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TODOS MUERTOS DE MIEDO

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POR EDUARDO EL CAPI GARCÍA GARCÍA

“El hombre más peligroso es aquel que tiene miedo”

                           Ludwig Börne

Tras el hallazgo del cuerpo sin vida de Irma Hernández Cruz, maestra jubilada y taxista de 62 años, víctima de extorsión, y secuestrada por hombres armados en el municipio de Álamo, en Veracruz, previamente exhibida y humillada en un video, el caso generó una ola de indignación y consternación en todo el país y a todos los niveles.   

Y, por si fuera poco, para muchos fue dolorosa la forma en que en un principio la presidenta Sheinbaum se refirió brevemente al tema: “Primero que se clarifique cómo fue la muerte de esta mujer…”. De “esta mujer”, dijo muy en su estilo. “Siempre hay que tener la información completa”, comentó.

Por su parte, la desgobernadora de Veracruz, Rocío Nahle, señaló que, aunque se encontraron rastros de que fue violentada (no indicó exactamente de qué manera), la maestra murió de un infarto, casi minimizando el asunto, pues no se trató de un asesinato directo, sino quizá doloso.

E insistió, muy molesta: “Desgraciadamente padeció un infarto, esa fue la realidad, les guste o no les guste (me recordó que esa misma frase la dijo Gustavo Díaz Ordaz, en una rueda de prensa antes de irse como embajador a España). Es de miserables… llevarlo a niveles de escándalo… Si lo hacen escándalo o no, yo tengo que informar… Yo soy la gobernadora y la responsable del estado y voy a dar la cara siempre, en los hechos buenos y en los hechos malos…” (SIC).

En fin, de acuerdo con este argumento, la profesora jubilada no murió asesinada, sino murió tan solo de miedo.

Este hecho, que nunca debió suceder, refleja que si algo ha logrado la creciente ola de violencia en nuestro país es la de confirmar una desoladora visión: cada vez más se viven situaciones ominosas y siniestras.

Los asesinatos, la violencia delincuencial, la inseguridad urbana, las extorsiones, los asaltos, los “ajustes de cuentas”, las masacres, los secuestros, por no mencionar que ahora ni muerto te escapas de ser violentado, pues puedes terminar como los cadáveres arrumbados en un crematorio de Chihuahua, en el que en lugar de cenizas entregaban basura, y, claro, la actual guerra entre los cárteles del narco, han desatado el miedo en casi toda la población. 

Y de la misma forma en que no debemos admitir los llamados “daños colaterales” de este proceso, tampoco debemos acostumbrarnos al miedo, pues deshumaniza y es peligroso, dadas sus consecuencias de todo tipo: psicológicas, sociales, políticas y culturales, entre otras.

Y si bien, hay varios tipos de miedos, ninguno tiene la misma contundencia que el miedo a la inseguridad urbana. Los jóvenes de hoy están contemplando un tipo de horror que mi generación no vivió.

En la actualidad, una generación entera ve y vive la violencia como única manera de salir de su condición de pobreza. O peor aún, como una manera de darle sentido a su vida (niños y niñas sicarias, traficantes, asaltantes y secuestradores menores). La violencia genera miedo, el miedo causa represión, y la represión solo genera más miedo y más violencia.

En los países del Primer Mundo, por ejemplo, los Estados Unidos, se traducen en otras vertientes. Miedo a perder la casa comprada recientemente. Miedo a quedarse sin empleo. Miedo a que la cultura propia sea destruida por la cultura de los inmigrantes. Miedo al otro que llega de fuera, al que invade, al que corrompe, al que quita los empleos, al que es diferente. Miedo a las instituciones más sólidas del pasado: la Ley, la banca, las corporaciones, las bolsas de valores. Miedo a perder el patrimonio. Sin olvidar su miedo al terrorismo y al narco terrorismo. La paranoia de Trump tomando posesión de la psique colectiva.

