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EL PRESIDENTE Y SU PARTIDO

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Andrés Manuel López Obrador es el primer Presidente de la República desde Álvaro Obregón en haber fundado su propio partido político.

Y es apenas el tercer exlíder de partido, en más de ocho décadas, que logra llegar la Presidencia. Los otros dos son Lázaro Cárdenas, quien dirigió el PNR entre 1930 y 1931, y Felipe Calderón, quien fue jefe nacional del PAN entre 1996 y 1999.

Durante los 71 años en que el PRI y sus ancestros —el PNR y el PRM—dominaron la política nacional, la relación entre el Presidente y el partido del gobierno fue simbiótica. El primero era el líder real del segundo —“el primer priista del país”—, por lo que decidía sobre los asuntos más relevantes de su vida interna. Principalmente, designar a su dirigente nacional y a su candidato presidencial.

Eso último sólo cambió en 1999. Herido por la decisión de la XVII asamblea nacional del PRI de imponer candados a la candidatura —y, así, impedirle nombrar como abanderado a Guillermo Ortiz, secretario de Hacienda—, el presidente Ernesto Zedillo tomó una “sana distancia” del proceso de nominación, que se resolvió con una elección interna.

Hasta entonces, todos los presidentes de la República, desde Lázaro Cárdenas hasta Carlos Salinas de Gortari habían tenido la última palabra a la hora de designar al candidato, quien en esos tiempos se convertía en su sucesor, a falta de una libre competencia entre partidos políticos.

Como apunte, el Presidente en turno no siempre tenía asegurado que su favorito se convirtiera en su sucesor —porque había factores de poder y/o circunstancias políticas o económicas que no podía controlar del todo—, pero cuando menos podía optar por alguien que le resultara aceptable.

Durante la era del PAN en el Ejecutivo, los presidentes Vicente Fox Felipe Calderón intentaron designar al candidato del partido, pero ambos fracasaron. El ADN opositor de los panistas impidió que Fox y Calderón les pusieran un yugo y la militancia se rebeló a los esfuerzos de uno y otro por colocar como candidatos a Santiago Creel, en 2006, y a Ernesto Cordero, en 2012.

Al volver el PRI a la Presidencia, ese año, las cosas regresarían al estado que tenían antes de Zedillo. El presidente Enrique Peña Nieto decidió quiénes dirigirían al partido —comenzando por su paisano César Camacho— y quién lo representaría en la elección presidencial de 2018.

Ahora, con López Obrador en la Presidencia, el tema del control del Ejecutivo sobre su partido vuelve a ser tema.

Como decía, el tabasqueño fundó el actual partido de gobierno, el Movimiento Regeneración Nacional (Morena). Lo hizo luego de su salida del PRD en 2012. En 2018 asumió la candidatura presidencial sin debate alguno y dejó en su lugar, como dirigente nacional, a Yeidckol Polevnsky.

Durante la campaña, López Obrador decidió quiénes serán postulados a los diferentes cargos de elección. Y después de ella, quiénes encabezarían las bancadas en el Congreso.

Desde su creación, López Obrador ha sido el líder indiscutible de la organización. Sin embargo, al tomar posesión de la Presidencia, anunció que se distanciaba de ella para poder “gobernar para todos”.

Aun así, sugirió al partido que para buscar un sucesor a Polevnsky, era mejor realizar una encuesta que una elección interna, pues, seguramente temía que ésta causara una división. Con ayuda del Tribunal Electoral, obtuvo lo que quiso: un relevo por encuesta. Aun así, no pudo impedir el pleito interno.

Hoy, un centenar de candidatos se disputan la presidencia y la secretaría general de Morena. El escenario se plantea como prolegómeno de la lucha por la candidatura para suceder a López Obrador en 2024. Los aspirantes más fuertes para dirigir al partido son Mario Delgado y Porfirio Muñoz Ledo, pero se sabe que ellos representan los intereses de quienes ya se ven en Palacio Nacional: Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum, respectivamente.

La duda que plantea esa lucha descarnada por el poder es si López Obrador está interesado en controlar a Morena rumbo a 2024 o si se llevará su peso político a otra parte, como hizo Obregón en 1921 al desligarse del Partido Liberal Constitucionalista que había fundado junto a Benjamín Hill en 1916.

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