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Por Samuel Cantón Zetina / @SamuelCanton
Hay tantas leyes para evitar que continúe el saqueo del patrimonio nacional, y sin embargo falta una que persiga el dinero que los expresidentes de México gastan a manos llenas luego de dejar el poder.
Si en ejercicio disponen a su antojo del tesoro patrio, al menos que el país tenga la opción de seguir sus pasos para -cuando menos- contener que dilapiden con descaro lo que se llevan.
Es atribución de los mexicanos exigir que la burla no vaya más allá de un sexenio.
Viene a cuento porque Carlos Salinas de Gortari se nacionalizó español -“sin menoscabo”, dijo él, de su identidad mexicana-, y luego de leer sus razones.
Son “de origen genealógicas, afectivas, y de congruencia con una visión moderna de las interrelaciones entre naciones y nacionalidades”.
¿What?
Básicamente, alegó su derecho a contar con una segunda nacionalidad “sin necesidad de ninguna justificación”.
No es que queramos a estos tipos en casa, pero tampoco se puede soslayar que como monarcas defecan sobre la República.
Salinas vivió en Irlanda -“el Duende de Dublín”, le trabaron-, y luego en Gran Bretaña, y aunque le preguntaron si cambiará residencia a la Península Ibérica, salió con que México “es su patria”.
Evidentemente -para eso se nacionalizó-, vivirá por largas temporadas en España.
No hace mucho, comió en un restaurante de Salamanca propiedad del chef mexicano Pedro Evia.
Peña Nieto obtuvo la visa dorada por una inversión de un millón de euros, y adquirió de contado un departamento en Madrid por otro medio millón de EUR, propiedad que hace unos meses puso a la venta.
Tal vez por precaución -se hablaba de “irregularidades” en sus ingresos-, no asistió a la boda de la hija Paulina en Edomex, en septiembre.
Zedillo y Calderón viven en EEUU, aunque -se supone- han trabajado y ganado dinero allá como para mantener el lujoso ritmo.
¿Por qué nadie les pide cuentas sobre el origen de los recursos con que siguen viviendo como reyes en el extranjero?
