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EL IMPERECEDERO ENCANTO DE MARILYN MONROE

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A 63 años de su muerte…

EDUARDO EL CAPI GARCIA GARCIA

Pocas figuras habrán representado con tanto desgarro la soledad sentimental del siglo XX. Como sucede cada año, el mes de agosto ha servido para recordar el día de su muerte, tema tan recurrente que lo sabemos de memoria.

Y, sin embargo, desde aquel cinco de agosto de 1962, su imagen como símbolo sexual no ha hecho sino crecer.

Nos referimos a la diosa de la sensualidad Marilyn Monroe, que, a 63 años de su muerte, sigue siendo para el mundo del cine, Única, dentro de las grandes luminarias. Para millones de personas en todo el mundo ella es simplemente inigualable. Pero, ante todo, fue una mujer que luchó toda su vida para colocarse por encima del lugar en que los mercaderes de la industria fílmica pretendían encasillarla.

De Marilyn, cuyo nombre verdadero era Norma Jean Baker, se ha dicho todo. Sin embargo, es inútil, las palabras no bastan, como sonaron a destiempo los elogios fúnebres de la mujer que no tuvo nada en la vida, a pesar de ser la estrella más envidiada.

Todo comentario sobre su vida, sobra, basta con una foto suya, con unos instantes de su fascinante deambular por la pantalla, la boca entreabierta, su sonrisa, el cabello sobre la frente, las caderas anchurosas, desbordantes, generosas. Era una reina, una real mujer. La última en su estilo, y por lo tanto la más imitada. Aquella boca insultantemente roja. Los ojos de niña pícara, que seguramente le hacían renacer cada vez que amaba.

Para la gran mayoría, la celebridad de Marilyn continúa siendo un misterio. Nos obsesiona como pocas actrices lo han hecho. Sólo apareció en 28 películas; de estrella principal, en 16; varias de ellas son ya clásicas: Torrente pasional (1953), Los caballeros las prefieren rubias (1953), Almas perdidas (1954), La comezón del séptimo año (1955), Nunca fui santa (1956), y Una Eva y dos Adanes (1959), entre otras. John Huston, quien la dirigió en Mientras la ciudad duerme de 1950, y en Los inadaptados (1961), siempre se refirió a ella como una misteriosa fuerza de la naturaleza: “como un banco de niebla que se forma en el crepúsculo, con el cambio de la marea”.

En sus ojos se percibía una mirada de vulnerabilidad, de inocencia. La contradicción entre su apariencia de símbolo sexual y su ser interior de dulce ingenuidad y honestidad se ha adueñado de nuestra imaginación.

UNA ADORABLE CRIATURA

Por ello, la de Marilyn sigue siendo una de las imágenes más memorables y adoradas de la segunda mitad del siglo XX. Algunos creen que tiene ahora de muerta más admiradores (que suman millones en todo el mundo) de los que tuvo en vida, y gracias en parte a la renovada popularidad de sus películas, de su identidad como símbolo de la cultura pop y a la Inteligencia artificial.

Un aspecto del genio de la Monroe era que siempre parecía más imponente en la pantalla que cuando actuaba en el estudio. En alguna ocasión, Dame Sybil Thorndike, que encarnó a la reina madre en El príncipe y la corista (1957), comentó que había visto a Marilyn actuar en una escena que en el set la había parecido terriblemente trivial y que luego había visto la proyección y, de pronto, de la pantalla irradiaba un gran poder. Estudió, aseguraba la actriz, secuencias de todos los filmes de Marilyn y trató de aprender sus técnicas secretas. Jamás las descubrió. Y no las ha descubierto nadie.

Entonces, ¿cómo explicar la inmortalidad de esta mujer que tantas veces fue ridiculizada por los críticos y por sus compañeros de Hollywood, una estrella que tuvo que luchar por el derecho de desempeñar papeles serios y trabajar con directores sensibles?

Marilyn logró esto contra todas las probabilidades, porque venía de un medio de privaciones e infortunio, y no contaba con nadie más que consigo misma. Nacida hija ilegítima, pasó en hogares adoptivos y en un orfanato la mayor parte de sus tiernos años, y tuvo que trabajar ardua y largamente para llegar a ser Marilyn Monroe.

Muchos hombres tocaron su cuerpo en vida; acariciaron al parecer sin demasiada pericia, sin asomo de ternura su pedestal de Diosa Rubia. Pero pocos, quizá ninguno, le dieron el amor que buscaba desesperadamente. Jim Dougherty logró desposarla vestida de blanco y con devocionario de nácar en la mano. Dominante y protector, constituyó muy pronto una decepción. Joe Di Maggio organizó su ceremonia nupcial a la italiana. Pero destrozó su vida en común con sus celos tóxicos, sus recriminaciones por haber posado desnuda (cuando él también se había dejado fotografiar en pelotas). Arthur Miller jugó con la chica tonta, en el curso de una unión sin dinero y con libros, haciendo de la vida matrimonial una permanente clase de literatura y unas noches vacías.

