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URUAPAN: EL GRITO QUE MÉXICO DEBE ESCUCHAR

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Por Víctor González Herrero / @VicGlezHerrero

No es la postal que cualquier sociedad espera: un alcalde asesinado en pleno acto público, decenas de homicidios, una población sitiada por el miedo y autoridades que parecen rebasadas o, peor aún, infiltradas. En Uruapan, Michoacán, se ha cruzado una línea. Este no es un hecho más de violencia: es un aviso urgente para todo México. Cuando el poder pierde el control, el silencio de los engranes se convierte en estruendo.

El homicidio del alcalde de Uruapan, Carlos Alberto Manzo Rodríguez, durante una celebración popular, es la gota que derramó el vaso. Su asesinato no fue un incidente aislado: se inscribe en una espiral de violencia sustentada por grupos criminales históricos como Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y La Familia Michoacana, que han disputado durante años el control de territorios, rutas y economías ilícitas. Los datos fiables lo confirman: Uruapan lleva años entre los municipios con mayor incidencia delictiva en la entidad. La Fiscalía estatal lo ubica con una tasa por encima de mil delitos por cada cien mil habitantes, con robos, extorsiones, homicidios diarios.

Lo peor no es solo la violencia. Es la corrosión de las instituciones. La colusión entre autoridades municipales, locales y los cárteles ha sido documentada: policías que no hacen su trabajo, patrullas que no circulan, zonas donde el Estado ya no llega o lo hace con mano muy débil. En ese contexto, la ciudadanía protesta, exige justicia, señala omisiones. La manifestación del pueblo de Uruapan —con gritos de “¡Justicia!” y “¡No más impunidad!”— es también un grito para que el país entero despierte.

Ante este escenario, el Plan Michoacán por la Paz y la Justicia, presentado recientemente por la presidenta Claudia Sheinbaum, representa algo más que una política pública: una tabla de salvación para una región asediada. Más de 57 mil millones de pesos, 12 ejes, 100 acciones que van de la presencia militar hasta el desarrollo rural, educación y empleo. Este plan reconoce que el verdadero combate no es sólo contra los grupos delincuenciales, sino contra las causas: pobreza, corrupción, abandono, falta de oportunidades.

Pero presentar el plan es apenas el primer paso. Si los engranes de poder siguen trabados ­—si la fiscalía no actúa, si la Guardia Nacional patrulla pero las rutas siguen bajo control del crimen— el plan solo será papel mojado. Michoacán exige acción inmediata: rutas que conecten comunidades, patrullaje real, justicia efectiva, castigo para los que pactan con el narco. El tiempo se agota.

Este momento debe marcar un antes y un después para todo México. Porque cuando el Estado permite que un alcalde que luchó hasta sus últimas fuerzas contra la violencia y la inseguridad sea ejecutado en una plaza pública, entonces los cárteles no solo controlan el territorio, controlan la política. Y eso es lo que está en juego: la soberanía, la autoridad, la democracia.

Los responsables políticos deben entenderlo con claridad. No basta con declaraciones rimbombantes. No basta con enviar tropas sin reformar la policía local, sin depurar las áreas de inteligencia, sin transparentar la caja de los municipios. No basta con discursos cuando los malandros patrullan sin freno. Si no cambian los métodos, los nombres y las estructuras, Michoacán seguirá siendo símbolo del colapso local y nacional.

En el vértice de esta crisis está la ciudadanía: pequeños empresarios, comerciantes, jóvenes, productores de limón y aguacate amenazados. Son ellos los que día a día padecen la extorsión, el huachicol, los asesinatos, la desaparición. Son ellos los que reclaman un Estado funcional y real. Si el plan de Sheinbaum entra en vigor y se sostiene, pueden encontrar un nuevo aliado. Si fracasa, la lección será muy fuerte.

Este no es un momento más de nuestra historia. Los mexicanos exigimos corresponsabilidad. Un cambio real. Y los políticos —federales, estatales o municipales— tienen la oportunidad de demostrar que todavía pueden estar a la altura. Que no se trata solo de defender un bastión electoral o un nombre, sino de salvar vidas, de recuperar territorios, de reconstruir confianza.

El reloj está en cuenta regresiva. Y esta vez, México lo está viendo.

Al tiempo.

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