La salud también ha creado una forma de demencia. En su momento el sida cambió el modo en que la gente se relacionaba una con otra, creando una generación aterrada por un virus invisible y desconocido. La cultura del miedo llevada al amor y al sexo. El único remanente para un individuo presa de la angustia y el miedo, convertido en posible cementerio.

Y qué decir de la pandemia del Covid-19, que según datos de la OMS ocasionó casi 15 millones de muertes en todo el mundo (en México murieron más de 400 mil personas, casi cien mil más de los que el irresponsable gobierno lopez-obradorista reconoció). Esta realidad, y en su momento el uso masivo de cubrebocas, también hablaban de lo profundamente que estaba -y está- incrustada la cultura del miedo en nuestra sociedad.

VIVIR CON MIEDO

Aunque se trata de un fenómeno global, enfocándonos en nuestro país, la Ciudad de México y su zona conurbada (45 municipios del Estado de México y dos del estado de Hidalgo) es una metrópoli de más de 21 millones de personas (de acuerdo con el último censo realizado por el INEGI, en 2020, y la sexta más poblada del mundo), donde se viven diferentes tipos de miedos, pero ninguno tiene la misma contundencia que el miedo a la inseguridad urbana.

Y lo mismo sucede en Ciudad Obregón, en Culiacán, en Acapulco, en Tijuana, en Celaya, en Zamora, en Ciudad Juárez, en Colima, en Cuernavaca, por decir tan solo algunas.

El desempleo y el subempleo son registros cotidianos que han ido en aumento, y si bien no hay forma clara de ligar de modo mecánico desempleo con violencia urbana, estos factores sin duda se encuentran muy relacionados. El miedo es una guía para transitar la ciudad, es lo que orienta.

En las grandes urbes de México, hoy todo nos espanta y el miedo nos sirve de radar. Como sensación urbana, del miedo no puedes despegarte. Basta con caminar por un barrio desolado, imaginen Tepito, Iztapalapa o el Peñón de los Baños, por la noche, después de una intensa lluvia, sintiendo el ruido de los zapatos sobre el asfalto, y comprobar, después de mirar a ambos lados, que un grupo de individuos con aspecto amenazador se ha interpuesto en el camino o se acercan trepando motocicletas, y te das cuenta que no hay escape. Se te encoge el estómago y tu cerebro se pone alerta. No hay forma de controlarlos.

Imagina ahora que estos tipos que te han cerrado el paso sacan sendas pistolas y te apuntan. Puedes quedarte paralizado por el terror. O quizá decides hacerles frente (aunque increíble y peligroso, hay gente que lo hace). O huyes, también muy riesgoso. Lo más probable es que te dejes someter. ¿Pero, por qué? Porque estamos asustados.

Cuando salgo de casa por alguna razón y me veo obligado a transitar por las calles, lo hago con miedo, y con mucha precaución, mi paranoia. Al cruzar las avenidas (no solo los automovilistas, sino los cicleros, scuteros, patineros y, en especial, los moteros, literalmente se te van encima, y les vale gorro; si acaso te atropellan, sólo huyen), al abordar cualquier transporte público masivo (todo el mundo es capaz de pisotearte, golpearte o empujarte sin misericordia por cualquier razón, por ejemplo, haberte puesto en su camino) o al conducir tu automóvil (son altas las posibilidades de sufrir una colisión provocada por un conductor borracho, un motero irresponsable o por un montachoques o caer simplemente en un mega bache, de los que abundan en la ciudad). Y no importa si eres niño, joven, viejo, hombre o mujer. A todos nos toca.

Al regresar, y más si es de noche, cuando tomo un taxi o el trasporte público (las fallas del metro son el pan de todos los días y en los horarios más inoportunos), lo hago también con miedo. En el camino me convierto a cualquier religión y cuando llego a casa, le doy gracias al dios eventual por permitirme llegar con bien a mi destino. Y si no soy religioso, vuelvo a mis convicciones agnósticas. Parece un juego irracional, pero sucede. ¿O no creen?

