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HISTORIA SIN ADJETIVOS

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Un día como hoy, 23 de septiembre, hace 54 años, un grupo de admiradores de la Revolución Cubana quiso emular el asalto al Cuartel Moncada atacando el destacamento militar de Ciudad Madera, Chihuahua, 300 kilómetros al noroeste de la capital estatal.

Conformado por disidentes del Partido Popular Socialista y miembros de la UGOCM, el llamado Grupo Popular Guerrillero había decidido casi dos años atrás emprender la lucha armada, siguiendo la tesis del foco guerrillero que llevó al poder a Fidel Castro, El Che Guevara y sus simpatizantes en 1959.

Fueron trece hombres los que tomaron parte en esa acción, al amanecer del 23 de septiembre de 1965, pero el número de atacantes y la precariedad de su armamento coloca en el absurdo la pretensión de tomar una instalación militar en la que había 125 soldados bien pertrechados.

Ocho de los trece murieron, entre ellos sus líderes, Arturo Gámiz y Pablo Gómez. Bien conocida es la frase que pronunció el gobernador del estado, el viejo general villista, Práxedes Giner Durán: “¿Querían tierra? Denles hasta que se harten”.

Aunque la toma del cuartel de Madera fracasó, fue el punto de arranque de casi tres lustros de lucha guerrillera en México. Los sobrevivientes formaron el Movimiento 23 de Septiembre (M23), cuyo líder, Óscar González Eguiarte, murió en un enfrentamiento con el Ejército en Tesopaco, Sonora, luego de una persecución por la sierra.

Los restos del M23 se unieron con algunos de los guerrilleros formados en Corea del Norte –el Movimiento de Acción Revolucionaria– y éstos, junto con jóvenes que provenían de otras organizaciones armadas y disidentes del Partido Comunista y miembros de la Acción Católica dieron vida al principal grupo de guerrilla urbana que haya existido en México: la Liga Comunista 23 de Septiembre.

La historia de guerrilla fue breve. Para diciembre de 1974, la mayoría de sus participantes estaban muertos, como Lucio Cabañas; desaparecidos, como Ignacio Salas Obregón; exiliados, como Paquita Calvo, o encarcelados, como Gustavo Hirales. El gobierno del presidente Luis Echeverría había lanzado contra los alzados una campaña sin cuartel, llevando como punta de lanza a una organización ilegal, no reconocida oficialmente, la llamada Brigada Blanca.

Ese periodo de la historia de México ha sido motivo de investigaciones académicas, que han dado lugar a diversas publicaciones.

Es cierto que a esa labor todavía le falta mucho por escudriñar, para poder comprender esa época en toda su dimensión. Pero lo que de nada sirve es llenarla de adjetivos, como el calificativo de “valientes”, que el cesado director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), Pedro Salmerón, endilgó a los guerrilleros de la Liga Comunista Espartaco –parte de la LC23S–, que intentaron secuestrar y mataron al empresario Eugenio Garza Sada en septiembre de 1973.

Tampoco entiendo por qué el gobierno federal reconoció ayer domingo, en una ceremonia oficial, a los participantes vivos de la acción de Ciudad Madera, en la que murieron seis soldados.

Muchos de los exguerrilleros entraron en un proceso de rectificación después de su derrota. Por ejemplo, Paquita Calvo, militante del Frente Urbano Zapatista, quien dijo al escritor Vicente Leñero, en 1977, que la lucha armada estuvo equivocada.

“Un error fundamental de la izquierda en México ha sido el de moverse permanentemente en el terreno ideológico, ideologista, demostrando con ello una incapacidad política absoluta para actuar en el contexto de las masas trabajadoras”, afirmó.

Al renunciar a la violencia, varios exguerrilleros aportaron en la lucha por la democracia, que muchos mexicanos ya desarrollaban de forma pacífica desde finales de los años 40. En todo caso, esos son los verdaderos valientes: los que pelearon sin armas, con la ley en la mano, por las libertades que gozamos e hicieron posible la llegada de Morena al poder.

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