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Los conflictos bélicos en Ucrania e Israel están regresando al mundo medio siglo atrás, cuando por la Guerra Fría muchas naciones emprendieron una enloquecida carrera armamentista. Para este año 2024, Estados Unidos aprobó un presupuesto histórico, de 886 mil millones de dólares, el mayor del planeta; 3.0% superior al del ya cuantioso gasto del año precedente.
Para dar una idea de lo que puede esperar el mundo, al sumar el gasto global, solo del año 2021, el intento arroja una cifra demencial: 2 billones 111 mil millones de dólares, de acuerdo con el Instituto de Investigaciones para la Paz (SIPRI, de Estocolmo, Suecia). Estados Unidos no marcha solo en la inmoral industria.
Entonces, la tendencia alcista en gasto militar solo puede presagiar una prolongación y extensión de las tensiones que promueven los amos de la guerra.
Todos los integrantes de la OTAN están siguiendo al líder americano en su inmoral aventura, en medio de un reprobable silencio de muchos. Como es sabido, el viejo pacto de “Defensa” del Tratado del Atlántico Norte compromete a sus integrantes a destinar al menos el 2.0% de su PIB a gastos militares. La mayoría son países con economías “desarrolladas”; consecuentemente sus presupuestos de gasto militar son muy altos.
También anunciaron asignaciones militares históricas China, India, Vietnam, países del mundo árabe, de África y Latinoamérica. Pareciera una competencia por ver cual gobierno invierte más. Con todo, no superan a Israel, proporcionalmente.
Lo peor es que algunos gobernantes de países en desarrollo (Cuba, Colombia y Ecuador, entre otros) han sido arrastrados por la paranoia belicista, en detrimento de otras urgencias sociales. Mucha corrupción hay atrás de tal ímpetu, por las altas comisiones que algunos mercaderes perciben al firmar los indecentes contratos.
El mundo enfrenta retos impostergables, como el calentamiento global –con sus letales efectos-; así como la nueva revolución en la “economía del conocimiento”, por la irrupción de la inteligencia artificial en todas las ramas de la actividad humana. Esto es un desafío porque, en paralelo a todas las bondades que pueda aportar al mundo, ya está dejando millones de damnificados por desempleo.
Sin embargo, ante tan gigantescos desafíos los gobernantes se arman para más guerras; en lugar de organizarse y reunir capacidades para enfrentar los mencionados fenómenos.
En medio de la pobreza extrema que padecen amplias regiones del planeta, por desastres naturales o por acciones humanas, los fabricantes de armas se enriquecen en forma insultante y festejan cada nuevo contrato millonario que firman (sumaron 597 mil millones de dólares en ventas, en 2022, las cien empresas más importantes).
Nada parece más ocioso, absurdo y reprobable, que emplear cantidades fiscales incuantificables –que son netamente producto del esfuerzo ciudadano- en fabricar artefactos mortíferos para aniquilar masivamente al prójimo, que -en el mejor de los casos- nunca llegarán a usarse.
A pesar de los miles de víctimas inocentes que están dejando los actuales conflictos bélicos, se percibe la ausencia de voces contundentes, libres y solidarias, contra los gobernantes belicistas.
La tendencia armamentista parece imparable. Solo una generalizada protesta ciudadana, enérgica y global, podrá cambiar el rumbo hacia la auto aniquilación.