Es lamentable, pero el miedo ha secuestrado a las metrópolis que conocíamos en México y no hay rastros de devolverlas. Y a cambio ha creado la ciudad del smartphone, la televisión, las redes sociales y el streaming. Uno transita por estos medios como por una gran aventura sin necesidad de tener que salir y exponerse, y así se pospone el miedo y restringe su andar por el mundo.

El miedo te hace desconfiado y los hechos cotidianos consolidan esa sospecha. ¿Cuántos elementos de nuestra despreciable y frívola clase política no es corrupta, incapaz o inútil o cuántos están al servicio del crimen organizado o viceversa? Tan solo algunas preguntas a las que no se les puede hallar respuesta, forman parte del clima de miedo: ¿en manos de quién estamos?

Si estamos en manos de la delincuencia, entonces mi miedo no sólo tiene razón de ser, ya no es sólo una guía urbana, sino una manera de entender la cruda realidad. Pero si también son políticos o policías, el terror se incrementa.

De acuerdo con los que saben del tema, como el psicoanalista argentino Pacho O’Donnell en su libro La sociedad de los miedos (2011), el miedo es un pacto territorial y psicológico de todos los días y su origen es la desigualdad social. Y aunque no se trata de ser pesimistas, se ve muy lejana la posibilidad de contener la monstruosa violencia que nos asuela cotidianamente.

Por supuesto, no existe una solución mágica, en nuestro caso, quizá convertirse en un ciudadano reflexivo y alternativo. ¿Qué hacer cuando los sangrientos acontecimientos que surgen como noticia día con día sólo provocan miedo? ¿Nos paralizamos o actuamos?

Y hay más. Miedo a un planeta enloquecido por obra de los seres humanos. Miedo al calentamiento global (no Trump, claro), a las extendidas temporadas de huracanes y lluvias torrenciales, a los calores extremos.

Y lo más terrible es que la cultura del miedo es la que genera la política del odio. La sospecha como norma, la condena estereotipada de quien es diferente a mí, la desesperanza.

De ahí la terrible sentencia proclamada por Sigmund Freud en El malestar en la cultura (1930): “La civilización humana no tiene otro camino que destruirse a sí misma”.

Qué tristeza de país, de mundo y de verano. Necesitamos un buen chapuzón, algo que limpie tanta porquería acumulada, pero me temo que esta temporada está resultando también ser un lodazal. Excepto para los que pueden darse el lujo, como algunos 4treateros morenistas, de huir a España, a Portugal, a Londres, a Ibiza o a Tokio.

Además de estos cínicos fulandrejos, algunos amigos, no muchos, que pueden también hacerlo, huyen de la ciudad, y hacen bien. Nos vemos en el Apocalipsis, me dicen, despidiéndose.

Nada como el 69 para romper el hielo. Hasta la vista Baby.

PERLAS DE LA SEMANA:

A DISFRUTAR DE LO VOTADO

«¿Nos van a pasar la lista en qué hoteles podemos estar y en qué hoteles no? Pregunto yo, porque robaban a manos llenas y ahora lo más que pueden decir de nosotros es que ‘ay es que contradicen’, no, no se contradicen nada…  Además, si lo pagas con tu dinero, es pura hipocresía, puro racismo, puro clasismo… ¿Quién decide qué es lujoso? ¿Quién lo decide? ¿Nos van a pasar una lista de hoteles, una lista de restaurantes?…”, Gerardo Fernández Noroña, el aún presidente de la Mesa Directiva del Senado, al salir en defensa del secretario de organización de Morena,  Andrés Manuel López Beltrán, quien fue captado en Japón utilizando los servicios de un hotel de lujo.

NO SON IGUALES, SON PEORES

Durante una conferencia de prensa ofrecida en Querétaro, la dirigente nacional de Morena, Luisa María Alcalde, también salió en apoyo de Andy: “La derecha y la oposición han tratado de instalar la narrativa de que somos iguales y NO somos iguales… En el pasado, los viajes y derroches se realizaban con dinero público, pero ahora son solventados con recursos propios… Coincidimos con la presidenta Sheinbaum de que todas y todos los dirigentes de Morena debemos actuar con el ejemplo… y entender que el poder es humildad”.

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