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POLARIZAR CON LA HISTORIA

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La cultura victimista en la que se creó la nación mexicana nos ha hecho creer que no somos el resultado de una fusión de culturas —o choque, si se quiere—, sino de un sometimiento.

Por dos siglos se ha recreado la noción de que España está en deuda con nosotros. Claro, nadie había pensado en pedir una disculpa a la corona española hasta que Andrés Manuel López Obrador envió su carta al rey Felipe VI, misma que él ha dejado sin respuesta durante año y medio. “¿Es mucho pedir?”, reaccionó López Obrador, cuando el gobierno español reclamó que la carta se hubiese hecho pública y rechazó su contenido.

El Presidente seguramente sabía que su demanda no caería en el vacío, pues la gran mayoría de los mexicanos se asume como descendiente de los vencidos y no de los vencedores. El silencio de la Zarzuela podía ser vendido como desinterés o resultado de una mala conciencia.

Aquí no importa la exactitud de los hechos, sino su interpretación. A pocos importa que México no haya sido una nación a la hora de la Conquista, sino un conjunto de reinos dominado por los mexicas. Escaso interés y mucho desconocimiento hay sobre la práctica llamada xochiyáotl, o guerra florida, en la que los de Tenochtitlán iban al campo de batalla con la única finalidad de capturar rivales para sacrificarlos.

No intento juzgar esos hechos a la luz de los derechos humanos desarrollados a partir de la Ilustración. Pero no podemos construir una visión precisa de la historia si nos compramos el cuento del Shangri-La mesoamericano que vino a ser perturbado por Hernán Cortés y sus bárbaros.

Desde luego que esos expedicionarios no vinieron a traer bienestar a los habitantes de lo que hoy llamamos México, sino movidos por la ambición de acumular riqueza y ampliar dominios. Pero entre ellos venía una parte de nuestros ancestros. Siempre es más fácil atribuir nuestras desgracias a los hechos y omisiones de otros. Pero éste era un territorio mucho más próspero antes de la Guerra de Independencia. Luego los primeros mexicanos libres se encargarían de descomponerlo y perder una porción significativa de él.

Nuestro pecado original como país fue la división. Primero, entre republicanos y monárquicos, luego, entre yorkinos y escoceses, federalistas y centralistas, liberales y conservadores, revolucionarios y reaccionarios… Hoy, López Obrador está repitiendo ese error: fomentar la polarización de la que México nunca ha sacado beneficio alguno.

Por eso necesita sus propias guerras floridas. Llevar todos los días a la piedra de los sacrificios, que es su conferencia mañanera, a una nueva víctima; sacarle simbólicamente el corazón y arrojar el cuerpo a los pies de sus seguidores, para que lo devoren.

España es uno de esos temas que sirven a su maniqueísmo. No parece importar que se trate de uno de nuestros principales socios comerciales, origen de importantes inversiones que generan empleos. Hay que atizarle.

Y esto apenas comienza. El año que entra, cuando se cumplan 500 años de la caída de Tenochtitlán y 200 de la consumación de la Independencia, España será el ogro que inició nuestras desgracias. En lugar de conmemorar y reflexionar juntos sobre la ocasión, como corresponde a países con sociedades maduras, el sabor que se quiere dar a esas efemérides es el rencor. No es gratuito, me parece, que la representante del Presidente para obtener piezas históricas y arqueológicas para las ceremonias del año entrante —su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller— haya iniciado su gira en París y de ahí haya ido a Ciudad del Vaticano, Roma y Viena.

¿Y Madrid? Era obvio ir a España, donde, de acuerdo con un catálogo elaborado con motivo del Bicentenario en 2010, hay unos dos mil objetos artísticos de origen prehispánico o novohispano, más que en cualquier otro lugar fuera de México.

Entre ellos está el Tro-Cortesiano, el códice maya más antiguo y más extenso de los conservados, de casi siete metros de largo, que se encuentra en el Museo de América de Madrid. También está toda la documentación del Archivo de Indias de Sevilla y objetos sueltos guardados en iglesias, bibliotecas y bodegas, no expuestos al público.

Me temo que los actos que prepara el gobierno para el año entrante poco tienen que ver con el conocimiento de la historia y mucho con la continuación de la polarización política.

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