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NARCOCORRIDOS: FENOMENOLOGÍA DE LA CRUELDAD

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POR EDUARDO GARCÍA GARCÍA

                                                    “Salieron de San Isidro

                                                     procedentes de Tijuana traían

                                                    las llantas del carro repletas de hierba mala

                                                   eran Emilio Varela y Camelia la Tejana…”

                                 Los Tigres del Norte,

                            Camelia la Texana

Ruego a San Malverde que nunca me toquen tiroteos del narcotráfico, como es ya cada vez más común en Chilangolandia, la urbe más poblada y caótica del mundo, pero ya es inevitable. Creí que solo ocurría en Culiacán, pero hace poco estuve por los rumbos de la peligrosa Iztapalapa y en uno de sus barrios bravos vi un cuerpo acribillado. Como sea, estos territorios son de la prosperidad y del peligro. Pero es en el norte del país, especialmente en Sinaloa, donde hay artistas e intelectuales que desde hace décadas indagan la peculiar y terrible situación que padecen. La región de los peloteros de alta escuela, el tomate de “pulpa viviente” que llegó a los labios de Pablo Neruda, las mujeres buenonas de fábula, la poesía de Gilberto Owen y la mayor variedad de salsas rojas, también es víctima del narcotráfico.

    Una de las derivaciones más peculiares del fenómeno es que ha generado una subcultura que ha contribuido, si no a normalizarlo, al menos a crear la percepción de que se trata de algo tan inevitable como las arenas del desierto. La narcocultura o la sociedad narca consagran a los narcotraficantes como los héroes de una significativa franja de la población. Basta pasar revista a las letras de los corridos de los años setenta hasta los actuales (los tumbados) para caer en la cuenta de que el narco cambió: pasó de lo casuístico a lo causístico: desde Camelia la Texana, entrañable asesina de Emilio Varela, hasta el culto que se rinde a Nemesio Oseguera, alias El Mencho, pasando por el Jefe de jefes, elogio del capo de una mafia organizada racionalmente, dadora y quitadora de prestigios, bienes y vidas.    

    Aunque ningún otro país consume tanta droga como Gringolandia, ahí los capos son anónimos. En México los conocemos por nombre y apodo y llevamos sus récords como si compitieran en una liga deportiva. En su documentada Mitología del narcotraficante en México, el sociólogo Luis A. Astorga se refiere a la satanización de la que han sido objeto las drogas y las formas culturales que de ellas se derivan. Los narcocorridos retratan –de manera casi siempre simplista y a veces apologética- la forma en que se vive y se muere en una región determinada por el despegue de avionetas clandestinas. Su contribución al arte es más que dudosa; sin embargo, contribuyen a entender una realidad insoslayable.

    ¿Se gana algo con prohibir su difusión en la radio, los conciertos, los palenques y en los libros de texto? Claro que no, pues con eso solo se logra confundir al crimen con su representación y darle la espalda a una tragedia que debemos encarar. Ahora bien, ¿qué tan significativa es esa lírica? Como la publicidad, el narcocorrido distorsiona lo real a favor del cliente y banaliza los problemas de fondo. Estudiarlos como testimonio ayuda a entender por qué el crimen organizado ha calado tan hondo en la comunidad. Sin embargo, hay limitadas razones para leerlos por motivos estéticos y culturales y ninguna para que desplacen, por ejemplo, a la poesía. Si se trata de conocer la atribulada realidad de donde surge el narco, más valdría leer la narrativa de Sergio González Rodríguez (El hombre sin cabeza), Javier Valdez Cárdenas (Malayerba), Ricardo Ravelo (Herencia maldita), Elmer Mendoza (Balas de plata), Julián Herbert (Cocaína), Gabriel Trujillo Muñoz (Mezquite Road), Eduardo Antonio Parra (Nostalgia de la sombra), Bernardo Fernández (Tiempo de alacranes) y Arturo Pérez-Reverte (La reina del sur), entre otros.

