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LA DISPUTA POR LA EDUCACIÓN

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Escrito por:   Mario Luis Fuentes

La discusión por la educación en torno a los libros de texto gratuito, en lo que respecta a sus contenidos y orientación, se ha centrado en tres aspectos: a) errores graves en la exposición de algunos temas, lo cual puede corregirse; b) errores gráficos, lo cual también puede corregirse; y c) una pretendida fuerte carga teórico-ideológica construida desde una visión marxista radical.

Que los contenidos de los libros de texto transmitan una visión de mundo y con ello, una ideología, no es algo nuevo. De hecho, así ha ocurrido desde que comenzaron a distribuirse de manera gratuita en el país en la década de 1960, bajo el mandato del presidente López Mateos, por cierto, uno de los principales referentes explícitos del actual presidente López Obrador.

Lo que sí es nuevo en los contenidos de los textos que pretenden distribuirse a las niñas y niños de México, es que presentan una visión maniquea del mundo, en la cual lo que se pretende enseñar es que en México ha habido personas malvadas (que van del porfiriato al neoliberalismo); y personas buenas, que son quienes encabezan y dirigen la llamada “cuarta transformación”.

Lo peligroso de este planteamiento no es que se lancen loas a los actuales gobernantes, sino que enseñan a pensar a las niñas y a los niños que el mundo está constituido de forma dicotómica y que existen exclusivamente “dos bandos”: neoliberales y conservadores versus progresistas; y, en consecuencia, que lo correcto y bueno es colocarse del lado de los segundos.

NI la vida ni el conocimiento están “organizados así”. Y por ello esos libros no deberían llegar a las escuelas; porque un sistema educativo nacional que se apegue al mandato del artículo 3º de nuestra Constitución no debe enseñar privilegiando una u otra postura, sino mostrarle a la niñez y a las y los jóvenes, que existen numerosas y diversas posturas de conocimiento.

El enorme reto que tiene nuestro sistema educativo es lograr que, a partir del conocimiento de la mayor cantidad de visiones del mundo y de la realidad, tengan la posibilidad de ejercer su libertad y elegir la que mejor les ayude a comprender la complejidad del mundo y de la vida.

Construir una propuesta educativa partiendo del supuesto de que en los últimos años sólo ha habido neoliberalismo; y que ahora lo que debe prevalecer es el llamado “pensamiento decolonial”, constituye un absurdo mayor. Y peor aún, pretender enseñar que las perspectivas teórico-metodológicas pueden ser etiquetadas como “perversas y malvadas” o como “bondadosas y solidarias”, constituye, por decir lo menos, una extravagancia.

De forma paradójica, los contenidos de los libros de texto reproducen el equívoco platónico, mediante el cual pretendía imponer la idea de que lo verdadero, es por definición bello y, en consecuencia, bueno.

Desde esta perspectiva, lo auténticamente peligroso es que los gobiernos, del signo que sea, pretendan imponer la visión de sus dirigentes a todos los demás. Porque cuando eso ocurre dejan de ser auténticos representantes del interés general para constituirse en líderes de cofradías que predican, antes que garantizar que cada persona piense y crea lo que decida que es mejor para sí, respetando en todo momento la decisión que tomen las y los demás para sus vidas.

La Fracción tercera del artículo 3º de la Constitución es clara en ese sentido: “II. El criterio que orientará a esa educación se basará en los resultados del progreso científico, luchará contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios”. Por ello, dice la propia constitución, además debe ser democrático, entendiendo a la democracia como forma de vida; la educación debe ser nacional, sin hostilidades ni exclusivismos; debe contribuir a la mejor convivencia humana; y debe ser equitativo.

El mandato constitucional es explícito: para garantizar lo anterior debe construirse un amplio consenso sobre los contenidos y criterios pedagógicos; y eso incluye a los libros de texto; y eso es precisamente lo que ni ahora ni antes ha logrado construirse a cabalidad.

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