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EL PODER ENFERMA Y ENLOQUECE

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“El poder no cambia a las personas;

solo revela quiénes realmente son”

                                           James Lane Allen

EDUARDO EL CAPI GARCIA GARCIA

Enfermos de cáncer, depresivos, borrachos, drogadictos, degenerados sexuales, mitómanos, corruptos, mandilones, populistas, desquiciados, racistas, deficientes cardiacos y sobre todo megalómanos, son los tipos de individuos que hemos padecido en todo el mundo como gobernantes y grandes líderes. A continuación, una breve auscultación a ciertos enfermos instalados en el poder.

    ¿Quién sabe si la tensión vivida en la crisis de los misiles cubanos por John Fitzgerald Kennedy, que estuvo a punto de ocasionar la Tercera Guerra Mundial, hubiese sido menor si no la hubiera afrontado atiborrado de sedantes?

    Puede que el acontecer de Francia en las últimas décadas habría resultado distinto si Mitterrand no hubiese ocultado su cáncer de próstata, que finalmente lo llevó a la tumba. O la rabia de Hitler menor si no se hubiera controlado con grandes dosis de cocaína al final de la guerra.   

    En su momento estuvimos todos involucrados a nivel global en la injustificada, ilegal, desvergonzada y catastrófica decisión de invadir Irak y Afganistán, gracias a que George Bush y Tony Blair, sufrieron claros síntomas de hybris o delirios de grandeza, un mal psicológico muy común en los dirigentes.

    Estas son cuestiones que aborda David Owen, un médico que además fue líder del Partido Socialdemócrata y ministro de varios gabinetes británicos, en su libro En el poder y en la enfermedad (2010), un texto que tuve la oportunidad de revisar en versión pdf, y en el que esparce varias respuestas, dilemas y diagnósticos muy interesantes como cuando notó que Leonid Brézhnev mostraba síntomas de cáncer de garganta al reunirse con él.

    La ciencia y la política le han proporcionado los suficientes elementos de análisis como para ofrecer una más que curiosa y original perspectiva en su visión del poder. Owen se limita a los últimos 100 años de historia y hace revelaciones sustanciosas. Desde la polio de Franklin Delano Roosevelt y el alcoholismo de Churchill, hasta las depresiones de De Gaulle, la paranoia de Stalin y el párkinson de Hitler, pasando por las borracheras de poder de Bush y Blair. Nosotros le hacemos algunos agregados, para el caso México.

    La enfermedad es al tiempo un estímulo y un freno entre los gobernantes. Tanto la dolencia en sí -física o psicológica- como las reacciones que generalmente produce. La primera de ellas es la ocultación, y eso tiene sus consecuencias. Los casos de Kennedy o Mitterrand son paradigmáticos.

    Pero sorprende mucho más, por novedoso, el de Blair. Según Owen, el ex primer ministro británico no forzó su salida por cuestiones meramente políticas. Sus problemas cardiacos influyeron mucho en la decisión: “Ahora no está obligado a dar cuenta de ello, ya que se ha retirado de sus responsabilidades. Pero mientras estuvo en ejercicio, como primer ministro elegido, debió hacerlo”, dice Owen.  

    Uno de los problemas que genera la hybris es creerse señalado por el destino e imprescindible en la historia. Cuando a eso se une un fuerte sentimiento religioso, como en Blair y en Bush, se puede acentuar.

    En el caso de Bush, marcado desde hace décadas por su pasado alcoholismo, su fanatismo iluminado resultaba preocupante. Owen cuenta una anécdota en su libro: “En cierta ocasión le dijo a un ministro de Exteriores palestino: ‘Me impulsa una misión de Dios. Él me dijo: George, ve a atrapar a esos terroristas en Afganistán. Y lo hice’”. Según algunas opiniones, el de Bush fue un lenguaje que nunca había utilizado ningún otro presidente estadounidense.

    No fue el ejemplo de Roosevelt -que también padeció hybris, aunque la atenuaba con sentido del humor- o Kennedy. Ni siquiera Nixon o Reagan, por citar dos republicanos con ansias también guerreras. Al primero también lo afectó la hybris, esa enfermedad que Bertrand Russell definía como “la intoxicación del poder”, pero casi más la depresión. El segundo pudo verse afectado por las primeras nubes del alzhéimer en los últimos años de su mandato, según Owen. Su actitud y sus declaraciones en el caso Irán-contra dan pistas de ello.

