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Noviembre 25. Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer
Por Elvira Hernández Carballido
Aunque ellas ya no estén —no puedes decir desaparecidas, muertas, asesinadas, botadas, quemadas, violadas, convertidas en número, sin nombre, sin voz, sin rostro— te asomas a la ventana, subes a la parte más alta de la casa, miras al cielo en el que ya no crees. Evocas esa leyenda de esas diosas del mar que pueden convertirse en agua, viento, león o fuego. Les dices que estás esperándolas. Entonas muy bajito una melodía en especial, sobre todo la estrofa donde se aconseja que para llorar es mejor frente al mar.
Fue la canción que pusiste una y otra vez durante ese día, el más triste de tu vida, cuando escuchaste como un eco esa terrible noticia. Te sentiste tan desarmada, tan sola. Trataste de no sentir más dolor inventándole una historia a cada nube. Hubieras querido solamente flotar y dormir para siempre.
¿Cómo se le dice a una madre que debe enterrar a su hija muerta? ¿Cómo se le llama a la mujer que se siente huérfana sin el cariño de su hermana, amiga, alumna, conocida, desconocida, mujer muerta-asesinada-desaparecida?
De nada sirve eternizar en tu piel la ropa de luto, pero empiezas a maquillarte a tu modo. No, no quieres ser la más hermosa, es un rito que traza las marcas que van prepararte para otra batalla: La sombra en el párpado, los límites de la desolación. La línea negra en el ojo, el llanto oscuro. El rojo en los labios, el grito de guerra. En cada trazo que afina tu rostro, la consigna de ni una más.
Ya te despintarás con el algodón de alguna nube o frente al mar, cuando esto acabe, cuando la encuentres a ella, a tantas más, cuando los golpes terminen, las violaciones no existan, el feminicidio desaparezca. Y ese día que vayas en busca del mar recordarás las historias compartidas, las que faltaron por contar, las que ellas se llevaron. Esos cuentos de ninfas marinas, de rituales para ofrecer el alma a las diosas del mar. Recordarás a las nereidas porque ellas te acompañan cuando hay penas en tu corazón, dan buenos consejos, te proveen de recuerdos y hasta saben llorar contigo. Hacen el coro más bello de sollozos, son ángeles del mar que consuelan, sirenas del cielo que transforman cada lágrima en un puño en alto.
Entonces el cielo se exhibe ante ti totalmente esplendoroso. Le buscas formas a las nubes. Aprietas tus labios pintados de rojo. Si pudieras transformarte en agua, viento, león, fuego… Una diosa de mar que se acurruca en el cielo. Descubres que una nube tiene forma de nereidas que se abrazan. Te unes a su coro:
Que ninguna puñalada más nos convierta en cascadas teñidas de rojo. Ningún grito nos debilite, ningún insulto nos paralice. Que ninguna bala perfore nuestra alma. Que nadie me siga y tape mi boca. Que nadie me jale y me lleve a la fuerza. Que sus patadas se detengan. Que su odio se esfume. Respiro y no. Despierto y no. Por las que duermen eternamente. Por las que despertamos cada día al grito de ni una menos. Que un canto de nereidas nos dé la fuerza debida, la sensibilidad necesaria, la voz que les duela cuando nos lastiman, aunque no me conozcas, aunque quieran convertirme en cifra, porque existo, aunque ya no estoy, pero soy, somos, seremos, canto de nereidas que agitan todos los cielos, que te empapan como mil mares para resistir.