“Cruzaron por el desierto

                                           Para llegar a Tijuana

                                           En una caja de muerto

                                          Llevaban la mariguana”

                             Chalino Sánchez,

                                                     Contrabando en la frontera

    Hace años llegó a mis manos un periódico de Mazatlán en el que venía un artículo titulado: “Joven sicario lava su carro”. Bajo la nítida luz sinaloense, el reportero coincidió con un hombre de camioneta, botas y pistola inconfundibles. Un sicario cualquiera; o algo más grave: un tipo común. El encuentro estremeció al testigo por rutinario: el narco tiene una forma de vida reconocible, asentada en la comunidad, y su poder destructor se siente a diario. En la actualidad, las víctimas de la cruenta narcoguerra entre los Chapitos y los Mayos han rebasado lo impensable; la violencia y la cosecha roja se cuenta por miles.

    Es en este contexto es en el que circula el narcocorrido. Según dicen los que saben, los compositores más populares llegan a cobrar cientos de miles de pesos por escribir bajo pedido las aventuras de un narcotraficante. O por el camino de las regalías varios millones de devaluados pesos pueden llegar a obtener por ese concepto algunos compositores, en caso de tener la suerte de que sus canciones sean interpretadas por grupos tan famosos como Los Tigres del Norte o ahora Peso Pluma. Con voces tristísimas y música rara vez variada, el narcocorrido sale estruendosamente de los estéreos de las trocas de lujo, desplegando una imaginería compensatoria donde los capos son benefactores rebeldes, Robin Hoods que en vez de arco llevan un cuerno de chivo (fusil Ak-47). Suponer que alguien se dedicará al trafique por oír esa saga de la sangre derramada sería tan paranoico como creer que Macbeth incita a matar a los invitados a una cena.

    Más que de una influencia perniciosa, se trata de una rama subsidiada de la música menor. Prohibirla en la radio o en los conciertos masivos le ha dado el atractivo adicional de la transgresión. Estudiarla es necesario para entender la forma en que el crimen organizado busca en la música un modo de acceder a la mitología y canjear las culpas por leyendas.

         Género sincrético, abigarrado, nacido de estilos musicales populares en los estados del norte, como la polca, y mezclando la herencia trovadora del corrido mexicano con estridencia de ritmos comerciales como la cumbia, el reguetón, la música urbana y ahora los llamados corridos tumbados, que combina la música regional mexicana con el trap y el hip-hop, pero manteniendo en lo posible su linaje norteño de banda sinaloense, de tambora, de redova, canción ranchera y chotis, el narcocorrido se desarrolló rápidamente no solo como apología, ya por homenaje, ya por encargo a veces caro a sus autores e intérpretes, porque un narcocorrido es muchas veces alusión directa, un mensaje de amenaza, de advertencia entre facciones, osado sainete a oídos de un capo enfurecido, sino también como un complejo sistema de correspondencias, un código de comunicaciones en clave, epistolario a veces letal. Varios cantantes de narcocorridos han sido asesinados porque sus canciones o sus apariciones públicas fueron actos de indiscreción que los pusieron en la mira de un grupo que se consideró rival, desfavorecido o irrespetado. Los medios se han hecho eco de esas muertes casi siempre a balazos. El cantante sinaloense Chalino Sánchez, fue uno de los primeros cantautores del género que cayeron víctimas de su propia fama (Valentín Elizalde fue otro caso renombrado por interpretar en un palenque A mis enemigos), del mismo estilo de vida que ponderaba en sus composiciones. La música narca narra carreras violentas, vidas a salto de mata, y a menudo se retrata a sí misma en vida y muerte.

                                                   “Soy el dueño del palenque…

                                                   soy el señor de los gallos,

                                                   el cártel jalisciense…

                                                   Brazos armados que tengo,

                                                   los Élite y los Guerreros.

                                                  A los amos del terror, los Delta y

                                                 del Jardinero.

