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“ERECCIONES” JUDICIALES 2025… ¿VALDRÁ LA PENA VOTAR?

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Por Eduardo García García

Vivimos tiempos de gran intensidad, como agarrados a un cable de alta tensión. La elección judicial que viene es un proceso sin precedentes, de enorme complejidad y… espantoso, porque no tiene nada de rescatable. En ese sentido, para muchos es una farsa que no supondrá la reinvención del Poder Judicial (corrupto, flemático, opaco, ineficiente, insensible, nepotista, inequitativo, desigual, impune, excluyente…), sino su captura por Morena y el gobierno de Sheinbaum. El primero de junio de 2025, los ciudadanos podremos emitir nuestro voto para designar a las personas que integrarán al Poder Judicial de la Federación, algo sumamente relevante e histórico.

    Sin embargo, gracias a su pésima organización, por parte del morenismo gandalla, a la dispersión de candidatos, muchos de ellos siniestros y en algunos casos únicos, además de una enorme abstención, con mucha anulación, se predice el desmoronamiento del de por sí catastrófico Sistema Judicial.

    Por eso, ante el fantasma de la ilegitimidad, los caudillos de la, dizque, cuarta transformación, acuden al acarreo (de los 15 a los 17 millones de votos que se esperan, sólo alrededor de tres millones serán de ciudadanos que acudirán a las urnas por voluntad propia, el resto vendrá de las bases que serán movilizados y acarreados en cada estado), a los “acordeones” ajustados para las boletas ininteligibles y al chantaje revestido como obligación moral. Es una tómbola. Todo lo que pensábamos exterminado del viejo sistema político mexicano, ahora es revivido por el nuevo partido dominante. La moneda está en el aire y mucho sigue en juego para definir el futuro nacional.

    ¿Pero qué está en juego? Nueve ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Dos magistraturas de la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Quince magistraturas de las Salas Regionales. Cinco integrantes del Tribunal de Disciplina Judicial. 464 cargos para magistraturas de circuito. 386 personas juzgadoras de distrito… Ufff. En las urnas se recibirán seis boletas de tamaño diferente, con colores distintos que corresponden a los diferentes cargos que están en juego y a sus candidatos. Más ufff.

    Los cuatro teatreros insultan a los críticos de la reforma judicial, a todas luces regresiva, pero exigen su voto. Los agreden por señalar que la erección empeorará la justicia, pero dicen que es un deber “ético” avalar el empeoramiento. Los descalifican porque se oponen a la destrucción de una democracia muy deficiente, pero que era mejorable, mientras demandan que se les otorgue legitimidad a los sepultureros.

Votar o no votar

El voto no es un cheque en blanco ni una declaración de fe, aunque en este caso sí lleno de esperanzas de que todo mejore en el Sistema Judicial en pleno desmoronamiento, sino una herramienta sumamente valiosa para expresar nuestras opiniones. No votar es como quedarse callado, al margen, pasivo frente a la realidad. Quien no acuda a las urnas abdica de su responsabilidad ciudadana y sacrifica sus derechos al dejar que otros decidan por él o ella, pero votar no es un acto libre y democrático si las reglas están amañadas y nadie entiende por quien está votando.  

    Por eso claro que dan ganas de no ir a votar, o de hacerlo en blanco; de mostrar de alguna forma nuestro rechazo no al sistema democrático –que en México sigue en pañales y que pese a sus imperfecciones y distorsiones y aun corrupciones, la mayoría de la gente aun prefiere-, sino a los politicuchos, jueces y, ahora diversos candidatos siniestros entre los que nos vemos obligados a elegir, que sirven mucho más a sus intereses personales, a sus partidos y al gobierno, que a los ciudadanos, a los que a menudo desprecian y parecen considerar un mero y enojoso trámite por el que tienen que pasar cada tres o seis o ahora hasta nueve años y a quienes por suerte sólo hay que encandilar antes de cada cita electoral.

    Por tratarse de un proceso histórico, anómalo, doloroso e ilegítimo, pero quizá necesario, iré a votar, al menos para elegir en el caso de ministras y ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, magistradas y magistrados de la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y magistradas y magistrados del Tribunal de Disciplina Judicial. En el resto de los casos, y dado lo complicado que resultó estudiar los perfiles y las propuestas de los candidatos, votaré a ciegas o anularé mi voto.

    En lo que sí estoy de acuerdo es en no conceder la legitimidad que le urge a la presidenta Sheinbaum y a sus merolicos morenistas y que ellos mismos dinamitaron al engendrar un proceso electoral incapaz de garantizar la vigilancia mutua, el escrutinio público, las actas públicas que no se publicarán en las casillas, los datos inmediatos accesibles, el PREP, el conteo rápido o las garantías mínimas. En ese sentido, no tengo la menor intención de avalar la concentración del poder disfrazada de voluntad popular. Un Apocalipsis urgido de aplaudidores.

    Hagamos votos para que el primero de junio se exprese con plenitud tanto la más amplia participación ciudadana como la inteligencia crítica de los votantes a la hora de que se encuentren a solas con crayón en mano y un extenso abanico de boletas a la vista y, quizá, un acordeón. Pero votemos, de lo contrario dejaremos que estos depredadores de la democracia se queden con el país. No hay que cedérselos, aunque vivimos agarrados a un cable de altísima tensión. Estamos jodidos.  

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