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ENTRE LA FE Y LA POLÍTICA: EL CÓNCLAVE

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Por Víctor González Herrero / @VicGlezHerrero

Pocas votaciones en el mundo tienen tanto peso simbólico, político y espiritual como un cónclave. Y pocas, también, son tan perfectamente herméticas. Cada vez que un papa muere o renuncia, como hizo Benedicto XVI en 2013, el mundo pone los ojos en la Capilla Sixtina de Roma, donde cardenales de todos los continentes son literalmente encerrados para elegir al nuevo líder mundial de la Iglesia católica. Con la reciente muerte del papa Francisco lo que suceda al interior del «cónclave» ha comenzado a resonar otra vez en los pasillos vaticanos y en muchas cancillerías en el mundo.

Pero, ¿qué es exactamente un cónclave? La palabra viene del latín cum clave  que significa “con llave”, y alude al encierro forzoso de los cardenales, donde deliberan hasta llegar a una decisión final. Se utilizó en 1274, tras la muerte de Clemente IV, cuando la elección de su sucesor tardó casi tres años. Desde entonces, los mecanismos han cambiado poco, pero la lógica profunda permanece: en teoría, se busca al hombre que mejor encarne el espíritu del Evangelio y pueda guiar a una Iglesia de más de mil millones de fieles en un mundo cada vez más secular, más fracturado, moderno y más exigente.

Sin embargo, a pesar de lo que algunos puedan opinar, el cónclave no escapa a la política. De hecho, es profundamente político. Las votaciones están cargadas de tensiones geográficas (Europa vs. América Latina vs. África), de visiones eclesiales (conservadores vs. progresistas), de corrientes internas que, aunque no sean partidos, operan con la lógica de bloques unificados. Es aquí donde sabremos si el legado del Papa Francisco se impone como lo que fue: un líder disruptivo y con decisiones polémicas: amplió el colegio cardenalicio, dándole más peso a países sin tradición de poder eclesiástico; promovió a pastores antes que a burócratas; y corrió el centro de gravedad del Vaticano hacia la periferia.

Si el cónclave es un espejo de la política, ¿con qué se puede comparar en México? Quizá con la elección del sucesor presidencial en los tiempos del PRI hegemónico y de partido de estado, cuando el «dedazo» presidencial era un acto autoritario, además de un complejo ejercicio de equilibrio de fuerzas. Como en el cónclave, había que tomar en cuenta a los grupos, mantener la unidad, evitar rupturas, proyectar continuidad y cambio al mismo tiempo. Y como en aquellos procesos políticos, la discreción y las señales eran claves: una palabra, una ausencia o un gesto bastaban para mover los hilos del poder.

En ese contexto, el próximo cónclave que iniciará el 7 de mayo, será una elección entre estilos de Iglesia, entre modos de concebir el poder pastoral. ¿Continuar el legado de Francisco —una Iglesia abierta, pobre, progresista, sin rigidez doctrinal— o volver a formas más conservadoras, tradicionales y jerárquicas. ¿Un Papa africano, asiático, latinoamericano o un europeo de vuelta? ¿Un teólogo o un pastor? ¿Un conciliador o un reformista?

Además, no debe olvidarse que, aunque el cónclave tiene lugar en un espacio cerrado, su entorno está cargado de presiones externas. Gobiernos, grupos de poder eclesial, medios de comunicación y hasta servicios de inteligencia observan y filtran señales. Lo que ocurre en Roma repercute en todas las diócesis del mundo, y además en cientos de embajadas. Así como en la política mexicana el “tapado” era objeto de lecturas interminables, ahora los observadores vaticanos se esfuerzan por descifrar los gestos, los nombramientos recientes o incluso los viajes papales, buscando pistas sobre el posible sucesor.

Y en medio de todo, queda la dimensión espiritual. Porque, aunque el análisis político y geopolítico es inevitable, el cónclave en el fondo, es también una búsqueda de inspiración, de discernimiento, de “escucha del Espíritu Santo”, como dicen los católicos. A diferencia de una elección civil, aquí no hay campañas ni debates públicos. Solo reflexión, oración, negociaciones y votos secretos. Tal vez por eso, el cónclave sigue fascinando al mundo entero: porque, entre las sombras de la historia y los intereses humanos, aún pretende dejar espacio a lo sagrado.

La fumata bianca o humo blanco no solo anunciará un nuevo Pontífice: revelará, también, hacia dónde intentará caminar la Iglesia del siglo XXI. Y como en el México de los años dorados del priismo, el verdadero arte no está en elegir a alguien, sino en elegir a quien garantice la continuidad el sistema.

Lo demás —como siempre— será interpretado como voluntad divina.

Al tiempo

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