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¿MISIÓN CUMPLIDA?

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CIUDAD DE MÉXICO, 01SEPTIEMBRE2020.- Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, acompañado de su esposa Beatriz Gutiérrez Müllerrindió su segundo informe de gobierno ante secretarios, secretarias y empresarios, en las inmediaciones del Patio de Honor de Palacio Nacional. FOTO: GALO CAÑAS /CUARTOSCURO.COM

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El 1 de mayo de 2003, el presidente George W. Bush aterrizó en un avión S-3 Viking de la Marina estadunidense sobre la cubierta del portaaviones nuclear Abraham Lincoln, anclado a unos 50 kilómetros de la costa del sur de California.

La nave acababa de regresar del Golfo Pérsico, donde participó en la invasión de Irak y el derrocamiento de Sadam Husein. El aterrizaje de Bush fue planeado como un acto escenográfico. Aunque viajó como pasajero, el mandatario vistió ese día un overol de piloto, mismo que mudó por un traje con corbata antes de dirigir un discurso a la tripulación.

“Las principales operaciones de combate en Irak han terminado”, afirmó. “En la batalla de Irak, Estados Unidos y sus aliados se han impuesto”.

Atrás de él, colgado en el puente de mando del portaaviones, una manta decía: “Misión cumplida”.

Pero ¿realmente se había cumplido la misión? Con el paso del tiempo se vería que no. En los cuatro años que siguieron al golpe publicitario de Bush, murieron tres mil 500 soldados estadunidenses en el país asiático. Y Washington acabaría retirando a casi todas sus fuerzas, con lo que Irak se convirtió en un sangriento terreno de batalla entre el gobierno títere impuesto por Estados Unidos y los terroristas del Estado Islámico.

Los políticos confunden a menudo sus deseos con la realidad. De eso me acordé al escuchar al presidente Andrés Manuel López Obrador afirmar, en su mensaje del martes en Palacio Nacional, que el próximo 1 de diciembre quedarían sentadas las bases de la Cuarta Transformación.

La guerra de Independencia duró 11 años, la Reforma tres y la Revolución siete, pero López Obrador está confiado en que “los cimientos del México del porvenir” habrán quedado colocados cuando él cumpla apenas dos años en el poder.

¿En qué se basaría el Presidente para hacer tal afirmación? Quién sabe. Lo indudable es que tiene una capacidad insuperable de construir narrativas. La de la “mafia del poder” fue tan poderosa y convincente para millones de personas que en ella fincó su triunfo electoral de 2018.

Sin embargo, declarar que el trabajo estará terminado dentro de apenas tres meses, cuando se le atravesaron una pandemia y la peor crisis económica en un siglo, implica otra clase de reto.

Para que quede claro: López Obrador no está pidiendo más tiempo para cumplir con la tarea. Está presumiendo que, con todo y estos pesados factores supervinientes, él continúa por el mismo camino y terminará de sentar “las bases de la transformación” justo en el tiempo programado: dos años.

Es más, el covid-19 no sólo no es un obstáculo para él,  sino una ayuda. “Esto nos vino como anillo al dedo”, declaró a principios de abril. Es decir, que incluso los imponderables acaban ajustándose a su proyecto.

El problema es que la idea de cambio que ha enarbolado el tabasqueño desde hace tres lustros siempre ha estado ligada con la necesidad de una mejoría de las condiciones de vida de la población. Y tarde o temprano, la realidad habrá de alcanzarlo y hacer cuentas con él.

Hasta ahora ha sabido prolongar el discurso de campaña que tan hábilmente perfeccionó en el curso de los años. Tal vez las elecciones de 2021 le den la oportunidad de seguir en el juego de la polarización y de afirmar que “los conservadores” quieren tirar el edificio de la “transformación”. Pero, en última instancia, la gente no se alimenta de palabras ni puede construir con ellas el bienestar de su familia.

Tarde o temprano, la Cuarta Transformación tendrá que mostrar algo tangible. No una mera esperanza, no una estadística que se puede torcer, no un “ahí viene el lobo”, sino algo que la gente pueda ver y tocar y que le signifique un avance en su calidad de vida. Algo material, no emocional.

Una elección se gana con expectativas, pero un gobierno sólo puede funcionar con hechos. Para dar resultados, un gobernante tiene que ser capaz de entregarlos. Y para lograr eso debe enfrentar los sucesos inesperados que siempre se dan, asimilar la terca realidad, adaptarse a las circunstancias y, frecuentemente, alejarse del curso trazado en campaña. Persistir en él y celebrar anticipadamente el fin del viaje puede significar estrellarse en los arrecifes.

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