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Por Mario Luis Fuentes/ @MarioLFuentes1 /@MexicoSocial_
Hay que decirlo, el lenguaje del líder visible del movimiento denominado como FRENAA es cada vez más irracional, vulgar y violento. Octavio Paz alertaba que con la vulgarización del lenguaje iniciaba la vulgarización de la política; y haciendo el parangón, con la violencia verbal inicia la violencia también la violencia en la política.
Del otro lado, de parte de muchos simpatizantes del movimiento que encabeza el presidente López Obrador, las expresiones violentas también han estado a la orden del día, y se han proferido de manera constante y creciente, lo cual es doblemente preocupante porque se hace desde el poder.
En lo que respecta al uso violento de la palabra, no le asiste la razón a ninguno de los bandos; la violencia siempre conducirá a más violencia; y ésta puede tomar formas que ya hemos conocido en otros momentos de la historia, que de ningún modo queremos que se repitan en nuestros días.
El presidente ha llamado en muchas ocasiones a que sus adversarios “se serenen”; pero él mismo constantemente les reta, se burla, utiliza la tribuna del máximo poder del Estado para ejercer lo que él denomina “derecho de réplica”, sin comprender que al Jefe del Estado no le está permitido retirarse la investidura ni por un instante, como con sorna lo ha dicho en conferencias recientes.
El presidente de la República ha sido bastante explícito en mostrarnos que es un hombre que quiere pasar a la historia y ser recordado como uno de los mejores mandatarios del país; pero para ello no basta con la enorme simpatía popular que le llevó a la primera magistratura y de la cual aún mantiene elevados niveles; en el desempeño del gobierno más que buenas intenciones se requiere de eficacia institucional y el permanente ejercicio de política de altura.
Hoy, el Jefe del Estado enfrenta retos formidables; en dos de los cuales se sintetizan múltiples problemas y rezagos históricos: ¿cómo recuperar el crecimiento económico en medio de la pandemia de la COVID19, y con base en ello iniciar la construcción de un auténtico Estado de bienestar? Y el segundo: ¿cómo detener la violencia homicida que no cesa, y que en su mandato ya ha provocado más de 60 mil víctimas?
Durante su campaña, el presidente de la República ofreció reconciliar al país; pero a lo largo de sus ya casi dos años de gobierno, se ha atrapado a sí mismo en una retórica de permanente confrontación, incluso con colectivas y grupos que tienen legítimas demandas y que no pueden de ninguna manera ser tachados de conservadores, tal como el movimiento feminista, los colectivos de búsqueda de personas víctimas de desaparición forzada, y los movimientos emergentes de niñas y niños que no tienen medicinas para salvar la vida.
El presidente es un hombre que cree que el ejemplo personal cuenta; y en estos momentos, el suyo debe ser ejemplar, porque en las grandes crisis, las tentaciones autoritarias emergen como mala hiedra, y logran convencer a millones de que la solución se encuentra en líderes conservadores y autoritarios, como ya ocurrió en varios países europeos, en Brasil y en los propios Estados Unidos de América.
La única forma de salir bien librados de esta crisis es promoviendo un auténtico proceso de unidad nacional; convocando a las mejores mujeres y hombres a construir nuevos consensos para el presente y el porvenir, siempre con base en una posición tolerante y abierta al pluralismo y la diferencia.
Después de su contundente victoria en el 2018, el presidente y su equipo asumieron que no necesitaban de nadie más que de sus leales y simpatizantes de su movimiento para transformar el país; pero ni había 60 mil muertos por la violencia ni caso 80 mil defunciones por la pandemia; ni la perspectiva económica para este año era de una caída de más de 10% del PIB.
No son tiempos para la mezquindad en ninguno de los bandos; lo que urge es la reconciliación nacional; y ante todo, entender que la violencia no cabe en la democracia; si dejamos que crezca, habremos de pagar costos indeseables y a todas luces negativos para todas y todos.
Vicepresidente del Patronato de la UNAM