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ENGRANES DE PODER
Por Víctor González Herrero / @VicGlezHerrero
Lo que está ocurriendo hoy en Morena no es mera logística política: es una operación de reordenamiento estratégico que busca convertir poder electoral en gobernabilidad real. Tras el primer año de gobierno de la Presidenta Claudia Sheinbaum, y 7 de la llegada de la Cuarta Transformación, el tablero interno cambió de manera sustantiva. No se trata sólo de nombramientos vistosos o cambios de figuritas; hablamos de una redistribución de influencias —y de recursos— que marcará quiénes tienen la capacidad de competir y ganar en las elecciones federales del 2027.
Ese reacomodo se lee en gestos que, a primera vista, son técnicos: personajes con perfiles técnicos, operadores políticos con trayectoria y ajustes puntuales en muchas oficinas clave. Pero detrás de cada movimiento en cada estado de la república, hay una intención clara: consolidar un bloque leal al Proyecto, que entregue resultados y minimice fricciones política-administrativas. Para la presidenta, esto no es accesorio: es la condición para poder convertir políticas públicas en capital político sostenible. Las señales de ajustes en gabinete y equipo, en especial la salida del Fiscal General Alejandro Gertz Manero, han generado ya especulaciones y expectativas entre gobernadores y cuadros estatales.
En los estados la lectura no es homogénea. Hay gobernadores que se alinean con rapidez, buscando demostrar gestión y lealtad; hay otros que mantienen estructuras propias y apuestas regionales que podrían confluir o chocar con la estrategia nacional. Esa tensión es lógica: Morena es hoy tanto el partido de gobierno como maquinaria con tensiones internas de larga data. La pregunta política central es si el partido logrará administrar su pluralidad sin fragmentarse. La historia nos dice que la verdadera prueba no es resistir a la oposición, sino resistir las ambiciones internas, el aplacamiento de las tribus que, si no se ordenan y alinean, terminan por abrir brechas que la oposición aprovecha.
El proceso de reacomodo tiene rostros conocidos y nombres en las sombras. Delegados, operadores regionales, líderes emergentes y cuadros provenientes sobretodo del otrora partidazo, el PRI. Decenas de ex priístas conversos buscan formalizar su espacio. Algunos pretenden consolidar candidaturas para 2026; otros buscan garantizar redes de apoyo para sucesiones estatales y municipales. Esta disputa por los “espacios de decisión” se libra en reuniones discretas, alineaciones de gabinete y un tráfico continuo de promesas y réditos políticos. Aun cuando los comunicados oficiales hablen de estabilidad y continuidad, en los pasillos las conversaciones son de supervivencia y negociación política.
No es menor que la administración federal también esté trabajando en respuestas a problemas críticos (seguridad, economía, programas sociales) que condicionan la legitimidad del proyecto en el mediano plazo. Cuando el gobierno logra avances tangibles en temas que importan a la gente, el margen de maniobra para dirimir internas aumenta; cuando los problemas persisten, la cohesión partidaria se vuelve más frágil. En ese sentido, las mediciones de resultados y las expectativas ciudadanas son, hoy más que nunca, moneda de cambio interna.
Para entender el ritmo: este reacomodo es discreto, en las sombras, pero acelerado. Los próximos meses serán de prueba: auditorías políticas internas, nombramientos que definan lealtades y, por supuesto, las primeras señales sobre candidaturas que empiezan a perfilarse. Quien logre leer las señales de Palacio Nacional y articular redes estatales —sin romper la estructura de gobierno— tendrá ventaja. Quien confíe sólo en maquinarias locales o en la intuición de antaño, corre el riesgo de quedarse fuera del nuevo mapa.
Un aspecto que no podemos subestimar es la gestión del discurso público. Morena necesita armonizar relato y resultados: comunicar lo que hace sin saturar con mensajes partidistas que erosionen la percepción de gobernabilidad. Esa sintonía entre lo técnico y lo político será clave: ganar elecciones no es lo mismo que sostener la gobernabilidad. Y hoy, el desafío es doble: consolidar la estructura partidaria y, al mismo tiempo, dar resultados verificables que mitiguen el desgaste por problemas persistentes.
Tampoco conviene dramatizar en demasía: la ruptura no es un destino inevitable. Morena tiene músculo político, cuadros amplios y una presencia territorial muy difícil de igualar. Pero músculo sin disciplina es desgaste. El reto es lograr que la pluralidad interna se convierta en ventaja competitiva y no en un factor de autodestrucción. Para ello hacen falta liderazgos que no sólo administren cargos, sino que sean capaces de imponer reglas claras, reconocer méritos y sancionar prácticas que dañan la imagen pública.
Terminemos con una idea práctica: el reacomodo debe pensarse como una oportunidad para profesionalizar el ejercicio del poder. Si se aprovecha para elevar estándares, transparentar decisiones y alinear incentivos a resultados, será un reacomodo productivo. Si se reduce a reparto de cuotas y componendas, será apenas una pausa antes de la próxima crisis. Desde Engranes de Poder creemos en la primera opción: Morena tiene la oportunidad histórica de transformar su fortaleza electoral en gobernabilidad durable. Lo que ocurra en los próximos meses determinará si ese potencial se confirma o se desperdicia.
Al tiempo.






