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LA FORMACIÓN DE PAREJA Y LA ESPERANZA DE VIDA

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Por Saúl Arellano

Si alguien en 1930 afirmaba, al cumplir los 18 o los 20 años que amaría por siempre a otra persona, la afirmación era, especialmente en términos demográficos, relativamente creíble. Esto es así porque de acuerdo con las estadísticas disponibles, en esa fecha la esperanza de vida al nacer era de aproximadamente 32 años. De este modo, en promedio, podría pensarse que el amor que se prometía duraría alrededor de 12 o 14 años.

En el año de 1980 se registró por primera vez en México un promedio de 70 años de esperanza de vida. Más del doble que cinco décadas atrás. Esto significa que estamos ante la generación más longeva en la historia del país; en efecto, para el año 2020, antes de la tremenda mortandad propiciada por la pandemia y agudizada y profundizada por su pésima gestión, la esperanza de vida al nacer se ubicó en 75.13 años.

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De esta forma, poniéndolo en perspectiva, cuando alguien a los 20 años afirma que amará por siempre a otra, está realizando una afirmación que puede caracterizarse como temeraria, por decir lo menos. Y es que con el paso del tiempo las personas cambian de carácter, adquieren nuevas experiencias y capacidades, tienen nuevos aprendizajes profesionales, viven encuentros y desencuentros, conocen a otras personas y lugares; y al ser esto así, se antoja altamente improbable -aunque no imposible- que una pareja pueda adaptarse de manera armónica, a lo largo de, en promedio, 55 años de vida.

Los datos disponibles permiten sostener lo anterior. A partir del año 2000, las estadísticas de nupcialidad del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), muestran un drástico y acelerado cambio en las tendencias de divorcios, de tal forma que, si en el año 2000 había aproximadamente 7 divorcios por cada 100 matrimonios, para el año 2020 la tasa llegó a casi 28 por cada 100.

En números absolutos, también hay una disminución muy relevante en el número de matrimonios que se registran cada año. En el año 2000 la cifra fue de 707,422, mientras que, en el 2020, el año con el menor número de casos registrados en al menos las últimas cuatro décadas, se tuvo apenas, sin duda por efecto de la pandemia, un total de 335,563 matrimonios.

En sentido opuesto, en el año 2000 se registraron 52,358 divorcios, mientras que en el año 2019 se llegó a una cifra récord de 160,107 casos, es decir, un incremento de 205% en sólo 20 años. Para el 2020 se tuvo nuevamente una importante disminución de casos, con 92,739 divorcios en todo el país.

Una proyección lineal permite advertir que, de seguir la tendencia, en el año 2030 estaríamos en una tasa que podría oscilar entre 35 y 40 divorcios por cada 100 matrimonios; y en el 2050 una tasa cercana a 90 divorcios por cada 100 matrimonios.

Es obvio que la estabilidad de una pareja no depende sólo del sentimiento amoroso. Y es obvio que la sociedad mexicana está cambiando en varios sectores, para bien, en distintas prácticas y concepciones de la realidad.

Lo anterior es de suma relevancia, no sólo por las implicaciones sociológicas, sino también por las de política pública. Por ejemplo, es relevante destacar que el cambio demográfico del país y el acelerado proceso de envejecimiento de la población está llevándonos a que haya cada vez más personas en edad de formar pareja, lo cual a su vez impone una severa presión en la demanda de viviendas.

Para ponerlo en perspectiva, no es lo mismo una sociedad que crece, teniendo como base de la pirámide a una población mayoritariamente infantil y adolescente, que una que, incluso manteniéndose constante, es predominantemente adulta. Porque como ya se mostró, esta población tiene, al menos en el caso mexicano, una tendencia muy marcada a recomponer o formar nuevas parejas luego de sus separaciones.

De esta forma, hay personas que llegan a formar matrimonio siendo muy jóvenes, e incluso tener hijas e hijos, por ejemplo, a los 18 años; y posteriormente, en las siguientes dos décadas tener separaciones y nuevas parejas, y también nuevas familias, de tal forma que puede haber personas que tienen tres, cuatro o más hijas e hijos con tres o más parejas distintas.

Si en cada una de esas separaciones o rupturas se forman nuevos hogares, puede ocurrir que haya demanda, por ejemplo, no de una, sino de tres viviendas diferentes; pues puede ocurrir que la guarda y custodia de unos y otros hijos e hijas, se asigne a diferentes madres y padres. Como puede verse, estas estadísticas, que parecieran ser exclusivas del ámbito privado, en realidad tienen enormes implicaciones de gestión gubernamental, y de diseño y operación de políticas públicas, sobre todo si el objetivo central es garantizar integralmente los derechos humanos, con los criterios y principios que están reconocidos en nuestra Carta Magna.

Hay otras cuestiones relevantes, por ejemplo, la distribución de ingresos en las familias, y la determinación de líneas de sucesión de bienes cuando las personas fallecen, en el marco de relaciones familiares de la complejidad y calado que, en un texto como este, apenas pueden vislumbrarse.

El sustantivo incremento en la esperanza de vida al nacer tiene efectos muy importantes en la decisión y forma de construir y establecerse en pareja; en la decisión de formar o no familia; y, sobre todo, en la determinación de cómo y con quién pasar los últimos años de la vida.

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