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Quien ocupa la titularidad de la Secretaría de Relaciones Exteriores tiene un papel sumamente relevante. La misión de la dependencia es conducir la política exterior de México, la cooperación internacional, la promoción del país y la atención a los mexicanos en el extranjero, así como coordinar la actuación internacional del Gobierno de la República.
Es por ello que la función del canciller nunca pasa desapercibida. Pero la importancia del cargo rara vez se ha visto coronada, para quien lo ejerce, con ser una vía de acceso a la Presidencia de la República.
De confirmarse las intenciones que se atribuyen a Marcelo Ebrard de buscar la Presidencia en 2024 —con la encuesta para definir la dirigencia de Morena como primera escala—, el canciller tratará de ser el primero en más de un siglo en dar exitosamente ese paso y apenas el segundo en toda la vida del país en lograrlo por la vía electoral.
De acuerdo con una revisión histórica, sólo ocho de los más de 60 individuos que han sido presidentes han tenido como antecedente haber sido cancilleres. El primero fue el aguascalentense José María Bocanegra, quien ocupó esa cartera durante el efímero gobierno de Vicente Guerrero, en 1829, y fungió como interino cuando éste salió a combatir la rebelión de Anastasio Bustamante.
Posteriormente, durante el mismo siglo XIX, el potosino Miguel Barragán, el capitalino Manuel de la Peña y Peña y el veracruzano Sebastián Lerdo de Tejada llegaron a la Presidencia después de haber sido ministros de Relaciones Exteriores. Este último es el único en la historia en haber logrado el ascenso por la vía electoral. Lerdo de Tejada fue canciller dos veces, la primera con el presidente Ignacio Comonfort, en 1857, y la segunda con Benito Juárez, entre 1863 y 1868.
En las elecciones presidenciales de 1871, fue candidato en oposición a Juárez, igual que Porfirio Díaz. Ambos denunciaron fraude electoral, pero, mientras Díaz se alzó en armas, Lerdo de Tejada aceptó ser presidente de la Suprema Corte. Por eso, cuando murió Juárez en julio de 1872, ascendió a la Presidencia, cargo que refrendó para sí mismo en las elecciones extraordinarias de octubre de ese año.
Durante el Porfiriato, la Constitución fue modificada, en abril de 1896, para hacer recaer en el secretario de Relaciones Exteriores la facultad de ocupar la Presidencia en caso de renuncia o muerte del mandatario.
Durante la mayor parte de su encargo, Díaz tuvo a su lado como canciller a Ignacio Mariscal, un antiguo colaborador de Juárez. Cuando éste murió en abril de 1910, el dictador trajo como sustituto a Enrique Creel Cuilty, gobernador de Chihuahua, quien había sido embajador en Washington y se había casado con la hija del terrateniente Luis Terrazas.
Durante meses se especuló que el nombramiento de Creel como canciller era una suerte de sucesión adelantada, pero cuando el régimen se desmoronó, en 1911, Creel había sido reemplazado por Francisco León de la Barra, quien se encargaría del Poder Ejecutivo y se lo entregaría a Francisco I. Madero. Ese rol constitucional del secretario de Relaciones Exteriores jugaría un papel central luego de la Decena Trágica, pues le tocaría al canciller de Madero, Pedro Lascuráin, encargarse por unos minutos de la Presidencia, simplemente para nombrar secretario de Relaciones Exteriores al golpista Victoriano Huerta, para que pudiera subir al poder con una apariencia de legalidad.
A su vez, Huerta tuvo nueve cancilleres, a lo largo de sus 19 meses en el poder. Al último, el campechano Francisco S. Carvajal, le tocó ocupar la Presidencia durante 29 días, en 1914, y entregársela al coahuilense Eulalio Gutiérrez, nombrado Presidente provisional por la Convención de Aguascalientes. Posteriormente, la Constitución de 1917 eliminó esa facultad del secretario de Relaciones Exteriores.
Durante más de un siglo, varios cancilleres han tratado de llegar a la Presidencia. Entre quienes lo intentaron y no lo consiguieron están Aarón Sáenz, Ezequiel Padilla, Jorge Castañeda, Luis Ernesto Derbez y José Antonio Meade.
Un excanciller me decía que el cargo se ejerce “demasiado tiempo en el aire y muy poco tiempo en la tierra”. Quizá esa sea la razón de que México haya tenido tan pocos presidentes de la República con experiencia diplomática.Veremos si Ebrard logra romper la maldición.