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UNA CRISIS QUE PROFUNDIZÓ A LAS OTRAS

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*La emergencia sanitaria provocada por la aparición del nuevo coronavirus SARS-COV2 puede ser pensada como un evento que alteró el “curso normal” de nuestra sociedades, y que una vez superada la emergencia podremos regresar y retomar lo que “parcialmente se ha suspendido”; o por otro lado, puede verse como una crisis que profundizó a las otras emergencias previas, cuya severidad no estaba siendo apropiadamente dimensionada ni atendida.

Por Mario Luis Fuentes / @MarioLFuentes1

En el ámbito de la salud, los datos del diagnóstico son más que preocupantes; cada año fallecen alrededor de 105 mil personas por diabetes; más de 130 mil por enfermedades del corazón; alrededor de 60 mil por accidentes; casi 40 mil por homicidios y defunciones violentas de intención no determinada; más de 20 mil por enfermedades alcohólicas del hígado y alrededor de otras 30 mil por cánceres asociados al consumo del tabaco y alimentos ultraprocesados y ultracalóricos.

En lo social, la pobreza es uno de los problemas estructurales asociados tanto al bajo crecimiento económico como a las condiciones de precariedad laboral que se han acentuado en los últimos 30 años. Esto nos ha llevado a que únicamente alrededor del 5% de la población ocupada perciba ingresos por arriba de los cinco salarios mínimos; y a que el resultado más evidente sea que hay más de 50 millones de personas que viven en la pobreza.

En el ámbito de los hogares, las condiciones de violencia y desigualdad crecen. La violencia que se ejerce en contra de mujeres, niñas y niños es generalizada; la distribución del trabajo doméstico no remunerado recae mayoritariamente en mujeres y niñas; mientras que prácticamente el 28% tiene jefatura exclusiva femenina.

En el terreno de la violencia social, las tasas de robo, lesiones, homicidios y feminicidios siguen, aunque lentamente, creciendo y alcanzando, para azoro y doble preocupación cada vez más récords impensables hace sólo 10 años, en que la violencia que generaba el crimen organizado era mucho más que intolerable.

En el ámbito de la política, la crisis llega justo cuando el apoyo de la población a la democracia se encontraba en sus niveles más bajos. Nuestras instituciones son aún frágiles y el déficit de ciudadanía se mantiene ahí, mientras que la oposición política al gobierno de la República sigue extraviada, fragmentada y sobre todo anémica en su capacidad de generar propuestas alternativas y viables para construir consensos que nos lleven a un nuevo acuerdo nacional para superar los inmensos dilemas que tenemos enfrente.

Ante la semi-parálisis económica global, se le ha dado un ligero respiro a la crisis climática y ambiental. Signo inequívoco de que el estilo de desarrollo prevalente es inviable y de que estamos obligados a generar nuevas formas de producción, nuevos patrones de consumo y nuevas lógicas de convivencia reconociendo que somos parte, y no amos de nuestro planeta.

Es en este contexto en el que nos golpea la emergencia sanitaria; la cual modifica las variables fundamentales sobre las cuales se diseñó la propuesta de gobierno de la presente administración.

Cuando el virus nos dé tregua -porque habrá de hacerlo en algún momento-, deberíamos estar listos para poner en marcha una nueva generación de consensos; con nuevas reglas de diálogo; con una nueva lógica de respeto a las diferencias y con un ánimo renovado para avanzar, en la pluralidad, hacia la consecución de grandes metas nacionales en beneficio de todas y todos, poniendo por delante a las y los más vulnerables y pobres.

Por esta razón, quienes pensamos desde premisas -que no objetivos y metas fundamentales- distintas a las del Jefe del Estado, debemos insistir en la necesidad de dialogar respetuosamente; de proponer alternativas compatibles con la visión que obtuvo la mayoría en las urnas; y de contribuir a pensar críticamente a nuestra sociedad.

Es tiempo de construir unidad en la pluralidad política y social; es el momento de dialogar y escucharnos respetuosamente; de encontrar puntos de confluencia y reconciliación; porque el país es nuestro patrimonio, pero también y sobre todo, responsabilidad de todas y todos que su presente y su futuro esté garantizado.

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