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ENGRANES DE PODER
Por Víctor González Herrero / @VicGlezHerrero
No hablamos del Adán, pareja de Eva del paraíso según la tradición cristiana, sino del Adán que muchos llaman el amigo, el compañero de lucha de AMLO, el notario tabasqueño cuyo nombre antes evocaba lealtad y discreción, y hoy genera ruido, sospechas, controversias que podrían pesar tanto como los elogios. Adán Augusto López Hernández, exgobernador de Tabasco, exsecretario de Gobernación, hoy coordinador de Morena en el Senado, carga con elogios pero también, cada vez más, con un lastre creciente que amenaza con convertirse en carga para el partido y sobretodo para la presidenta Claudia Sheinbaum.
Adán Augusto construyó su historia política en Tabasco, primero como gobernador (2019-2021), luego en cargos federales, siempre cercano al ex presidente López Obrador, siempre operando al filo, al margen de la pregunta incómoda. Uno de esos capítulos incómodos comenzó con Hernán Bermúdez Requena, quien fue su secretario de Seguridad en el Edén tabasqueño y a quien investigaciones de autoridades mexicanas y norteamericanas y acusan de liderar “La Barredora”, una red criminal con presencia en Tabasco. Las acusaciones han obligado a Morena a defender al Senador públicamente, calificando todo como golpeteo político, campañas mediáticas, rumores, pero hasta ahora con pocos elementos judiciales que lo alcanzan directamente.
Ese es el primer problema: la sospecha. En política, la sospecha es moneda pesada. Señalan que Adán Augusto aprobó permisos o favorecimientos para empresas ligadas al entorno de Bermúdez, que como notario autorizó negocios que beneficiaron al hermano del exsecretario, y que se le vincula con empresas de apuestas como Crown City Bets, cuyo dominio aparece ligado a los Bermúdez. Esto no significa aún sentencia, pero pinta un escenario complicado para la narrativa de la transparencia y honestidad en la cuarta transformación.
También está el asunto mediático: circulan versiones de que hay investigaciones abiertas, incluso rumores de que en Estados Unidos lo está observándolo por ese entramado de presuntas empresas fantasma, negocios familiares y relaciones que parecen bordear lo ilegal. Él lo ha negado todo, Sheinbaum ha sido muy cautelosa y lo ha respaldado con reservas — ha dicho que la FGR no ha presentado cargos formales, pero también que “no hay impunidad” si hay delitos que investigar.
Mientras, dentro de Morena se le ve como una figura dual: activo político potente, pero también punto de desgaste si las acusaciones prosperan. Adán mantiene control de espacios clave: la coordinación del grupo parlamentario en el Senado, la presidencia de la Junta de Coordinación Política, su gente cercana ubicándose en Tesorería y Contraloría del Senado; un bloque de poder legislativo, en suma, que le da músculo institucional.
El gasto en imagen tampoco ayuda a despejar dudas. Cuando aspiraba a ser candidato presidencial de Morena, gastó millones de pesos en espectaculares, anuncios en bardas, lonas, publicidad varias, más del doble del límite de gastos de campaña establecido. También reportes indican que recibió recursos de empresas privadas que no aparecían en su declaración patrimonial, lo cual le abrió otro flanco de críticas: ¿de dónde vienen esos recursos? ¿Qué transparencia hay en sus finanzas personales y de campaña?
Para Sheinbaum, situarse al lado de Adán Augusto es una cuestión incómoda: unidad de Morena, lealtad al movimiento de AMLO, pero también riesgo reputacional. Cuando los ojos de la oposición y los medios se fijan en el caso de Bermúdez, exsecretario de Seguridad de Tabasco, lo que se discute ya no es solo si Adán Augusto sabía o no de los delitos, sino si esa cercanía institucional con figuras denunciadas enturbia la idea de gobierno limpio. Sheinbaum ha dicho que se respetarán las investigaciones, pero no puede evitar verse empujada a dar cuentas: ¿qué tanto avaló, ¿qué tanto ignoró, qué tanto hizo desde su conocimiento, en qué tanto participó?
En este momento, Adán Augusto se ha convertido en un lastre que Morena carga aun con cierto orgullo, pero también con incomodidad. El peso de las acusaciones lo convierte en blanco fácil de los adversarios, quienes le piden renuncia, explicaciones, deslindes públicos. Y aunque varios en su mismo partido lo defienden, argumentando que aún no hay acusación formal, la política no espera pruebas concluyentes para juzgar; la política juzga narrativas, imágenes, rumores, percepciones. Y en la percepción pública, los engranajes del poder ya chirrían.
“Adán y el paraíso”, es una frase que suena a ironía amarga: él no vivirá en un Edén político, sino en un sitio cada vez más cuestionado. Porque el paraíso al que lo empujan sus seguidores no es otra cosa que un pedestal rodeado de sombras, de posibles conflictos de interés, de símbolos turbios. Y cuando el paraíso se vuelve incómodo, empieza la caída.
La última pregunta que queda —quizá la que más importa— es si Sheinbaum y Morena resistirán la presión. Si la presidenta seguirá respaldando a Adán Augusto aunque el desgaste crezca, o si llegará el momento en que la unidad se rompa, que las críticas internas se oigan más alto que los aplausos. Porque Morena puede permitirse muchos aliados, pero no muchos escándalos si quiere mantener credibilidad ante la ciudadanía.
Adán Augusto fue y sigue siendo operador, amigo, casi un hermano de AMLO, pieza importante del tablero político. Pero la política no solo pide poder: pide transparencia, responsabilidad, distancia del conflicto. Y ese es el barro que hoy lo salpica, y que amenaza convertir su paraíso en algo más parecido al infierno político. Los engranes de poder se mueven, y él ya no solo los acciona: los siente también sobre sus hombros.
Al Tiempo.






