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Por Carlos Vera
JORGE MARIO BERGOGLIO
CIUDAD DEL VATICANO
PRESENTE
Muy señor mío:
Antes de entrar al fondo de la presente, brevemente le debo de confesar que a pesar de haber nacido en un hogar católico, por observancia de actitudes de muchos integrantes de su curia, me he convertido en apostata y por considerarlo ocioso, nunca antes me interesó enviar misiva alguna a ningún prelado religioso.
Pero así como le he confesado lo anterior, también tengo que decir, que desde el 13 de marzo de 2013, tras su arribo al Pontificado y convertirse en el Papa Francisco I, he seguido las posiciones y actitudes que usted ha adoptado ante el mundo sobre temas como: vocación de servicio, humildad eclesiástica, actos pederastas sacerdotales, corrupción episcopal, divorcio, matrimonio entre homosexuales, etc.; y del análisis de los mismos he llegado a la feliz convicción de que en la iglesia católica no todas las manzanas están podridas y que es usted una persona realmente honesta y humanista que está intentando cambiar el estado de las cosas en su iglesia y en el mundo.
Pero de todo lo que he escuchado de usted, su discurso del pasado día 17 de febrero ante los reclusos del Cereso No. 3 de Ciudad Juárez, Chihuahua, realmente me impactó por su valentía y profundo contenido social, por lo cual reproduzco a la letra sus primeros párrafos:
“Celebrar el Jubileo de la Misericordia con ustedes es recordar el camino urgente que debemos tomar para romper los círculos de la violencia y de la delincuencia. Ya tenemos varias décadas perdidas pensando y creyendo que todo se resuelve aislando, apartando, encarcelando, sacándonos los problemas de encima, creyendo que estas medidas solucionan verdaderamente los problemas. Nos hemos olvidado de concentrarnos en lo que realmente debe ser nuestra verdadera preocupación: la vida de las personas; sus vidas, las de sus familias, las de aquellos que también han sufrido a causa de este círculo de violencia.
La misericordia divina nos recuerda que las cárceles son un síntoma de cómo estamos en la sociedad, son un síntoma en muchos casos de silencios, de omisiones que han provocado una cultura del descarte. Son un síntoma de una cultura que ha dejado de apostar por la vida; de una sociedad que poco a poco ha ido abandonando a sus hijos.
La misericordia nos recuerda que la reinserción no comienza acá en estas paredes; sino que comienza antes, comienza «afuera», en las calles de la ciudad. La reinserción o rehabilitación, -como le llamen- comienza creando un sistema que podríamos llamarlo de salud social, es decir, una sociedad que busque no enfermar contaminando las relaciones en el barrio, en las escuelas, en las plazas, en las calles, en los hogares, en todo el espectro social. Un sistema de salud social que procure generar una cultura que actúe y busque prevenir aquellas situaciones, aquellos caminos que terminan lastimando y deteriorando el tejido social.
A veces pareciera que las cárceles se proponen incapacitar a las personas a seguir cometiendo delitos más que promover los procesos de reinserción que permitan atender los problemas sociales, psicológicos y familiares que llevaron a una persona a una determinada actitud. El problema de la seguridad no se agota solamente encarcelando, sino que es un llamado a intervenir afrontando las causas estructurales y culturales de la inseguridad, que afectan a todo el entramado social.
La preocupación de Jesús por atender a los hambrientos, a los sedientos, a los sin techo o a los presos (Mt 25,34-40) era para expresar las entrañas de la misericordia del Padre, que se vuelve un imperativo moral para toda sociedad que desea tener las condiciones necesarias para una mejor convivencia. En la capacidad que tenga una sociedad de incluir a sus pobres, a sus enfermos o a sus presos está la posibilidad de que ellos puedan sanar sus heridas y ser constructores de una buena convivencia. La reinserción social comienza insertando a todos nuestros hijos en las escuelas, y a sus familias en trabajos dignos, generando espacios públicos de esparcimiento y recreación, habilitando instancias de participación ciudadana, servicios sanitarios, acceso a los servicios básicos, por nombrar solamente algunas medidas. Ahí empieza todo proceso de reinserción.(…)” (Papa Francisco, 2016)
Y por las reacciones que en los reos vi, su discurso llegó a las fibras más íntimas de muchos de ellos y probablemente influya en su comportamiento futuro.
