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LOS MOTIVOS Y ENEMIGOS DE LA REVOLUCIÓN DE AYER Y DE HOY

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*  Al conmemorarse el 114 aniversario del estallamiento de la Revolución Mexicana, vale la pena reflexionar sobre los las causas que motivaron la lucha armada de 1910, que costó la vida a un millón de compatriotas y cuyas demandas sociales se plasmaron en la Constitución de 1917; hoy, el espíritu del represor y traidor Porfirio Díaz, enfrenta al pueblo de México a otros enemigos, ahora conocidos como NEOLIBERALES

Por Antonio Ortigoza Vázquez / @ortigoza2010

Para millones de mexicanos, la forma de organización económica y política prevaleciente es ajena a lo planteado por nuestra Carta Magna, promulgada en 1917 a resultas de una guerra fratricida terrible.

Esa guerra –la Revolución Mexicana, épica y, a la vez, epopéyica  por sus móviles, por una honda mística de  reivindicación social– costó la vida a un millón de connacionales.

Ese precio fue muy alto, sobre todo si se toma en cuenta que al concluir la década de 1910 a 1920 la población de México era de entre 10 y 15 millones de personas. Pereció, pues, el 8 ó casi 10 por ciento de la población.

Para comprender la magnitud de ese sacrificio acudamos al método comparativo: el casi diez por ciento de la población de México hoy sería más o menos de diez millones de personas.

Desde esta perspectiva que nos ofrece un cotejo comparativo, cualquier mexicano del presente tendría que reflexionar acerca de los motivos de esa lucha tan costosa en sangre de mexicanos.

Esos motivos, sería la reflexión, debieron haber sido muy poderosos, insalvables aún para la vía de la negociación política que no se dio porque los potentados del poder se nutrían de la soberbia.

La arrogancia del poder –tanto el formal, emblematizado en Porfirio Díaz, como el fáctico– se sustentaba sobre la fuerza represiva y la corrupción rampante.

El maiceado es un coloquialismo que identifica una institución mexicana. Como si se le diera maíz a un ave, se le daba, y da, dinero a un político que vendería su voluntad o su lealtad.

Si la práctica del maiceado para subordinar voluntades y lealtades fallaba, el poder empleaba otras alternativas: la censura extrema, por ejemplo: el secuestro –o la desaparición forzada–, la tortura y el asesinato.

Existía, asimismo, el cerco mediático: silencio en torno a los opositores y sus actividades. Silencio y, por añadidura, descrédito. La prensa de entonces ignoró a los Serdán y a los Flores Magón.

Pero ellos no cejaban. ¿Qué los motivaba? ¿Cuáles eran sus razones para oponerse a Díaz, exponiendo con ello sus vidas y las de sus familias? ¿Por qué luchaban contra una dictadura que simulaba la democracia?

Esto nos lleva al fin del periplo reflexivo que concluye con la percepción de que las causas de la Revolución Mexicana debieron haber sido abrumadoramente poderosas para su realización heroica y accidentada.

Las causales de la Revolución Mexicana fueron miríada. No hubo una causa preponderante sobre las otras, aunque así pareciera y todavía parece, a 114 años de su inicio convencional, el 20 de noviembre de 1910.

Esta Revolución se fue gestando desde fines del siglo XIX, con sucedidos y ocurrencias no muy diferentes, en lo histórico e historicista, de los registrados hoy. Pero hoy, paradójico, esa represión hacia el pueblo mexicano, podría no ser el poder político, sino el poder del crimen organizado.

En 1896, hubo muchos brotes de descontento, movilizaciones sociales. En 1906, lo mismo, estallidos de irritación obrera y campesina. La masa depauperada se mostraba acrecentadamente embravecida.

Se respondía con garrotazos. El poder, sordo e insensible a las demandas populares –como lo fue en los gobiernos panistas y priístas– e inepto, corrupto e indiferente a las necesidades del pueblo sólo reaccionaba de dos maneras: a palos. O con simulación. Y maiceo.

La institución del maiceo tiene un propósito estratégico: cooptar.

Y como olvidar al PRI ostentándose, aún estos días, en una postura sedicente como heredero de la Revolución Mexicana, denominándose, inclusive, Partido Revolucionario –sí, revolucionario– y, como añadido de colmo, hasta Institucional.

La Revolución alcanzó su apogeo ideológico en  la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, de enorme trascendencia.

Pero esa trascendencia que en su momento la puso a la vanguardia de las constituciones en el mundo, ha sido modificado parcialmente centenas de veces, para ir desmantelando sus enunciados sociales porque los herederos de la Revolución no son revolucionarios, sino lo opuesto, contrarrevolucionarios.

Ese desmantelamiento del entramado social de la Constitución –que dicho sea a la pasada el poder en los hechos no acata y no pocas veces desacata impunemente– ha tenido un efecto perverso para unos y glorioso para otros.

Y ese efecto perverso es que se ha vuelto, en un giro macabro del continuum de la historia, a las causales mismas de la Revolución Mexicana y sus manifestaciones iniciales en los siglos XIX y XX.

La reivindicación axial de este sismo social fue la de recobrar para el pueblo de México la soberanía sobre su patrimonio nacional. Hablamos de petróleo y otros tesauros de importancia estratégica.

Por estos días, el PAN y el PRI –contrarrevolucionarios y antisociales por antonomasia y maiceo oportunista– intentan revertir esa reivindicación axial. Buscan el perdón a su atropello histórico, ese que los volvió potentados políticos, empresarios exitosos y cínicos políticos.

La Revolución de hoy, curioso, sigue teniendo como antípodas a los herederos de ese Porfirio Díaz que entregó en charola de plata al país a los intereses extranjeros, ahora llamados NEOLIBERALES.

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