    Kennedy es un caso paradigmático por su rareza. Irrumpió en la escena internacional como un joven decidido y vigoroso. A los 43 años estaba lleno de lo que los kennedianos llamaban vigah: una mezcla de explosiva de vitalidad, encanto y sentido del humor. Frente a él, los líderes mundiales, desde Nikita Jruschov en la URSS, con 66 años, hasta el papa Juan XXIII, con 79; De Gaulle, con 70, o el alemán Conrad Adenauer, con 84, le llevaban varios años. Pero, según Owen, “todos gozaban de mejor salud que él”.  Es más. Si los estadounidenses hubieran sabido que Kennedy padecía la enfermedad de Addison cuando entró en campaña, probablemente habría ganado Nixon.

    Pero ocultó la insuficiencia que afecta de manera total o parcial a las glándulas suprarrenales. Y con ello, el hecho de que dependía de una terapia sustitutiva de hormonas para sus dolores de espalda. Pequeños detalles que exigían tratamientos y medicación. Fue algo que pudo influir en su, según Owen, “inepta gestión del asunto Bahía de Cochinos”.  Todo ello, sin olvidar su obsesiva adicción al sexo y a las mujeres, que lo llevó a poner en riesgo se imagen.

    Entre sus relaciones extramaritales, la que despertó mayor interés fue la que mantuvo con la legendaria Marilyn Monroe (a quien compartió con su hermano Robert, lo que al final la llevó a la tumba). Otra de sus amantes fue Judith Campbell Exner, que hacía de mensajera entre el presidente y el mafioso Sam Giancana. Aun así, cuanto más se sabe de sus problemas de salud, más se le admira su fortaleza física, afirma el autor.

    Otro tema en el que se extiende Owen en su libro es la deliberada ocultación de problemas de salud de los dirigentes, pues ha determinado el curso de muchas carreras políticas. ¿Habría seguido siendo Mitterrand presidente de Francia si no se hubiera empeñado en ocultar su cáncer de próstata? ¿Habría adoptado mejores decisiones en torno al conflicto de los Balcanes o en Ruanda si el tratamiento no le hubiera afectado? Y no solo ocultó su enfermedad, sino que incluso falseó los informes de su estado. La enfermedad convivió con él.

    Ahora también sabemos que además de ocultar su enfermedad, era todo un seductor. Tuvo una amante secreta entre 1962 y 1996, cuando muere. Se trataba de Anne Pingeot, con quien tuvo una hija. Cuando se enamoró de ella, él tenía 46 y ella 27 años menos.

    La Europa de la II Guerra Mundial también padeció las enfermedades de sus líderes y sus tiranos. Churchill fue el caso menos conocido. La cordura aliada frente al nazismo siempre ha hecho a sus líderes inmunes a ninguna sombra de mal. Pero lo cierto es que el primer ministro británico sufrió varias amenazas a su salud, ahora muy documentadas en varias películas (Las horas más oscuras, con Gary Oldman, de 2017, una de ellas). Poco después de convencer al presidente Roosevelt de que entrara en guerra, padeció un leve ataque al corazón. Fue precisamente en la Casa Blanca. Pero más recurrente fue su tendencia a la depresión.

    El perro negro, como él llamaba a sus ataques de melancolía, le acechaban de manera constante. Y esa tendencia apenas quedaba mitigada por su afición a la buena mesa, los puros y el whiskey. Aun así, Churchill fue clave en la aniquilación del fascismo. Los enemigos exteriores no lograron doblegarle, pero los interiores, tampoco.

    El presidente norteamericano Roosevelt fue, según Owen, “el líder más influyente en la Segunda Guerra Mundial y, por tanto, en el siglo XX”. Y eso que todo su mandato lo pasó en silla de ruedas. Lo polio que lo atacó con 39 años le dejó paralítico. Pero se resistía a mostrarse como un discapacitado. De las 35 mil fotografías que se conservan en la Roosevelt Presidencial Library, solo dos lo muestran en su silla.

    Su esposa Eleanor era lesbiana, por lo que él sostuvo un romance muy intenso con su secretaria y confidente Lucy Mercer Rutherford, por muchos años. Se dice que le adaptaron un aparato especial para que pudieran tener sexo. Su muerte fue motivo de controversia, pero para Owen no hay duda de que falleció a causa de un derrame o un accidente cardiovascular por insuficiencia cardiaca.

