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Raíces de 3 mil años; Janitizio, altar al amor, la vida… y la muerte –segunda de cinco partes-

*En el corazón y la eternidad, príncipes y muertos; Pátzcuaro, favorito para sets *De cementerio a jardín de cirios en senda para las almas en Noche de Muertos

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PATZCUARO, Mich. 26 de octubre/2015 (agencia acento) Doblan los bronces de San Juan de Dios y resurge aquí una historia, tipo Romeo y Julieta, que interrumpió la llegada de tropas de Cortés.

De la historia a la leyenda, quedó estampada la vida y la muerte que al alma de este rincón mexicano, arrullado sobre el espejo de aguas mansas en el lago Pátzcuaro, le hace palpitar cada 1 y 2 de noviembre, o días de muertos.
Cada fin de octubre, buena parte de los 2 mil 500 habitantes de Janitzio, entran en duelo solemne y remembranzas. Niños o ancianos y mujeres envueltas en rebosos o faldones de vivos colores, son el tiempo de siglos, detenido, sosegado.
Es usual que todo el día, las campanas de su templo tañen a duelo. Todo el 1 y 2 de noviembre, los bronces doblan lánguidos, todo el día; como que es su forma de llanto.
Son tiempos en que la avalancha de visitas con autos, fotografías aquí y allá; celulares y barullo, parece romper la magia que envuelve los años y siglos. Y es que hay quienes llegan a observar el fervor de Janitzio como un espectáculo tipo futbol.
Al final de octubre, esta isla es arrullada por una sinfonía de cantares del siglo XIX en gargantas de pescadores todo el año, voltea la vista a miles de visitantes que recibe con los brazos abiertos siempre; el sello de la provincia mexicana.
Pueblo mágico y misterio vivo. Trabaja de sol a sol en etapas  pesca o pizca; en plena faena suelen mostrar su gusto por la música sobre sus canoas y eternamente envueltos en redes que ellos mismos tejen.
Y un visitante puede oír canciones del siglo XIX, mezcladas con trinos de mil jilgueros o cenzontles y urracas.
Abrazado por aguas eternas, Janitzio, conserva su orgullo de altar a los muertos, el más querido.
Podría decirse que Janitzio es para tarascos –guardadas las proporciones del ejemplo- lo que el Taj Majal para la India, a orillas del rio Yamunja, en Agra. Un mausoleo al amor eterno del emperador Shah a su amada, Arjuman Bano Begum.
Para los la pareja de enamorados nobles acá y sus guardias, el paraíso en que moran, les permite revivir sólo esta vez al año y su pueblo viene a venerarlos, junto con el resto de muertos de Pátzcuaro.
Aquí se enlazan tres mil años de tradiciones para venerar a los difuntos.
Cuentan lugareños de poblaciones con historiales entre broncos y sufridos, que cada fin de octubre surgen las sombras de la princesa Mitzita, hija del último Caltzonci, y de Itzihuapa, hijo del señor de Janitzio comprometidos en matrimonio fallido.
La conquista en proceso al lago y alrededores, todo Michoacán, que jamás fue sometido, pero sí colonizado.
Ante la sed de tesoros que atrajo a aventureros o idealistas y osados marineros, puso precio a la vida del prisionero más importante, el señor de Janitzio.
El célebre asesino, Nuño de Guzmán, se impuso y la princesa ofreció a cambio de la libertad del viejo monarca, el tesoro fabuloso que –supuestamente- se encontraba inmerso en las profundidades del Lago de Pátzcuaro, entre Janitzio y Pacanda.
Itzihuapa, el Romeo de ese episodio, se convirtió en el (vigesimoprimer) guardián de tan fantástica riqueza, donde el oro era casi tan común como el barro (al menos eso creía los conquistadores).
Nunca encontraron tesoro alguno. Los enamorados, murieron en defensa de su pueblo, pero pasaron a la eternidad. Las ceremonias a los difuntos tomaron a Janitzio como el centro más representativo de esa tradición de la que hay rastros de iniciarse hace unos tres mil años.
Y es durante la noche del primero de noviembre de cada año, cuando despiertan guardianes del tesoro y, al tañer las campañas, suben la cuesta de la isla al cementerio. Los novios Mintzita e Itzihuapa se encaminan al panteón y reciben ofrendas de los vivos.
También durante el periodo colonial la isla fue testigo de significativos sucesos, que dieron origen a un sin fin de leyendas. Durante todas las épocas la isla de Janitzio ha sido la más famosa y visitada de las islas del Lago de Pátzcuaro.
La Condesa- Frances Erskine Inglis- quien adoptó el apellido de Angel Calderón de la Barca, su marido y primer embajador de España ante el México independiente- Calderón de la Barca describe en su epistolario (narraciones de “La Vida en México”) que “Pátzcuaro es un primor de ciudad pequeña y con sus tejados inclinados, situado en las orillas de un lago que lleva su nombre, y frontero al pueblecito indio de Janitzio, edificado sobre una alta isleta en medio del lago”.
Y el pueblo que ella vio, es el que ve un visitante hoy: Janitzio, escribía hace casi dos siglos, cautiva al visitante por sus peculiares construcciones de adobe, con portales sostenidos por viejos maderos coronados por tornasoladas techumbres de teja roja.

