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MORTALIDAD EVITABLE Y DETERMINANTES SOCIALES

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Escrito por:   Mario Luis Fuentes

Entre enero y septiembre de 2024, México registró 610,404 defunciones, de las cuales 12,829 se debieron a insuficiencia renal crónica (IRC), según las Estadísticas de Defunciones Registradas (EDR) publicadas por el INEGI. Este dato, implica un promedio diario de casi 50 defunciones y, por sí mismo, retrata la incapacidad de los sistemas de  salud y de protección social frente a una de las causas de muerte más claramente prevenibles mediante políticas públicas adecuadas y sostenidas.

En efecto, según el INEGI, la IRC en una de las diez principales causas de muerte en el país y en una de las más representativas del fenómeno conocido como mortalidad evitable: muertes que podrían haberse prevenido mediante políticas efectivas de salud pública, control de riesgos metabólicos y reducción de los factores sociales que deterioran la salud de las poblaciones más vulnerables.

Esta causa de mortalidad es el resultado de procesos prolongados de daño metabólico que combina la exposición continua a enfermedades como la diabetes mellitus, la hipertensión arterial y la obesidad con condiciones de vida caracterizadas por inseguridad alimentaria, estrés social y acceso limitado a servicios médicos especializados. Por ello, su expansión es un reflejo de la desigualdad estructural que condiciona el bienestar y la esperanza de vida.

La diabetes mellitus, que causó 84,095 defunciones en el mismo periodo, es la principal comorbilidad asociada a la enfermedad renal. La hiperglucemia crónica daña progresivamente los riñones, reduciendo su capacidad de filtración y derivando en insuficiencia renal terminal. Sin embargo, detrás del diagnóstico biológico subyacen determinantes sociales que impulsan el desarrollo de la diabetes y, con ello, de la enfermedad renal: precariedad laboral, pobreza y entornos obesogénicos.

En este entramado, el consumo excesivo de alcohol ocupa un lugar crucial y frecuentemente subestimado. Las enfermedades del hígado, relacionadas de manera directa con el abuso del alcohol, se ubicaron en el cuarto lugar de las causas de muerte en 2024, con más de 30 000 decesos. El consumo crónico de alcohol acelera el daño renal y agrava las complicaciones en personas con diabetes e hipertensión. Además, actúa como un amplificador social del riesgo, al coexistir con contextos de pobreza, violencia, desempleo y desesperanza.

Desde la perspectiva de los determinantes sociales de la salud, el abuso de alcohol debe entenderse no solo como una conducta individual, sino como una respuesta socialmente condicionada a la exclusión y la precariedad. En comunidades donde el tejido social se ha fracturado y las oportunidades económicas son escasas, el alcohol opera como una forma de evasión y de consumo simbólico. Sin embargo, sus efectos acumulativos se traducen en un incremento de muertes prematuras y evitables, tanto por cirrosis como por insuficiencia renal.

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La insuficiencia renal crónica comparte raíz con otros problemas derivados de la malnutrición. En México, millones de personas viven en inseguridad alimentaria, sin acceso regular a alimentos frescos, agua potable o servicios de salud preventiva. En cambio, se encuentran rodeadas de una oferta abundante de bebidas azucaradas y alimentos ultraprocesados, cuyo consumo reiterado contribuye al desarrollo de obesidad, diabetes e hipertensión: una tríada mortal que daña progresivamente los riñones. El patrón de consumo de bebidas azucaradas -de los más altos del mundo- refleja una política alimentaria orientada por intereses comerciales más que por el derecho a la salud.

La noción de mortalidad evitable permite identificar no solo las fallas del sistema de salud, sino también las omisiones estructurales de la política social. En el caso de la insuficiencia renal crónica, reducir las muertes implica mucho más que mejorar los servicios de nefrología: requiere transformar las condiciones de vida que hacen posible el deterioro metabólico.

Cada uno de los decesos por IRC es un recordatorio de que la enfermedad y la muerte no se distribuyen al azar, sino que siguen las líneas de la desigualdad social. Comprenderlo desde la perspectiva de lo determinantes sociales de la salud implica reconocer que, sobre todas las cosas, es necesario transformar los entornos que enferman.

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Investigador del PUED-UNAM

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