Pero lo que usted realmente hizo fue mucho más profundo que darles un mensaje de esperanza a los reos por la celebración del Jubileo de la Misericordia; usted envió un mensaje directo a todas esas clases privilegiadas mexicanas que han tenido la oportunidad de haber obtenido educación, dinero o poder y tienen responsabilidad de que muchos de esos prisioneros se encuentren recluidos.
Un mensaje a la clase política mexicana, por su despreocupación o incapacidad para la creación de fuentes de salud, de fuentes de educación y de fuentes honradas de ingresos para la mayor parte de la población que nació en condiciones de pobreza y por consecuencia delinquen al no encontrar alguna fuente de ingresos. Y cuando delinquen los envían a sitios que en lugar de ser centros de rehabilitación, en realidad son universidades del crimen.
Un mensaje a la clase judicial mexicana, sobre su despreocupación o incapacidad sobre la estancia de muchos reos inocentes que por su inacción, por años no han sido sentenciados. Y sobre la no acción de esos mismos jueces en contra de verdaderos criminales que tienen poder y dinero y se han dejado corromper por los mismos.
Un mensaje y reclamo a su propia clase clerical por su contubernio con la clase política y judicial; misma que en un estado de confort, por comodidad o corrupción ha mantenido inacción ante tales actitudes, transformándose en corresponsable de esos actos.
Y un mensaje a un buen sector de la clase empresarial, la cual escudadada en el concepto de utilidades razonables, ha encontrado el motivo para pagar salarios de hambre a sus empleados, obligándolos a vivir en la miseria o delinquir para complementar su sustento.
Pero, ¿no cree Papa Francisco, que tampoco El Vaticano ha hecho su parte para corregir el fondo del problema?
¿No cree que ya sea tiempo de cambiar la posición de la iglesia sobre el “Creced y Multiplicaos”, empezar a promover el concepto de una paternidad responsable y preocuparse más por la explosión demográfica?
¿Usted cree que este mundo tan contaminado y deteriorado tenga capacidad para alimentar adecuadamente a los más de 7 mil millones de habitantes que ya existimos en este mundo y los millones más que están en gestación?
¿Usted cree que en este mundo actual tan tecnificado se van a poder crear tantas fuentes de trabajo honradas y bien pagadas, para los más de 7 mil millones de esos referidos seres humanos?
¿Usted cree que en este mundo tan desigualmente distribuido económicamente se va a poder lograr que ese 0.001 % de la población que tiene en su poder más del 75 % de las riquezas del planeta las comparta con los más desprotegidos?
La verdad es que, con las limitaciones físicas del planeta y su actual estructura política, económica y social no es posible que este proporcione a todos estos miles de millones de seres humanos una forma digna de vida.
Y por eso le pido:
Ya que está luchando tan valientemente para que sus obispos acepten un cambio de la posición de la iglesia católica en algunos de los temas torales de la actual sociedad, incluya en ellos el tema de la paternidad responsable; ya que la primera fase de la reinserción social de la que usted habló en su disertación del día 17 de febrero comenzará realmente cuando cada pareja se haga responsable de procrear únicamente al número de hijos por el que pueda velar satisfactoriamente y con eso evitar a futuro que tantos seres humanos sigan sufriendo de tantas carencias y maltratos.
RESPETUOSAMENTE
CARLOS VERA
La presente fue enviada al Papa Francisco I a su dirección de Twitter: @Pontifex_es mediante un link de Dropbox el día 19 de Febrero de 2016.