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Por Eduardo Sadot / @eduardosadot
No han pasado ni ocho días del cobarde asesinato del presidente de Uruapan Michoacán Carlos Manzo, el aparato gubernamental aparentemente ha echado a andar una estrategia para borrar en el consiente colectivo, la infamia contra el mexicano cuyo compromiso con su pueblo lo llevó a la muerte, ese miembro del “no pueblo” que no lo consideraron digno de pisar las baldosas de palacio. Ese que no obstante no fueron capaces de invitarlo a una reunión del gabinete de seguridad, porque no era de los suyos, aunque arriesgara la vida como no lo hace ninguno de los suyos.
Los mexicanos – mujeres y hombres – tenemos que hacer un gran esfuerzo para evitar justificar lo injustificable, para normalizar la violencia, ¡para no olvidar a nuestros héroes recientes! Para no sepultar a nuestros muertos antes de enfriarse, para no perderlos con la sangre caliente ¡con la sangre caliente ellos, nuestros héroes! Y nosotros también.
Cada día que pasa, los mexicanos tenemos una nueva tarea adicional a cuidarnos que no nos maten, no nos roben, no nos secuestren, no nos extorsionen, no nos cobren derecho de piso, no nos invadan nuestras casas, no nos pongan apodos desde la presidencia, y lo más importante, no olvidemos a nuestros héroes y nuestras heridas. Luchar porque no nos enojemos cuando el gobierno cómodamente nos excluye porque no nos considera “solovinos” por no aplaudir, por ser contestatarios y nos apodan “comentócratas” ese calificativo lleva implícita la respuesta, ya sin respeto, porque como dicen los niños ¡tú empezaste! ¡ahora te aguantas!
Y n te quejes, ni salgas – sí, así, sin el usted que denota respeto, porque lo perdiste tú primero, por llevarte y creer que se pueden poner apodos impunemente desde el poder – Y luego vengas con el cuento de: ahora si “la investidura” o como decía aquel en Palenque y repetía el otro el recién desempacado de llorar hasta medio oriente ¡respétame! Cuando el respeto se gana, se cultiva, no se regala. Cuando no nos incluye en el “pueblo de México” de manera arbitraria y siguiendo el criterio de un hombre, mentiroso, resentido, traicionero, corrupto que aún hoy sigue dictando las reglas que deben seguir los mexicanos al ritmo que toca su capricho.
Desde que llegó al poder el “innombrable” se apoltronó en el cinismo de mentir en público, al aire libre, desde la mañanera, en los mítines del zócalo, sin ambages, sin vergüenza, sin recato, sin ruborizarse, así con la mirada fija en el horizonte ignorando a su audiencia escupió las palabras claves del engaño “yo tengo otros datos” pero esos datos nunca los presentaba porque no existían, era el estribillo al que acostumbró a su feligresía para se acostumbraran a sus mentiras y dijeran: “lo dijo él” y ¡oh! Por eso es mentira, ¡porque él no miente! Y cuando honestamente se les pregunta y ¿por qué el no miento? La respuesta menos racional es la respuesta ¡ah! Pues porque él dice que no miente, porque él dice que ¿no miente, no roba y no traiciona? Pero ¿Cómo? Porque ¡el lo dice!
De pronto los mexicanos – mujeres y hombres – de un plumazo se volvieron confiados, o se volvieron … tontos, para no cuestionar lo que creyeron y fueron incapaces de aceptar – por miedo o complicidad – que también les mintieron. Pero aceitado su entendimiento con las miserias que les da el “Bienestar” con eso se resuelve todo.
Hoy también en un nuevo estilo se usa otro lenguaje, se dice carroñeros a quienes señalan las causas de los errores del gobierno, a quienes denuncian las complicidades de los funcionarios con la delincuencia, ¡ah! Pero además, el gobierno no actúa hasta que haya pruebas, si son de casa, si son adversarios o “los de ultra derecha” entonces se abren carpetas de investigación, a los de casa, no se les exige que se investiguen, no, no, mejor que ellos solitos lo expliquen, y si no lo explican, pues es que son inocentes ¡faltaba más!. Ahora dicen, si tienes pruebas preséntalas o denúnciala, y así se vuelven perseguidos políticos, como ya hoy la lista es larga, e inocultable.
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