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EL CASO KAREN Y LA SOCIEDAD DE LAS «PERSONAS BUENAS Y LAS PERSONAS MALAS»

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*La opiniones sobre el “caso Karen” se mueven mayoritariamente en dos extremos: a) quienes han criticado la falsa alarma generada y b) quienes responden a esta crítica calificándola de machista y misógina.

Por Saúl Arellano/MexicoSoxial.org/@saularellano

En México existe una desigualdad estructural entre mujeres y hombres, determinada por el machismo y la prevalencia del patriarcado como eje de articulación del modelo político-económico capitalista. Así son las cosas.

En este contexto, vale la pena destacar dos indicadores: 1) el 17.7% de las personas con hijas e hijos, declaran que les es imposible o muy difícil encontrar a quien les ayude a cuidarlos cuando es necesario; y 2) el promedio de horas semanales, sin pago, que dedican las mujeres al cuidado exclusivo de hijas, hijos, personas enfermas, adultas mayores o con alguna discapacidad, es de 23.3 (media jornada laboral).

Estos datos son relevantes porque permiten encuadrar el contexto en el que se dio el ampliamente conocido “caso Karen”, y respecto del cual, para no variar, las opiniones que se han emitido se mueven mayoritariamente en dos extremos en el que se divide al mundo de la vida en dos sectores: a) el de quienes han criticado el caso por la falsa alarma generada; y b) el de quienes responden a esta crítica calificándola de machista y misógina.

En la vida, es un lugar común decirlo, pero así es, hay matices y no todo puede ni debe verse en la monocromía del blanco y el negro. Y este caso permite ilustrarlo con amplitud; por lo que resulta por lo menos interesante tomar cierta distancia y analizarlo desde una racionalidad distinta.

CASO KAREN ESPÍNDOLA: LOS HECHOS

El día 3 de diciembre por la noche, el hermano de la persona de nombre Karen, publicó en redes sociales su preocupación por la posible desaparición de su hermana. Motivos suficientes tenía: a) la mujer avisó a su mamá que se había subido a un taxi rumbo a su casa; b) avisó que el chofer se veía sospechoso y era grosero; c) después del mensaje no respondió más a los mensajes que su familia le enviaba para saber cómo y dónde estaba.

El efecto en redes sociales es de todas y todos conocido; hubo regocijo porque la mujer regresó a su casa sin haber sufrido ningún daño; hasta que por la noche del día 4 de diciembre, en el noticiario que conduce Ciro Gómez Leyva se presentó un video donde se muestra a la mujer que aparentemente había sido secuestrada, en realidad había estado aparentemente todo el tiempo en un bar, del cual parece que salió en la madrugada, lo cual pone en duda la versión originalmente dada respecto de que había estado en peligro y posiblemente secuestrada.

LAS REACCIONES

A partir del video presentado por Ciro Gómez Leyva se suscitaron dos tipos de reacciones polarizadas: a) una en la que se atacó al periodista por haber utilizado una “filtración” -que no fue tal-, y por una pretendida “prisa por desacreditar la historia de Karen”. Se le acusó de misógino, machista, insensible, enemigo del movimiento feminista y otros adjetivos más que también le fueron endilgados a todos aquellos que, de algún modo, mostraron escepticismo respecto de la veracidad de la desaparición de esta persona; y, b) del otro lado, se generaron reprobables comentarios, esos sí machistas, relativos a la “conducta moral de Karen”: que si estaba emborrachándose, que si se había ido con un hombre, etcétera. De lo que además se valieron algunos y algunas para desacreditar a los movimientos feministas y de crítica ante la intolerable violencia y la ola de feminicidios y asesinatos de mujeres.

Como fin de la historia, el 5 de diciembre, en su declaración ante la Fiscalía de la Ciudad de México, la presunta víctima declaró que efectivamente estuvo en el bar, que nunca se subió al taxi, y que ella apagó su celular hasta el día siguiente.

UNA POSIBLE INTERPRETACIÓN

Es evidente que la joven protagonista de esta historia nunca se imaginó que el mensaje que envió iba a causar las reacciones que se generaron, y menos aún pudo haber dimensionado a priori el impacto nacional que su caso iba a tener. No se le puede acusar, en ese sentido, de mala fe ante la opinión pública, pues es evidente que no se imaginó o pensó que su hermano redactaría un tuit tan eficaz, y que la solidaridad iba a manifestarse en la medida que se hizo.

Desde esta perspectiva, lo que ocurrió en redes sociales y en la discusión pública fue y es ajeno a ella. Y por eso es importante interpretar qué es lo que ocurrió, porque de otro lado, es cierto que su acción fue irresponsable al mentir como lo hizo.

Para ilustrar esto último vale la pena señalar a las personas que se dedican a llamar a los números de emergencia, reportado falsos casos de alarma. En este caso, lo que debemos pensar y celebrar como sociedad es que a cada una de esas llamadas hay alguien que responde, así como servicios de atención que se activan de inmediato. En ese caso, quienes hacen un mal uso de estos servicios pueden hacerse acreedores a una sanción, pues implican una deliberada acción que puede distraer la atención respecto de casos que sí constituyen auténticas emergencias.