    Entre los sátrapas han preponderado los males psicológicos. Stalin, un cruel psicópata, padecía una indiscutible paranoia. Era de tal calibre que, como relata el autor en el libro, “ordenó que dispararan a un guardia personal después de que éste, sin darse cuenta, hiciera que le arreglaran unas botas para que no crujieran”. Koba, como le decían sus amigos de juventud, se alarmó al comprobar que se acercaba sin que él pudiera oírlo y se empeñó en matarle. Lo paradójico, según Owen, es que en algún caso su obsesiva paranoia “le permitió sobrevivir”. Temeroso de que fueran a matarle, decidió detener médicos. Antes de su muerte padecía hipertensión y arteriosclerosis y no llamaba a nadie si sufría ataques.

   El mayor problema de Mussolini fue la úlcera gastroduodenal. Pero lo peor fue su pérdida de contacto con la realidad y su trastorno bipolar (le obsesionaba tener sexo con las botas puestas). Algo que Hitler no sufrió. El Führer fue siempre consciente de sus decisiones. Era difícil diagnosticarle enfermedades mentales. Las apariencias engañan. El hecho de verle enfurecido en sus discursos no significa que sufriera males que le convirtieran en inútil. Era propaganda pura. Una mera estratagema para recabar y conectar con el odio creciente de una nación humillada.

    Fue hábil y sagaz. No hay duda de que sufrió hybris. Psicoverborrea, también. Ciertos estudios le definen como psicópata neurótico; otros como obsesivo por el miedo al contagio por vía sanguínea, y ha sido probado que durante toda su vida le afectó la monorquidia, el hecho de tener solo un testículo. Lo bueno de eso fue el remedio. Su médico personal le prescribió inyecciones de testículo de toro con azúcar de uva. Aunque para su hipocondría y su insomnio se incrementaron las recetas. La aparición del párkinson con temblores en la mano izquierda pudo afectarle en decisiones clave. Pero también la cocaína que consumía y que le condujo a una mayor irritabilidad y decisiones compulsivas. El resto de su derrumbe es de sobra conocido.

Bill Clinton y “las relaciones inapropiadas”

    En casos relativamente más recientes sobe los mandatarios norteamericanos tenemos el caso curioso de Bill Clinton, quien en 1998 protagonizó un mega escándalo por no controlar su adicción al sexo. Aunque ya lo habían denunciado desde 1991 por abuso de poder y acoso sexual, pero pagando 850 mil dólares logró que su entonces acusadora, Paula Jones, se desistiera de la demanda. Pero la clave fue Monica Lewinsky, una becaria de 22 años que trabajó como pasante en la Casa Blanca.

    “Quiero decirles algo a los estadounidenses. Nunca he mantenido relaciones sexuales con esa mujer”. Así, Clinton desmentía su supuesto amorío con la Lewinsky. Antes, la becaria y el presidente habían negado bajo juramento tener sexo. Sin embargo, cuando apareció un vestido azul sin lavar que ella había utilizado en uno de los encuentros sexuales con Clinton que tenía una mancha de semen, Lewinsky acabó admitiendo haber practicado sexo oral a Clinton.

    En agosto de 1998, el presidente fue convocado de nuevo para testimoniar y, en una histórica comparecencia televisiva a nivel mundial, reconoció relaciones “inapropiadas” con la becaria y pidió perdón. El Congreso puso en marcha el proceso al presidente por traición, perjurio o delito grave, pero Clinton se salvó porque los votos no alcanzaron los dos tercios que pide la ley. A partir de ese momento, la felación dejó de ser considerada “sexo”.

    El cachondo Bill se salvó de una vergonzosa destitución, pero no así su esposa Hillary, quien con los años pagó las consecuencias del escandaloso y descuidado comportamiento de su marido, pues pese a tener una brillante carrera política independiente, acabó barrida por Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016.

    ¿Pero y qué decir de Trump, si todo ya se ha dicho? Un político en verdad peligroso. No solo ganó las votaciones de ese año, sino volvió a hacerlo en 2024. Y triunfó ampliamente pese a que los electores que lo votaron, incluidos los de origen latino, con plena conciencia, sabían quién era y cómo era. Y sigue siendo incomprensible y alarmante que una gran cantidad de estadounidenses quiso ser -y quiere ser- gobernada por este tipo inestable, populista, descerebrado, estafador, mentiroso a tiempo completo, arribista, racista, despectivo, machista, libertino sexual (fue acusado de efectuar pagos ocultos a una actriz pornográfica para que mantuviera en silencio sus relaciones sexuales), soez, profundamente religioso (según dice él) y de una antipatía mortal. Y por supuesto, afectado enormemente de hybris moderna.