Noche de muertos o Animecha Kejtzitakua.

A través de sinuosos callejones el visitante descubrirá los aspectos típicos de la isla con las viviendas de pescadores y las redes que cuelgan por todos lados.
Aproximadamente a la mitad del ascenso al promontorio se encuentra su iglesia, de factura indígena, dedicada a San Jerónimo; hacia el ábside se localiza el cementerio que es el escenario de la tradicional en la Noche de Muertos o la Animecha Kejtzitakua.
En Cambio de Michoacán, la pluma de Armando Martínez describe que antes de la medianoche del 1 de noviembre las mujeres y los niños se dirigen en silencio al cementerio llevando las ofrendas para sus muertos. Sobre las tumbas de sus deudos irán colocando con cariño y recogimiento las ofrendas florales, así como los alimentos que tanto gustaron en vida al difunto. Las velas se irán encendiendo una a una transformando el oscuro cementerio en un jardín de luces misteriosas.
Una campana colgante del arco que da acceso al Camposanto tañerá melancólica toda la noche en memoria de los muertos. En toda la isla se escucha el eco de los cantos en purépecha, que imploran el descanso eterno para las almas de los ausentes y la felicidad para quienes estamos aún vivos.
Janitzio tiene varios significados, entre ellos: «Lugar donde llueve», «Cabellos de elote» y «Lugar de pesca».
Pintoresco lugar ubicado en la parte central del Lago de Pátzcuaro. La comunidad indígena del pueblito ha conservado en gran parte la autenticidad de sus costumbres, como la lengua purépecha, vestuario y la velación de la Noche de Muertos, ceremonia que cada 1 y 2 de noviembre atrae visitantes de todo el mundo.
La tradición de conmemorar a los muertos, es una de las más entrañables y difundidas en nuestro país, de carácter eminentemente religioso que no sólo tiene fundamentos cristianos tomados de la costumbre de “honrar a los difuntos”, sino que conserva muchas de las características del ritual funerario practicado por nuestros antepasados prehispánicos. Los rituales de velación, la colocación de altares y ofrendas en casa y panteones para rendir culto a los difuntos son el resultado de un complejo tejido que reúne varias tradiciones culturales: por un lado, las nativas de origen precolombino y por otro, las españolas cristianas que nos llegaron con la Conquista, además de las propias de otros grupos provenientes del África, Asia y Europa que migraron a México durante la Colonia y en épocas posteriores (siglos XIX y XX)
El ritual de velación que llevan a cabo muchas de nuestras comunidades indígenas de la región del Lago de Pátzcuaro ha tenido profunda raigambre, y se ha realizado desde épocas ancestrales que los actuales pobladores siguen manteniendo con modalidades y ritos muy similares en lo fundamental, pero con variantes de acuerdo a sus propias creencias y costumbres.
Para el día 1 de noviembre se ponen ofrendas y altares a los «angelitos», muertos chiquitos que han dejado el mundo de los vivos. Si es su primera ofrenda, el padrino de bautizo lleva un arco el cual será arreglado con flor de cempasúchil o tiringuini-tzitziqui en purépecha, flor amarilla) y flor de ánima, orquídea propia de esta época; asimismo, lleva dulces de azúcar con figuras de ángel o de animalitos; juguetes e inclusive ropa, como parte de la ofrenda.
La preparación de la ofrenda en la que toda la familia interviene, es anunciada con cohetes, al igual que durante el recorrido de su casa, a la de los papás del ahijado.

Animecha Kejtzitakua

El día 2 de noviembre la ofrenda está dedicada a los difuntos grandes o adultos. La velación comienza la noche del día primero con la preparación de las ofrendas que se han de colocar en las tumbas o en los altares familiares y concluye ya entrada la mañana del día 2. Para los muertos recientes, es decir los de primera ofrenda, las honras empiezan con el novenario, que inicia nueve días antes, haciendo coincidir el último día con el de Muertos; familiares y amigos allí reunidos, rezan el Rosario y piden por el eterno descanso del alma del difunto.
Concluidas las actividades en la casa, salen con las ofrendas hacia el cementerio, donde habrán de permanecer hasta el amanecer, al igual que los demás habitantes de la localidad que ofrendaron a sus deudos.
Durante la velación, acostumbran intercambiar las ofrendas con las personas cercanas o conocidas, como forma de no regresar las mismas cosas a sus hogares. En los sepulcros se colocan arcos de varas entrelazadas arreglados con flores amarillas de cempasúchil, de los que penden frutas como plátanos, naranjas, limas, jícamas, panes en formas de animales o de rosca cubiertos con gránulos de azúcar pigmentada en color rosa, así como figurillas de azúcar en formas diversas. Las tumbas son cubiertas con servilletas bordadas y sobre ellas ponen cazuelas, jarros y canastas con la comida que fuera del gusto del difunto y las velas que guiarán el camino de los muertos.
Hasta aquí la cita (Cambio de Michoacán, en la dirección http://www.cambiodemichoacan.com.mx/nota-209899).

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