No es el caso de Karen. Ella no fue quien activó la alerta; fue su hermano a partir de una acción que ella sí provocó, al mentir. Pero a su hermano de lo que menos puede hacérsele responsable es de haberse preocupado por la integridad de su hermana; en esa lógica, ninguno de los dos, en sentido estricto, podría haberse hecho acreedor a una sanción de parte de la autoridad, y qué bueno que así fue.

LECCIONES QUE PODEMOS APRENDER

Ante la posibilidad de que haya una mujer en una situación de riesgo, de la magnitud que sea, siempre lo deseable será que haya protocolos y acciones efectivas de intervención de la autoridad. En ese sentido, parece que, al menos en la Ciudad de México, se está avanzando positivamente.

Las redes sociales pueden ser poderosos amplificadores de mensajes privados, y con ello, detonar discusiones públicas. Desde esa perspectiva, sus usuarios tenemos una doble responsabilidad: 1) evitar su uso para propagar mentiras o información imprecisa o no verificada; y 2) evitar juicios prematuros y ligeros o fáciles con base en nuestros prejuicios, posiciones ideológicas, simpatías, filias o fobias.

Ninguna causa particular es defendible a priori, por justa que parezca; y aunque éste no es necesariamente el caso, a la luz de otros eventos nefastos como el de “Frida Sophía” durante los sismos de 2017, es dable pensar en la necesaria mesura y en la facilidad con la que las masas digitales pueden reaccionar ante ciertos estímulos. En ese mismo sentido, es menos aún deseable una opinión pública enardecida dispuesta a agredir, insultar, descalificar y etiquetar a quien manifiesta una posición que no necesariamente concuerda con lo que piensa o asume la mayoría.

Si bien es cierto que ninguna persona debería ser linchada o sancionada por el tribunal mayoritariamente anónimo de las redes sociales, también lo es el hecho de que todas y todos deberíamos ser responsables por lo que decimos o dejamos de decir. Todo este caso inició con una mentira; y en ese sentido muestra que, pensar todo o valorar todo desde meras abstracciones, puede llevar a yerros de juicio relevantes. En esa misma lógica, la protagonista de esta historia no es responsable sino de haberle mentido a su familia; no más, pero tampoco menos, y de haber provocado con esa mentira una reacción que no midió. Si estaba en un bar, si bebió, si estaba con quien se le pegó la gana, es un asunto de su vida privada, y nada más.

El “caso Karen” mostró una sociedad absurdamente polarizada; en la que o definitivamente se está a favor, sin crítica o valoración previa, de las agendas consideradas como progresistas, so pena de ser acusado de las peores prácticas sociales; o en el otro extremo, todo se descalifica y todo se minimiza, legitimando con ello a las y los realmente peligrosos para la sociedad: las personas que ejercen la violencia y que lastiman y dañan a otras.

Este caso nos muestra también que nada de lo que ocurre socialmente en materia de violencia es menor y mucho menos puede ser tomado a la ligera. Utilizar el gravísimo contexto en que vivimos, para justificar u ocultar decisiones estrictamente personales es un acto de irresponsabilidad que, en este caso, no generó ninguna consecuencia ni dañó a nadie; pero que pudo haberla generado. Y en esto la responsabilidad individual, aún con todo lo señalado, no puede ser excusable o eludible.

En esta polarización, es relevante decir que el hecho de señalar públicamente que no se trató de un caso de secuestro, no significa automáticamente y de manera maniquea, que se hubiese preferido que apareciera muerta o con severos daños. Se trata de evitar, al menos es mi caso, la banalización de las condiciones de violencia en que vivimos. De no utilizar la indignación pública, el miedo y la frustración ante ello, para justificar una o varias decisiones personales, del tipo que sean.

Finalmente, debe subrayarse que “el caso Karen” mostró lo mejor y lo peor de la sociedad mexicana: por una parte, quienes desinteresadamente creyeron que era necesario ayudar, que aún después de lo ocurrido preferirían siempre contribuir a una causa noble; y del otro, los violentos de siempre, los misóginos y los machistas, que buscaron legitimar la tétrica realidad nacional, junto con quienes de manera irracional y desde la desmesura, se dedicaron a repartir adjetivos insultantes a quienes llamaban a la prudencia que el caso ameritaba.

En resumen: nuestra sociedad debe consolidar a sus instituciones y mecanismos de respuesta ante cualquier situación de emergencia, peligro o amenaza, preferentemente para la protección de niñas, niños y mujeres, o de otros grupos de población en condiciones de vulnerabilidad social.

Lo que nos muestra este singular caso es precisamente que las personas nos movemos siempre entre la autonomía de nuestras decisiones individuales y nuestra pertenencia colectiva. Que siempre nos podemos equivocar; que nadie está a salvo de cometer un yerro de consecuencias públicas relevantes. En esa lógica, lo esperable de todas y todos, en una sociedad civilizada, es actuar con la mayor responsabilidad posible, sin arrogarnos el derecho de llevar a cabo juicios sumarios sustentados en prejuicios, por más nobles y loables que puedan parecernos.

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