    Si no fuera suficiente, previo a las elecciones de 2024, un jurado lo declaró culpable de 34 cargos de falsificación de registros comerciales y aún así logró derrotar a Joe Biden (afectado de un agresivo cáncer de próstata y senilidad), lo que lo convirtió en el primer presidente en ejercicio de la historia de los Estados Unidos en ser un convicto, ni más ni menos.

    El caso es que Trump es el Berlusconi del continente americano, con la salvedad notable de que éste era “simpático” o él lo creía ser. Y ya que hablamos de Silvio Berlusconi (fallecido en 2023), fue primer ministro de Italia y logró mantenerse en la política (lidereó cuatro gobiernos) tras diversos escándalos sexuales (prostituía a menores de edad) y vastas acusaciones de corrupción.

    Pero regresando al carismático Trump, sus brutales actos xenofóbicos en contra de los migrantes latinos (en especial en Los Angeles), sus certeros ataques a instalaciones nucleares de Irán (“Dios, sólo quiero decir que te amamos… Dios bendiga a oriente Medio. Dios bendiga a Israel. Que Dios bendiga a Estados Unidos”, declaró emocionado) y su apoyo incondicional al primer ministro de Israel, el desquiciado Benjamin Netanyahu en su genocidio contra el pueblo palestino, es un individuo que se cree insustituible, designado por los dioses, con la razón a toda costa pese a que la realidad lo desmienta. Por lo pronto, Netanyahu ¡ya lo propuso para el Premio Nobel de la Paz! Y capaz que se lo conceden.

    Y bueno, la lista de este tipo de trastornados es interminable.

¿Y México?

Aquí se todo se complica, pues ocultar información ha sido -y es- una de las especialidades de los desgobiernos de este país, por lo que no es fácil encontrar información fidedigna. Llámese prianato o 4T. Pero es claro que prácticamente todos los presidentes que ha tenido México han sido muy poderosos, mitómanos, inútiles, represores y corruptos, algunos muy siniestros (Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y Carlos Salinas de Gortari), adictos al sexo (José López Portillo y Enrique Peña Nieto), o borrachos (Felipe Calderón), pero, sobre todo han padecido enfermizos delirios de grandeza (Obregón, Elías Calles, Echeverría y Salinas incluso soñaron con la reelección), cuyas decisiones durante sus mandatos ocasionaron severas crisis y estragos a nuestro país, sean económicos, políticos, morales o sociales (Masacre de Tlatelolco, Sismos de 1985, Genocidio de Colosio, Fobaproa, Ayotzinapa, Teuchitlán, etcétera y un largo etcétera).  Limitémonos a referir un par de casos.

    Adolfo López Mateos fue un presidente muy carismático y sibarita que logró la estabilidad política del país, entre 1958 y 1964. Al igual que Kennedy en Estados Unidos, López Mateos se mostraba decidido y vigoroso. Se dice que le encantaban los autos deportivos, por lo que en varias ocasiones cerraron el entonces flamante Viaducto de la ciudad (DF entonces) para que lo atravesara a toda velocidad. Gracias a sus diversos viajes y gestiones, logró la sede de los Juegos Olímpicos a celebrarse en 1968.

    Sin embargo, durante su mandato hubo momentos de gran tensión política que le llevaron a reprimir a los trabajadores de ciertos sectores, en especial las huelgas de ferrocarrileros que pisoteó y luego encarceló a sus principales líderes. Por igual, persiguió marcadamente a personajes políticos con tendencia comunista o de izquierda. En su periodo se asesinó al dirigente campesino Rubén Jaramillo, se encarceló al legendario Genaro Vázquez (guerrillero), Filomeno Mata (periodista) y David Alfaro Siqueiros (muralista). Todo por sus ideas políticas.

    En 1969, una fulminante enfermedad cerebral lo llevó a la tumba, a la edad de 60 años, tras haber permanecido en coma durante dos años. Sin embargo, se sabe que los últimos años de su gobierno padeció severos dolores de cabeza, confusión y pérdidas del conocimiento que lo incapacitaban por largas temporadas, lo que hace sospechar que muchas de las acciones de su gobierno, en especial las represoras, fueron tomadas por alguien más (Díaz Ordaz y Echeverría). 

