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ENGRANES DE PODER
Por Víctor González Herrero / @VicGlezHerrero
En tiempos donde la política se parece más a una competencia de declaraciones estridentes que a una construcción de soluciones, hay figuras que desentonan… pero lo hacen para bien. Dentro del equipo de la presidenta Claudia Sheinbaum, destaca Juan Ramón de la Fuente Ramírez, actual secretario de Relaciones Exteriores de México, como uno de esos perfiles que no se imponen por cumplir cuotas, sino por sensatez. Que no buscan reflectores, pero terminan siendo protagonistas siempre. Que no se enredan en el discurso fácil, porque prefieren los puentes bien construidos, al ruido ensordecedor.
Médico cirujano de formación, psiquiatra por vocación y político/diplomático por convicción, De la Fuente ha recorrido una trayectoria poco común en la política mexicana: una mezcla de ciencia, academia, servicio público y diplomacia. Fue rector de la UNAM en una época compleja, sustituyendo a Francisco Barnés después de su desastrosa intentona de reforma que derivó en una huelga universitaria que duró más de 10 meses, y fue justamente su liderazgo mesurado, pero directo, lo que le permitió salir no solo bien librado, sino reforzado en su autoridad moral. Luego, su paso por organismos internacionales, como la representación de nuestro país ante la ONU, le fue dando ese perfil sobrio y dialogante que hoy es más necesario que nunca.
Particularmente hoy, nuestra relación con Estados Unidos está viviendo momentos de tensión. Las amenazas de Donald Trump sobre temas comerciales, arancelarios y migratorios no desaparecen, y la retórica antinmigrante del presidente norteamericano ha resurgido con fuerza en estos primeros meses de su gobierno. En ese contexto, contar con un canciller que entiende que la diplomacia no es solo declarar, sino escuchar, proponer, acordar y defender sin estridencias, es una verdadera ventaja geopolítica.
De la Fuente no necesita ser tendencia en redes sociales para marcar agenda o para posicionar discurso. Su trabajo en Washington ha sido, hasta ahora, discreto pero firme. Ha tejido relaciones con legisladores, cámaras empresariales y organismos multilaterales sin protagonismos. A diferencia de otros perfiles que ocupan cargos diplomáticos como plataformas personales, él entiende que su papel es representar a México, no a sí mismo. Y eso se nota.
Pero no es un improvisado. Su amor por la Psiquiatría le dio sensibilidad sobre el comportamiento humano. Llegó a ser presidente de la Academia Mexicana de Ciencias. Ingresó al servicio público como secretario de Salud, sin pertenecer al partido político que entonces gobernaba. Su trayectoria en la UNAM lo convirtió en un referente del pensamiento crítico. Su trabajo en organismos internacionales lo entrenó en la gestión de intereses múltiples. Y ahora, desde la Cancillería, pone todas esas piezas en juego para que México tenga voz en un tablero global que cada vez es más complejo.
Claro, no se manda solo. La política exterior mexicana responde a líneas trazadas desde el Ejecutivo. Pero sin duda, su estilo marca diferencia. No levanta la voz, pero sabe decir las cosas. No dramatiza, pero tampoco se queda callado. Cuando México fue marginado de ciertas conversaciones hemisféricas, De la Fuente no reaccionó con quejas; se movió con fina diplomacia. Y cuando hubo que tender puentes con sectores económicos estadounidenses preocupados por los posibles cambios en el T-MEC, no fue con discursos incendiarios, sino con argumentos y reuniones bien planeadas. Con estrategia.
Lo que Juan Ramón de la Fuente representa es, en parte, lo que México necesita proyectar en el exterior: un país serio, reflexivo, dispuesto al diálogo, pero firme en la defensa de su soberanía. Su figura política, incluso, ha generado respeto entre actores que suelen ver con recelo a los gobiernos latinoamericanos. Y eso no es casualidad: su historial académico y su distancia con la política partidista le dan una credibilidad que pocos funcionarios tienen.
Hay quienes buscan verlo como un “canciller de transición” o incluso como un perfil que ya cumplió su ciclo. Pero nada más fuera de la realidad. Es un error subestimarlo. De la Fuente entiende perfecto algo que muchos olvidan: la política exterior es, sobre todo, una política de Estado. Y por eso no se puede improvisar, ni puede depender de ocurrencias. Se necesita claridad de rumbo, conocimiento del terreno y temple para navegar los vaivenes geopolíticos. Y eso, hasta ahora, lo ha demostrado con creces.
Acostumbrados a que en la mayoría de gabinetes de gobierno, donde la lealtad se premia por encima del talento, tener a un canciller con estatura propia, con visión internacional y con una trayectoria que habla por él, no solo es una excepción, es una gran noticia. Tal vez no acapare los titulares todos los días. Tal vez no responda con adjetivos a cada ataque. Pero ahí está, haciendo lo que sabe hacer: construir. Y en estos tiempos, eso ya es mucho decir.







