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POR EDUARDO GARCÍA GARCÍA
Para los que usamos el transporte público y solemos caminar de manera cotidiana por las calles de cualquier urbe tan caótica y deshumanizada como la Ciudad de México, resulta fastidioso darnos cuenta lo mal educados, descorteses y bestiales que somos los habitantes de esta ciudad de multitudes. Es lamentable la progresiva pérdida de las formas más elementales de educación y a diario me quedo perplejo al comprobar que poca gente dice “por favor” o “gracias” o “disculpe” al querer sentarse a tu lado o si te dan un empujón en la calle; también es común que los meseros o dependientes de alguna tienda comercial te tuteen en formas nada urbanas: “¿Qué quieres?”, como si los clientes fuéramos una molestia o intrusos.
Pero qué me dicen de otras costumbres reinantes. No sólo es raro que alguien ceda el paso, como automovilista, motero o peatón, sino incluso que te “estreches” mínimamente o te hagas chiquito al cruzarte con el otro, pues de no hacerlo corres el riesgo de ser atropellado, embestido o que prácticamente se te encimen.La semana pasada lo comprobé en la esquina del Eje Central y avenida Juárez, a no hacerme a un lado a propósito, a ver qué sucedía: los que venían de frente me atropellaban valiéndoles madre, no hacían ni el intento de desviarse un milímetro, era como si yo no existiera.Demasiados empujones y mentadas de madre recibí en esos días; entonces volvía a mis rodeos, a bajarme al arrollo o a cruzar en las esquinas, más pruebas fueron innecesarias.
Pues sí, así somos casi todos los chilangos o los ciudadanos de cualquier megalópolis o incluso de ciudades medianas como Pachuca, envueltos en este infierno lleno de aire contaminado, ruido ensordecedor, automóviles, motocicletas, motobicis, scooters, que desbordan las calles, basura por doquier y multitudes sin alma: rudas, incivilizadas, desconsideradas, majaderas. Lo mismo que los chinos tienen fama de escupir a todas horas en público (justa o no, la tienen); bueno, en ese sentido, acá no cantan mal las rancheras muchos chilangos y chilangas. Como sea, la nuestro es maltratar a cualquiera, no pedir permiso, agandallarse, no preguntar si algo molesta, no disculparnos por nada. Y no sólo viene siendo así desde hace muchísimo tiempo, sino que la tendencia va en aumento (cada vez son más comunes los desgreñes entre mujeres por un asiento en el transporte público, en especial en el Metro o el Metrobús). Así llegará un día en que será difícil convivir, o nos lo será a quienes cada vez más parecemos una antigüedad (más rucos, vamos).
También he batallado, como profesor frente a grupo, con adolescentes sin modales, quejosos, flojos, quienes ahora te gritan, te amenazan y te acusan de “obligarles” a aprender algo que no les interesa aprender (les llaman “Generación de Cristal”, háganme el recanijo favor). De mal en peor.
Pero qué me dicen de cuando viajas en el Metro o en el Metrobús, donde ves hordas de personas (de todas las edades y sexos, pero en especial jóvenes) que no dicen palabra alguna, ni preguntan nada. Sentados ahí (generalmente no cediendo el lugar a quien realmente lo necesite) o de pie, solo sacan su dispositivo celular, se colocan sus monstruosos audífonos (entre más grandes mejor), se dan (nos dan) la espalda, fingen que se van evaporando, escuchan música ruidosa y se enfrascan en sus WhatsApp, su Facebook, su Instagram, su Tik tok o en lo que sea, de los que puede no levantar la mirada en lo que dura su trayecto, que puede ser horas (he visto en restaurantes a los miembros de una familia ignorarse entre ellos y embobarse, cada uno, con sus cachivaches inteligentes).
Lo llamativo de estos personajillos es que ni siquiera hagan amago de ofrecer conversación, incluso entre amigos, parejas y acompañantes propios, ni se disculpen por su absoluto desinterés por quien está a su lado y a quien con frecuencia le entorpecen el camino. Y lo peor, creo, es que no son conscientes de su descortesía, es decir, les vale madre o les debe parecer lo más natural del mundo, pues dan por hecho que todos llevamos Smartphones y a que todos nos atrae mucho más intercambiar mensajes vía whatsapp con los ausentes que compartir con quien se halla presente (todo el tiempo se observan parejitas de “enamorados” que prefieren escuchar por separado su propia música o simplemente utilizar su aparatejo, en vez de charlar o cachondear) o leer un libro. La verdadera conversación pertenece al pasado, a quien le interesa.
Los que no llevamos celulares con audífonos en el transporte público o por las calles debemos caminar con ocho ojos, no ya con cuatro. Antes, no era infrecuente reprocharle a alguien que chocaba con nosotros: “¡Fíjese por dónde camina o por dónde conduce!”. Ahora sería improcedente, absurdo y hasta peligroso, porque no se espera que mire nadie. Demasiada gente va absorta en su celular y jamás eleva la vista (incluso hay moteros y automovilistas irresponsables que van escuchando “música” mientras conducen). Les valen gorro los edificios, los parques, las calles peatonales, la inagotable fauna de las ciudades, lo que sucede a su alrededor. Aún más si pisan o embisten a un peatón, así sea un anciano con bastón y paso frágil (que algunos también suelen ser muy agresivos) o una mujer embarazada o con tres criaturas.
Hoy en día andar con el celular o escuchando música en la calle es muy peligroso, pues la delincuencia está cada vez más desatada y violenta. Estás expuesto a ser asaltado (en México se robaron 2.2 millones de celulares en 2024, según un estudio de The Competitive Intelligence Unit (CIU), lo que representó una afectación económica de 10.2 millones de pesos), a ser atropellado o a caerte en un socavón. Estos autómatas humanoides prefieren grabar un concierto musical que disfrutar del concierto en vivo. ¡El colmo!
El problema de la adicción a los celulares es grave. Hasta lo que sé, sólo en China están intentando regular su uso a los niños y adolescentes y han implementado centros de ayuda.
Debo confesar que tanto me encabronan estos zombies modernos sin alma, inconscientes, que hacen las cosas de manera mecánica, sin curiosidad por nada físico, que sólo deseo –al menos momentáneamente- que se estrellen contra un poste mientras se emboban en sus imbecilizantes pantallas. He dicho.
PERLA DE LA SEMANA: “Van a quitar las visas a quienes compart… Viva la raza y métanse mi visa por el culo”, escribió en su cuenta de “X”, Melissa Cornejo, consejera estatal de Morena en Jalisco.
A su vez, en sus redes sociales, Christopher Landau, subsecretario de Estado de Estados Unidos, quien en un acto de cortesía se acababa de reunir con la presidenta Sheinbaum, le respondió a la susodicha: “Yo ahí no puedo meter tu visa, pero sí te puedo informar que personalmente di orden de cancelarla después de ver este vulgar posteo. Y no te ha de sorprender lo que me contestaron: que ni siquiera tienes visa válida para cancelar. Qué fácil hablar de tu desprecio hacia ‘mi visa’ en redes sociales cuando no la tienes. Los que glorifican la violencia y el desafío a las legítimas autoridades y al orden público (‘FUCK ICE’) de ninguna manera son bienvenidos en nuestro país”.
Por supuesto, al enterarse de la respuesta, la Cornejo procedió a eliminar toda la información de sus redes sociales.