“Yo ya no me pertenezco, yo estoy al servicio de la Nación”

¿No se les hace familiar esta frase? Acuñada originalmente por Hugo Chávez (fallecido en 2013), presidente autoritario y populista de Venezuela, que lideró un proceso político, económico y social que cambió, para bien y para mal, el rumbo de su país, llevándolo a una crisis permanente que ahora encabeza el nefasto Nicolás Maduro. Su Revolución Bolivariana impulsó una serie de reformas orientadas hacia el socialismo, lo que ocasionó el bloqueo de los Estados Unidos.

    Desde 2011, se especuló sobre su estado de salud. Se sospechaba que padecía cáncer, pero pese a su gravedad, se mantuvo en secreto los detalles de su padecimiento, lo que generó inestabilidad y rumores en su país. Aún así, Chávez “ganó” las elecciones de 2012. Su reelección generó críticas sobre la falta de transparencia y la idoneidad de un líder claramente debilitado para gobernar un país en crisis.

    Pero claro, tras de él venía Maduro, que salió peor que él. Sin lugar a dudas, ambos muy enfermos de hybris. Bueno, pues la famosa frase que antecede a este apartado fue troquelada por este populista. Con la ligera variante: “Yo no me pertenezco, yo le pertenezco al pueblo de Venezuela… Mi vida es de ustedes…”. De igual forma, acuñó otra cita que se hizo muy popular: “Amor con amor se paga”.

    Lo que nos lleva a retomar el caso de Andrés Manuel López Obrador. Según el diccionario, el mitómano es un adjetivo que refiere a lo perteneciente o relativo a la mitomanía, un trastorno psicológico que consiste en mentir de manera compulsiva y patológica. El mitómano falsea la realidad para hacerla más soportable e incluso puede tener una imagen distorsionada de sí mismo, generalmente con delirio de grandeza, lo que produce una gran distancia con la imagen real (hybris moderna).

    Lo cual viene a describir la personalidad El Peje, quien, ahora lo sabemos con tristeza, desde el inicio de su gobierno optó por vivir en un mundo alterno donde culpaba al pasado de todo y ante cualquier error encontraba como explicación profunda, la conjura, el complot, “sus otros datos”, o a la oposición maligna de sus adversarios que se resistían a perder sus privilegios, acusaba.

    Así justificaba -como ahora lo hace Sheinbaum y los 4treros- la ausencia de resultados, el huachicol sin control, la violencia desmedida en las calles, el crimen organizado a todo lo que da, ríos de sangre que inundan a toda la nación, austeridad fingida, la corrupción como nunca, salud pública colapsada, obras públicas inconclusas e inservibles, nepotismo, espionaje selectivo, censura a la libertad de expresión, desmantelamiento de instituciones independientes, recesión, lavado de dinero, opacidad, autoritarismo, etcétera y un extenso etcétera. Ante ello, el expresidente sólo tuvo culpas para los del pasado y en vez de resolver los problemas solo evasivas. Y a diario salen y salen a la luz nuevos escándalos de su terrorífico desgobierno.

    Como puede verse, AMLO vivía -y sigue viviendo- en un mundo surreal, en donde todo iba -y va- bien, pese a que el país se caía -y se cae- a pedazos. Es decir, un mitómano empedernido con severos padecimientos de hybris moderna. ¡Sí resultó ser un peligro para México!

    Y qué decir de sus enfermedades físicas. Se sabe que, durante su mandato, a principios de 2022, tuvo un episodio de angina de pecho que lo puso en riesgo de infarto. Tuvo que ser intervenido de urgencia. Se ocultó, pero lo filtró un grupo de hackers conocido como Guacamaya. Además, dejó al descubierto que padece gota e hipotiroidismo. En los peores momentos de la pandemia le dio dos veces Covid-19, aun así, se negó sistemáticamente a utilizar el cubrebocas durante sus giras, lo cual era un ejemplo negativo para el país. Hugo López Gatell, el responsable directo de aplicar las desastrosas medidas sanitarias durante la pandemia, lo que ocasionó una gran cantidad de muertes innecesarias, se refería a él: “La fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio…”. En su reciente aparición física durante las votaciones del primero de junio se notó que su salud no es buena.

    Ya lo dirá la historia. Mientras tanto, México sigue abrigando la esperanza de que algún día llegue ese o esa líder carismática y moderno que en verdad resuelva los problemas que nos agobian. ¡Sálvese quien pueda!

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