Marilyn permanecía acostada sola en su dormitorio, bebiendo champaña, hablando largas horas por teléfono, escuchando discos de Frankie Boy (Sinatra, claro), admirando su cuerpo desnudo en los espejos. Libre de toda inhibición, Marilyn eructaba, expulsaba constantes gases. Raras veces se bañaba, pero se tomaba la molestia de decolorarse el vello púbico, cosa que le provocaba infecciones. “Quiero sentirme rubia por todas partes”, enfatizaba, y no utilizaba ropa interior. Comía en la cama, limpiándose las manos grasientas en las sábanas de seda blanca, por lo que tenían que cambiarse continuamente, sobre todo cuando le llegaba la regla.

Entre divorcio y divorcio, rostros anónimos, caras conocidas, representantes obsequiosos, protectores depravados y dominantes, fotógrafos de mano ligera, aprendices de gángsters, amigos de rondas nocturnas, burócratas y oficinistas con caras de padres de familia y nombres difíciles de recordar por la mañana en la cama vacía, entre las sábanas grasientas, Marilyn seguía mostrándose patéticamente insegura y pasiva. “No sé si lo hago bien”, murmuró tras haberse ensabanado con Marlon Brando. Frank Sinatra, viejo amigo y amante ocasional, la introdujo en la mafia, haciendo que frecuentara amistades peligrosas. Robert Mitchum, en el rodaje de Almas perdidas, obligó a Marilyn a practicarle un fellatio junto a otro compañero. Yves Montad, le causó gran decepción al no querer abandonar a su esposa, Simone Signoret.

UN ALMA DESESPERADA

Al final de aquel vía crucis de rostros con y sin nombre, a punto de casarse con el mexicano José Bolaños, la gente del “Hollywood Babilonia” rumorea su relación con John F. Kennedy. En realidad, se estaban viendo esporádicamente desde 1951. Es un presidente aficionado a las actrices; por su dormitorio han pasado, antes que MM, Jayne Mansfield, Kim Novak, Janet Leigh y Marlene Dietrich. El día en que la rubia actriz, embutida en un rutilante vestido, y algo pasada de copas, le cantó Happy Birthday Mr. President, su hermano Robert comienza a cortejarla.

JFK empezó a sentirse molesto por los retrasos de Marilyn y por sus constantes llamadas telefónicas, temiendo que el asunto trascendiera. Entonces se la cedió a su hermano. Marilyn volvió a soñar con el matrimonio. Al comprobar que sus esperanzas habían sido devastadoramente vanas y que Bobby huía ya de ella, Marilyn, despechada, en una rueda de prensa comenta que conserva un diario que podría plantear una situación delicada, por haber anotado en sus páginas las confidencias de JFK sobre le desembarco en Bahía de Cochinos y las relaciones de Bobby con la mafia.

¿Suicidio? ¿Asesinato? El estado de ánimo durante aquel último verano de 1962 pasaba con suma facilidad de la alegría a la desesperación, esta última aliviada con píldoras y sesiones psiquiátricas diarias. Había sido eliminada del reparto de su última película por ausentismo y se mostraba abatida a causa de su incapacidad para retener a un hombre. Su vida había sido tan desordenada y había habido en ella tantos ensayos de suicidio que el mundo se sobresaltó, pero no sorprendió del todo, cuando un domingo, en algún momento del 6 de agosto, la perdimos.

Durante mucho tiempo no existió duda sobre el hecho de que la actriz se había quitado la vida. Sin embargo, hoy en día ha salido a la luz suficiente información que sugiere que se trató de un asesinato con tintes políticos, perpetrado, claro, por el clan Kennedy.

Sin embargo, al margen de tanta comidilla, una cosa es cierta: la suya fue una muerte muy sensible, que marcó el principio y el fin de una época. Hoy, Marilyn Monroe es propiedad de todos nosotros. Encarna la sublimación del cine como entretenimiento. Lleva hasta sus últimas consecuencias la magia del erotismo, revelas unas excepcionales dotes para convertir una imagen en inolvidable. Y para toda una generación, será siempre el recuerdo de un primer amor marcado por la sombra de los desengaños.

Nuestra permanente fascinación por ella deriva, en parte, de su trágica existencia y de su prematura muerte. Sentimos que su luminosidad y potencial como actriz se hayan desperdiciado. El arte, los productos varios, los libros (ella es la actriz de quien más biografías se han escrito), las películas, los carteles y los rumores reflejan la longevidad única de MM. Mientras podamos ver su adorada imagen, Marilyn seguirá viva. Casi todos hemos sido en el fondo Marilyn….   

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