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La lengua suelta y sus (hipotéticas) consecuencias

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Por Gustavo Cortés Campa.

Eran los tiempos de aguda presión contra Richard Nixon y le entraba con gusto al bourbon -o al escocés. no se- y de pronto, en cierto momento algo que trascendió a los medios: «Yo creo que Sirhan (el asesino de Robert Kennedy) es culpable».

Se armó la gorda en Washington y en todos los medios de abogados sonaron las alarmas. El peligro era inminente: los abogados de Sirhan podrían interponer un recurso para anular el juicio. por un principio elemental en un sistema judicial democrático: El hecho de que el jefe del Ejecutivo hubiese emitido un juicio de valor dejaba al acusado sin defensa, es decir, sin juicio justo. Procedería la anulación.

En la Casa Blanca se movieron rápido y fuerte para desmentir el dislate del presidente y la libraron por milímetros.

El caso del doctor Nieto Zermeño, director del Hospital Infantil, podría quedar en ese supuesto.

De acuerdo con su pésima costumbre de no cuidar el mínimo de. digamos, ya no de responsabilidad inherente al cargo, algo que le ha valido gorro de siempre, sino de elemental prudencia, el presidente López Obrador señaló en «la mañanera» al director del Hospital Infantil como el responsable del ocultamiento de los medicamentos para el cáncer en niños. Ninguna sorpresa, esos dislates (eufemismo por un término más preciso) son repetitivos de lunes a viernes y varios en cada día.

Quizá, segundos después, el presidente observó alguna expresión mortificada de algún colaborador o por lo que haya sido, y añadió: «Pero es. únicamente una hipótesis». Alabarda sobre aparejo.

El presidente porfía en esa forma de expresarse porque su numen no fue diseñado para la menor autocrítica, al grado que no repara en posibles consecuencias tanto políticas como jurídicas de sus patanerías.

Pero ya entrados, si no en gastos, sí en «hipótesis», veamos: Supongamos que se hace una investigación «a fondo» de la «responsabilidad» del doctor Nieto Zermeño en la ausencia de fármacos para el cáncer infantil, se le comprueba fehacientemente el ilícito y se turna el caso a, digamos, el juez Padierna.

Y en ese momento, los abogados defensores interponen amparo directo ante la Suprema Corte, donde reclaman «nulidad automática» del juicio, ya que su defendido enfrentó la acusación sin defensa posible, porque estaba sentenciado de antemano ante el pronunciamiento del presidente López Obrador.

Todo un broncón para la Corte.

No se cómo esté el asunto en la jurisprudencia mexicana y recordemos que la Constitución nació y se ha mantenido sin la figura de «presunción de inocencia»

(se incluyó hace muy poco en una ley reglamentaria y ya se hacen planes para eliminarla), pero un amparo en ese sentido puede tener un destino incierto en una Corte con un presidente -Zaldívar Lelo de Larrea- que en los hechos es militante de Morena y con otros ministros de nuevo ingreso que lo son de hecho y de derecho.

¿Negarían el amparo? ¿Lo concederían en contra del, digamos, «criterio» del presidente de la República?

Si lo niegan, el escándalo rebasaría las fronteras del país. Los medios internacionales darían vuelo al servilismo renacido en una Suprema Corte que fue muy severa con los presidentes Fox, Calderón y Peña Nieto.

Se confirmarían los pronósticos de no pocos politólogos y juristas acerca de un retorno a los tiempos autoritarios, por ejemplo, como cuando el Procurador Oscar Flores Sánchez despotricó ante los reporteros: «¡No es posible que Félix Barra salga libre sólo porque hubo fallas en la consignación!»

Eso sucedió cuando el ex secretario de la Reforma Agraria estaba preso acusado de extorsión, y el amparo contra su encarcelamiento estaba a cargo del muy prestigiado jurista Raúl F. Cárdenas. El amparo, obviamente, se negó y nadie dijo “ni pío».

Y como dijo Cicerón:

«¿Quosque tandem, Catilina, abutere patienta nostram?

¿Quam die etiam furor iste tuus nos eludet?

¿Quam ad finem sese enffrenata ictabit audacia?

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