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Por Samuel Cantón Zetina / @SamuelCanton
Convengamos que no es la reforma que hacía y hace falta.
Y que tampoco son las formas de presentarla…
Pero la modificación aprobada acaba con privilegios, intereres creados, y con el deshonesto imperio que unos cuantos -para su provecho- hicieron del Poder Judicial.
Termina con la enorme red de corrupción que jueces, ministros y magistrados tejieron por años -los del PRIAN- con autoridades, legisladores y delincuentes.
Justicia al pueblo, slogan de discurso y de campaña, brilló por su ausencia.
Lo que murió hoy fue una desvergonzada y reiterada venta de fallos y resoluciones al mejor postor.
Por eso, en ese juego exclusivo de privilegiados, a nadie interesó ni convenía el cambio.
Si López Obrador no hereda la reforma ideal, sí lega una que otorga a México una segunda oportunidad de corregir y hacerlo bien.
Peor que aventurarse en una renovación imperfecta, así sea de última hora, era haber dejado al Judicial intacto: podrido y sucio.
Curiosamente, porque AMLO fue congruente con su dicho de “Primero los Pobres” -el país cuenta ahora con una sólida estructura de respaldo a los más vulnerables-, los trabajadores de la Corte (gente honesta y sencilla) se oponen a la limpieza del poder.
No leen correctamente al sexenio, o -francamente- son manipulados por los eruditos abusivos que convirtieron al Judicial en un botín.
Tocará a la presidenta Claudia Sheinbaum, y a los diputados y senadores entrantes, diseñar una estructura administrativa donde nadie pueda volver a adueñarse de ese pilar del Estado Mexicano, pero sobre todo, para que ese poder -como debió ser siempre- sirva al pueblo de México.
A sus intereses, y nada más…