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El miércoles pasado, durante un seminario virtual organizado por el Instituto Nacional de Salud Pública para analizar la respuesta de México ante covid-19, el rector de la UNAM, Enrique Graue, afirmó que los más de 150 mil fallecidos por la enfermedad oficialmente reconocidos y el exceso en la mortalidad general eran prueba de que el sistema de salud del país había sido rebasado por la epidemia.
Por la noche, durante la conferencia vespertina en Palacio Nacional, el subsecretario Hugo López-Gatell quiso interpretar las palabras del rector, al sostener que Graue se refería a “un sistema crónicamente limitado” que “al menos unos 40, si no es que 50 años, ha tenido menos personal del que se requiere”.
Rechazó que la responsabilidad de dicho rebase recaiga en la actual administración, pues “como hemos podido mostrar, literalmente todos los días desde que emprendimos en abril de 2020 el proceso de reconversión hospitalaria, ésta es una de las más amplias que han ocurrido en la región de América”.
Agregó: “En términos de disponibilidad hospitalaria, afortunadamente en ningún minuto ha sido rebasado el Sistema Nacional de Salud”.
La discusión es por demás interesante. Si bien puede alegarse que a México le ha faltado infraestructura y personal de salud –como testimonio están los largos periodos de espera para obtener una cita para una atención especializada–, también es verdad que la prevalencia de las enfermedades que provocan la mayor parte de las muertes en el país no había apuntado hasta ahora a un sistema rebasado.
Veamos: la principal causa de muerte en el país –al menos desde 1998– son las enfermedades del corazón. La evolución de su tasa de defunción ha pasado de 6.9 por cada 10 mil habitantes en aquel año, cuando murieron 68 mil 716 mexicanos por ese motivo, hasta 12.3 en 2019, cuando los fallecimientos sumaron 156 mil 41 (fuente: Inegi).
Sin embargo, dicha tasa es mucho más baja que la de Estados Unidos, donde fue de 20.1 en 2018, comparado con 11.9 en México ese mismo año. En aquel país, las enfermedades del corazón también son la primera causa de muerte, igual que lo es a nivel global. En el mundo, la tasa en 2017 fue de 17.79 contra 11.4 en México (fuente: Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington).
Es evidente que ningún país estuvo preparado para una pandemia como ésta. Parece ocioso entender, por rebase del sistema de salud, la mera saturación de servicios hospitalarios. El sistema de salud es mucho más que las camas para atender a enfermos o incluso el número de médicos.
Dudo mucho que Indonesia haya estado mejor preparado que México para enfrentar esta crisis. De acuerdo con datos del Banco Mundial, el archipiélago, cuya población es de 270 millones, tiene un número semejante de camas de hospital que nuestro país por cada mil habitantes y casi siete veces menos médicos en la misma proporción. Sin embargo, el coronavirus ha provocado 107 muertes por millón en Indonesia contra mil 184 en México.
En defensa de su estrategia, López-Gatell alegó –como digo arriba– que siempre ha habido disponibilidad de camas para personas que las han requerido en esa coyuntura. Eso fue cierto durante los primeros meses de la epidemia, hasta que comenzaron a saturarse los hospitales en la capital y otras ciudades del país.
Y ése es justamente el problema: la estrategia federal apostó por tener lugares disponibles en los hospitales en lugar de evitar contagios y canalizar a los servicios médicos a las personas infectadas ante la aparición de los primeros síntomas.
Se hizo lo contrario: pedir a quienes tuviesen síntomas permanecer en casa. Como testimonio de ello están las más de 38 mil personas que, de acuerdo con el Inegi, murieron por covid en su casa o en la calle, entre marzo y agosto. Ya luego, viendo que los hospitales se llenaban de personas que llegaban demasiado tarde, mandaron el mensaje contrario; y cuando la situación se volvió insostenible, les volvieron a pedir que se quedaran en casa, a donde les harían llegar atención médica y oxígeno.
El rebase del sistema de salud ha sido, sobre todo, por malas decisiones, no por una falta crónica de camas y médicos.