra felicidad.

Quiero pedirte la oportunidad para los dos, la tuya de leer, y la mía de escribir sobre Arte, sin dejar de leer y de escribir sobre los acontecimientos actuales. Y te pido que me creas que podemos hacerlo juntos.

De esto y más se tratará En el Nombre del Arte y debo decirte, sin vanidad, que confío en que puedo convencerte -si tú así lo decides- a subirte en hombros de gigantes, para que cada semana mires más lejos, y siempre desde más alto.

Felizmente, José Luis Ramos Ortigoza.

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