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GOBIERNO DE UNO

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Sucedió el 14 de marzo de 1975. En su única visita a Ciudad Universitaria, el presidente Luis Echeverría fue increpado por los estudiantes, a lo que éste respondió acusándolos de ser “fascistas” y de estar “manipulados por la CIA”.

Tal alboroto se armó, que el mandatario tuvo que ser sacado por la puerta trasera del auditorio de la Facultad de Medicina y huir hacia el estacionamiento.

Sobre Echeverría y su cuerpo de seguridad —encabezado por el teniente coronel Jorge Carrillo Olea, del Estado Mayor Presidencial— llovieron pedazos de macetones que los estudiantes habían quebrado. Uno de ellos pegó en la frente del Ejecutivo, que comenzó a sangrar.

Viendo el riesgo que corría Echeverría, el militar detuvo un auto particular y subió en él al Presidente. Atenazado por Carrillo Olea, el conductor pisó el acelerador justo cuando otro proyectil destrozó el medallón trasero del vehículo.

Para salir de Ciudad Universitaria, el auto tomó una brecha por la zona de reserva, cruzó arboledas y pedregales y salió por la avenida de los Insurgentes. Avanzó hacia el sur, en sentido contrario, y después tomó Periférico hacia el norte para dirigirse a la Residencia Oficial de Los Pinos.

El equipo de seguridad había acudido a la UNAM sin armas ni radios —como había ordenado el jefe del EMP, el general Jesús Castañeda—, por lo que el Presidente estuvo incomunicado 40 minutos.

Nadie, salvo quienes viajaban con él, sabía dónde estaba. Eso incluía al secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia, quien en esos momentos quería que se lo tragara la tierra.

“Ni en las enseñanzas recibidas ni en las experiencias acumuladas había pasado por la mente de Moya Palencia un trance de esa naturaleza ni lo que tendría que hacer llegado el caso”, relata mi compañero de páginas José Elías Romero Apis, en La banda del jefe, su libro de próxima aparición.

Moya Palencia contó a Romero Apis que, durante los 40 minutos que estuvo “perdido” el Presidente, “sintió un fortísimo dolor en el estómago y en el pecho y la vista se le nubló por unos instantes”. Enorme fue su alivio cuando el general Castañeda le marcó por la red para decirle que Echeverría estaba de vuelta en Los Pinos, “en perfectas condiciones”.

Recordé esta anécdota ayer cuando, en la conferencia de prensa que le tocó encabezar en lugar del presidente Andrés Manuel López Obrador —quien se encuentra aislado luego de haberse contagiado de covid—, Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación, no supo decir dónde estaba el mandatario.

“Está en su domicilio, hasta donde yo tengo conocimiento, en su domicilio particular”, respondió Sánchez Cordero a una pregunta.

Tuvo que intervenir el vocero Jesús Ramírez Cuevas para aclarar que estaba en Palacio Nacional.

­­—¿Está en Palacio? —preguntó, sorprendida, la titular de la Segob, como quien se entera de un sabroso chisme.

Es bien sabido que las responsabilidades de la Secretaría de Gobernación han menguado con el tiempo y que el inquilino de Bucareli ya no es aquel funcionario todopoderoso de antes. Pero que Sánchez Cordero no estuviese enterada de la ubicación del Presidente es muy difícil de entender. Y preocupante.

Sobre todo porque, de acuerdo con la Constitución, ella tendría que asumir las funciones del Ejecutivo, de forma provisional, en caso de que el Presidente estuviese incapacitado.

Pero su despiste de ayer tiene mucho que ver con el estilo de gobernar de López Obrador, quien concentra todas las responsabilidades y poco o nada delega. Muchos de sus colaboradores han de pensar que, si todo lo resuelve él, ¿para qué se meten? No vayan a hacer o decir algo que no sea de su agrado. Pueden ser desmentidos en la siguiente conferencia.

El analista Luis Estrada, quien realiza la mejor radiografía de las mañaneras, me dijo ayer en la radio que en esta primera conferencia sin López Obrador, a la secretaria de Gobernación se le veía como el mariscal de campo sustituto de un equipo de futbol americano, que sale al emparrillado de improviso cuando acaban de lesionar al titular. “El que entra de relevo no se sabe las jugadas y terminan atrapándolo atrás de la línea o lo interceptan”.

En este gobierno, todo gira en torno a un solo hombre. Si él no está, el equipo no sabe qué hacer.

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