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Anclados en el ayer

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El expresidente sudafricano Nelson Mandela tenía suficientes razones para sentirse agraviado.

El régimen del apartheid lo había encarcelado durante 27 años. Para cuando lo liberaron –el próximo martes se cumplirán tres décadas de ese hecho histórico–, había pasado más de la tercera parte de su vida en prisión.

Y, sin embargo, Mandela supo romper con ese pasado y perdonar a quienes le habían impuesto el castigo. “El perdón libera el alma y remueve el miedo”, decía. “Por eso es un arma tan poderosa”.

Una vez libre, se dedicó a desmontar la imagen de peligroso revolucionario que le había construido la propaganda oficial, pero que también debía él, en parte, a su participación en la lucha armada.

El país estaba a un paso de la guerra civil y en ese momento la población negra hubiera hecho cualquier cosa que el líder excarcelado habría ordenado. Mandela pudo haber sido la chispa que encendiera la pradera o incluso retirarse a la vida privada para cuidar de la salud deteriorada que le dejó el larguísimo encierro.

Sin embargo, decidió usar su autoridad moral para pacificar al país. Para quienes le exigían que liderara la rebelión contra los blancos tuvo un mensaje muy sencillo, pronunciado ante una multitud de 200 mil personas en Durban.

“Tomen sus pistolas, sus cuchillos y sus machetes y aviéntelos al mar”.

Con ello, mostró al mundo y a sus conciudadanos que la venganza no era la respuesta a la injusticia que prevaleció durante décadas. Su propuesta fue contraintuitiva. Actuó con generosidad, haciendo la paz con sus antiguos enemigos, blancos y negros, y con ello selló su reputación para siempre.

“Si la política se trata de ganarse a la gente, Mandela, como lo han atestiguado numerosos políticos, era el maestro del juego”, escribió en 2013 el periodista británico John Carlin, quien ha reconstruido muchos capítulos del proceso que llevó al político sudafricano de la cárcel al poder.

Al recordar esa historia es inevitable pensar en el contraste de lo que ocurre actualmente en México.

El presidente Andrés Manuel López Obrador, quien llegó a la Presidencia con un gran apoyo popular, no ha utilizado el poder conferido para superar el pasado y unir al país en torno de una visión común de futuro.

Más bien, parece empeñado en ajustar cuentas pendientes. Me parece increíble, por ejemplo, que él y sus simpatizantes sigan removiendo los agravios de la elección de 2006 –reales o ficticios, poco importa– y, con ello, mantenerse anclados en el ayer.

En su conferencia del jueves, el mandatario dijo que a quienes le reclaman por no haber continuado el proyecto de aeropuerto de Texcoco, él suele preguntarles por quién votaron en 2018.

Es decir, López Obrador descarta que quien piensa que el aeropuerto se debió terminar pueda tener razones técnicas o económicas, y que sólo puede tener razones políticas. Eso es lamentable.

La frase describe la fijación del Presidente con sus “adversarios”. Quiere acabar con todo lo que se hizo antes de que él llegara a Palacio Nacional, incluso –ya lo dijo– con los fines de semana largos, aunque eso signifique una pérdida de ingresos para el sector turístico. A este paso, al rato la emprenderá contra el horario de verano.

Dejar atrás la carga del pasado y hacer las paces con sus enemigos le dio grandes resultados a Nelson Mandela y le aseguró un lugar en la historia.

Estoy seguro que también le podría funcionar al presidente López Obrador.

Mandela entró enojado a la cárcel y salió sabio”, dice John Carlin. Y lo hizo sin renunciar a sus principios ni perder su dignidad. Quizá sea el único no miembro de la familia real británica que se haya dirigido a la reina Isabel II como “Elizabeth”.

El Presidente debiera olvidarse de agravios y contemplar la posibilidad de que en la construcción del futuro de México todos tienen algo que aportar, hayan votado por quien hayan votado.

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