                                                 También los 85, a las órdenes de Mencho…”

                                                               Los Alegres del Barranco,

                                                                  Soy el dueño del palenque

    Las rimas no siempre exactas de un trovador del polvo blanco o hierva verde brindan una pobrísima enseñanza literaria pero sí una ilustrativa lección social. No deberían prohibirse sino ubicarlas. Aunque la primera literatura del narco es musical, ningún narcocorrido debería desplazar a un poema en las clases de literatura, pero el tema no puede ser ajeno a la educación cívica. Como siempre, sería ideal combinar las virtudes de la forma con las del contenido. En El Jinete de la Divina Providencia, el dramaturgo Óscar Liera se ocupó de Malverde, a quien los narcos reclaman como santo patrono. La leyenda del protector de los ilegales es anterior al surgimiento del primer cártel. Viene de la imaginación popular y seguirá ahí cuando la última avioneta letal abandone nuestros cielos. De eso hablará la literatura, no el narcocorrido, cuyas historias no pueden competir en cuanto a crueldad y excesos, por más imaginación que tenga un compositor.

    Por poner un ejemplo, ¿a algún músico se le habría ocurrido cantar cómo fue asesinado (¿o ejecutado?) Héctor Beltrán Leyva, cuyas grotescas imágenes aparecieron en numerosos medios impresos como Alarma? ¿Podrían acaso interpretar temas sobre las mantas con narcomensajes, las cabezas decapitadas dispuestas dramáticamente en diversos escenarios o los cuerpos colgados de los pies, decapitados y con los genitales cercenados? Las rimas casi nada tienen que hacer frente a la cruel realidad real.

    En los últimos años, los corridos tumbados se han posicionado como un fenómeno musical dominante en nuestro país. Su mezcla de sonidos urbanos con letras crudas, en las que narran historias ligadas al narco, el poder, la violencia, el sexo, y la vida a los márgenes de la ley. Su éxito ha sido tan estruendoso como polémico, abriendo un debate social y jurídico. ¿Hasta dónde llega la libertad de expresión artística y en qué momento ésta se convierte en apología del delito?

    Mientras sus intérpretes defiendan su música como un reflejo de la realidad que viven miles de jóvenes, ciudadanos y autoridades, el impacto cultural de glorificar hechos y figuras del crimen organizado en un país donde la violencia asociada al narco es una crisis permanente, el fenómeno seguirá creciendo. Es un tema de valores que abría que abordar desde el interior de las familias, la sociedad, el gobierno y las escuelas.

   Desafortunadamente, la cultura de la violencia inherente al trapicheo de la droga, el crimen y el derramamiento de sangre,  es ya un fenómeno nacional y alguien debe contar y cantar esas historias.  Nos guste o no.   

                              “En la sangre traigo el 701

                              Melena de león, pues vengo de uno amafiado,

                              Pues no somos culos… Y con el corridón del

                              Ángel azul… A Dios le pido perdón por los pecados…  

                              Pero así es esto…”

                                                    Junior H con Peso Pluma, El Azul.

PERLA DE LA SEMANA: “Van a quitar las visas a quienes compart… Viva la raza y métanse mi visa por el culo”, escribió en su cuenta de “X”, Melissa Cornejo, consejera estatal de Morena en Jalisco. 

    A su vez, en sus redes sociales, Christopher Landau, subsecretario de Estado de Estados Unidos, quien en un acto de cortesía se acababa de reunir con la presidenta Sheinbaum, le respondió a la susodicha: “Yo ahí no puedo meter tu visa, pero sí te puedo informar que personalmente di orden de cancelarla después de ver este vulgar posteo. Y no te ha de sorprender lo que me contestaron: que ni siquiera tienes visa válida para cancelar. Qué fácil hablar de tu desprecio hacia ‘mi visa’ en redes sociales cuando no la tienes. Los que glorifican la violencia y el desafío a las legítimas autoridades y al orden público (‘FUCK ICE’) de ninguna manera son bienvenidos en nuestro país”.

    Por supuesto, al enterarse de la respuesta, la Cornejo procedió a eliminar toda la información de sus redes sociales.

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