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ENGRANES DE PODER
Por Víctor González Herrero / @VicGlezHerrero
No hablamos de un episodio cualquiera. Hablamos de ese momento en que la naturaleza, implacable, pone a prueba al gobierno, a la ciudadanía, al tejido social. En Hidalgo, las pasadas lluvias torrenciales de este octubre de 2025 no fueron simplemente lluvias. Fueron un llamado urgente: comunidades incomunicadas, caminos obstruidos, viviendas hundidas bajo el lodo, familias que despertaron entre el agua y el temor. Las cifras son duras y aún crecen: más de una veintena de municipios afectados, cientos de viviendas dañadas y decenas de localidades aisladas. Y lo más triste, dos decenas de hidalguenses fallecidos.
Cuando el lodo lo cubre casi todo, la mano que tiende ayuda lo es todo. Y en Hidalgo lo vimos. Centros de acopio que se activaron en horas, despensas que viajan a comunidades apartadas a través de un Puente Aéreo, maquinaria que abre rutas donde parecía imposible pasar. Las fuerzas armadas, los militares y marinos aplicaron el Plan DN-III con precisión y disciplina. Pero junto a ellos también estuvieron los ciudadanos de a pie, los voluntarios, los vecinos que cargaron víveres, los que ofrecieron un techo, los que con pala y corazón levantaron lo que el río había arrastrado.
En medio del caos, el gobierno de Julio Menchaca entró en acción, y lo hizo con decisión. Coordinación, recursos y presencia en territorio. No discursos, sino acciones. El gobernador recorrió las zonas más afectadas, supervisa personalmente la entrega de apoyos y puso en marcha medidas para mitigar los daños. Y detrás de todo ello se sintió el respaldo total de la presidenta Claudia Sheinbaum, quien dio instrucciones para que la ayuda federal fluyera sin burocracia. Es, sin duda, una prueba de fuego para su administración… pero la está librando con temple y sensibilidad.
Porque en momentos como este no se mide solo la capacidad de reacción del gobierno, sino también la empatía, cercanía y atención que logra proyectar. Y ahí Menchaca ha sabido dar la cara. El mensaje ha sido claro: primero la gente, después la política. Por eso el apoyo se enfocó en atender a las familias afectadas, reconstruir caminos y restablecer servicios. En un estado que ha aprendido a sobreponerse a los golpes del clima y la historia, la respuesta fue rápida, ordenada y humana.
Sin embargo, las tormentas también dejan al descubierto otro tipo de inundación: la de los oportunistas. En cada desastre aparecen los que ven la desgracia como vitrina, los que prefieren la selfie en el centro de acopio antes que cargar una caja, los que convierten la tragedia en escenario para un video, un tiktok o un tuit. Esos que llegan con chaleco nuevo, sonrisa de campaña y un dron sobrevolando para registrar su «solidaridad». En contraste, hay otros que no salen en fotos, pero trabajan de sol a sol; los que callan y ayudan, los que no buscan reflectores, sino soluciones.
Esa dualidad —la de la ayuda sincera y la del espectáculo— es el espejo de una sociedad en transición. Una sociedad que empieza a distinguir entre el gesto auténtico y el oportunismo, entre el compromiso real y el simulacro. Y ahí también se mide el liderazgo. Porque los tiempos que vienen exigirán más que buenas intenciones: se necesitará planeación, prevención y sensibilidad.
Aún hay comunidades que siguen aisladas, caminos dañados, familias que cuentan pérdidas y que necesitan más que palabras. Es el momento de que la reconstrucción se convierta en política de Estado, de que la prevención deje de ser discurso y se vuelva costumbre. La naturaleza no espera, y el clima no da tregua. Pero cuando la coordinación institucional funciona, cuando la sociedad responde y el gobierno lidera, el impacto se reduce y la confianza crece.
Hidalgo está demostrando que la solidaridad no es un mito ni un eslogan. Es una realidad que florece entre el barro y la lluvia. Es el vecino que comparte, el joven que voluntariamente se suma, el soldado que no duerme hasta abrir el paso. Son historias pequeñas que, juntas, forman el gran relato de un estado que no se rinde.
Las lluvias pusieron a prueba a todos: al gobierno, a la sociedad y a los políticos. Algunos quedaron bien parados, otros quedaron empapados de su propio ego. Pero entre tanta agua y tanto lodo, la lección quedó clara: el verdadero poder no se mide por cuántas veces sales en la foto, sino por cuántas manos logras levantar.
Y en ese sentido, Julio Menchaca está demostrando que en Hidalgo el gobierno no solo reacciona, sino que acompaña. Con respaldo federal, coordinación institucional y una sociedad que no se dobla, el estado avanza. Porque cuando el agua pide auxilio, la solidaridad alza la mano. Y ahí, los engranes del poder se mueven en la dirección correcta.
Al Tiempo.






