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SILOGISMOS
* El presidente está rodeado por una cauda de cortesanos sumisos, atentos a sus anhelos y deseos, pero incapaces de concretarlos o traducirlos en una verdadera política social
Por Antonio Ortigoza Vázquez
Especial de Expediente Ultra
Es una realidad insoslayable que Don López es, hoy, el hombre omnipotente y omnipresente. Es un personaje que ya fue contagiado por el poder presidencialista. Vive, incluso, enajenado.
Enaltecido psicológicamente en Palacio Nacional ha confinado su psique en un apando mental y cultural, nuestro personaje vive en dos planos de realidad: la verdad y la que supone que es.

La realidad es que Don López registra y coteja con arreglo a lo que se le informa, y quiere creer que es opuesta a la realidad del grueso del total de mexicanos. Es su verdad social.
Los planos de realidad, o realidades, en las que se halla atrapado el señor López bien pudieren describirse como un ardid que el otro “yo” del personaje le juega a su “yo”.
Al convocar a la unidad de los mexicanos en torno a actos de muerte ¿terrorismo? como el ocurrido en Tlahuelilpan, Hidalgo, de autoría desconocida aún, Don López fue rebasado por las realidades.
Una de esas realidades, empero, ya abrumó a la otra, dado su magro espectro de percepción política y sentido de los tiempos políticos. Aun no toma impulso para despegar su gobierno y un sinnúmero de ventarrones ha sacudido su administración.
En el primer plano, Don López exhibe la desnudez de su soledad interior. Y lo que muestra en el segundo plano es el aislamiento y pérdida de contacto con el contexto real que se vive en nuestra nación.
Cierto es que está rodeado por una cauda de cortesanos sumisos, atentos a sus anhelos y deseos, pero incapaces de concretarlos o traducirlos en una verdadera política social.
Tiene a su disposición un enorme ejército de civiles (policías, espías, burócratas) y militares –generales y almirantes, aviadores. Posee gran fuerza represiva.
Está rodeado, además de su legión cortesana y guías de vocación y oficio que no escatiman un falso afecto y admiración falaz por quien, proclaman, que hoy existe un México renacido.
También está rodeado de algunos socios en empeños y afanes económicos en el uso del poder formal –el del Estado– y de quienes, se sabe, son sus operadores políticos.
Pero don López goza de la cultura del presidencialismo que, pese a su notorio menoscabo en apuntalar sus promesas de campaña, le describe como un elegido salvador.
¿Por qué, entonces, vive don López una realidad efímera, si le rodean muchos hombres y mujeres que le manifiestan alta estima y profundo amor e inagotable admiración a su persona?
Por instinto e intuición, un grueso mayoritario de mexicanos cree en la buena fe de los motivos y las acciones de don López. Los mexicanos muy pronto se sentirán agraviados por éste gobierno.
Hoy, los agravios no son menores: incertidumbre social, despidos masivos que han creado un altísimo desempleo, una situación económica tambaleante, mentiras y engaños y desesperanza.
El yerro garrafal del hombre de Palacio Nacional es haber subestimado a los mexicanos e intentar arrancarles adhesión a un contrato social, que hoy es inexistente. Pero cada mañana, muy temprano busca el legitimar sus ocurrencias y más aún, alimentar la discordia social con sus acusaciones aderezadas con una dosis de “justicia” al culpar y dar a conocer actos de corrupción del pasado, algo que ha empantanado no solo a su gobierno, si no el andar de una nación.