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Elvira Hernández Carballido
Tengo sangre jade verde en la venas, el mismo color de la cantera de los edificios más hermosos de Oaxaca.
Mi alma es gobernada por la fuerza de las mujeres de Juchitán, donde el matriarcado no es un reino sino la tierra de buena fe de la sororidad.
He mojado mis pies en los ríos oaxaqueños, he recorrido sus calles hermosas, he enmudecido de admiración ante Santo Domingo, he brindado con mezcal y he comparado la noche más oscura con mi sirena de barro negro.
Me llamo Elvira porque así se llamó mi tía que adoptó amorosa a mi madre, mi abuela murió en el parto pero fue tan generosa que nos heredó la fuerza y necedad de las mujeres oaxaqueñas, desde mi bisabuela Tere hasta mis primas, tías, hermanas y doña Artemia, mi mamá.
He lucido conmovida sus trajes de tehuana, las alhajas de oro blanco y amarillo, he danzado en la Guelaguetza y he cantado ese himno que dice: “Qué lejos estoy del suelo en que he nacido”. Demonios mixtecas me bendicen y ángeles zapotecas me aconsejan portarme mal, protestar, levantar el puño, exigir justicia.
Mis tíos y mis tías son maestros, los he visto dar clases en los salones más jodidos que se puedan imaginar, pero su pasión y su entrega provocan no ver el lugar sino los rostros morenos de sus alumnos y alumnas que aprenden, que cantan, que leen, que quieren saber más y más. Sin importar la tierra que empolva sus deditos que salen de esos huaraches. Sin importar que no haya luz ni computadoras ni pantallas mágicas.
Son esos profesores de “provincia” que llegan puntuales a pueblos perdidos pero hermosos, que arriban a comunidades tan lejanas que no puedes creer que después de horas y horas de camino han llegado, cargando el material que ellos mismos ponen con sus propios recursos, planeando lo que ese día compartirán con sus grupos.
Ellos y ellas se han asilado en casa de mi mamá y en mi casa o en las de mis hermanas, cada vez que necesitan dejar su aula para sacudirnos, para recordarnos que este país está muy mal, que las reformas no siempre garantizan mejorar. Desde muy niña yo los recuerdo, hablan con pasión y coraje pero también con argumentos y verdades. Deben salirse de su salón cuando ya la miseria nos desborda, cuando ya la sociedad es insensible porque cree lo que dicen los noticiarios de mala fe, cuando los tachan de malos y flojos sin palpar sus realidades y sus necesidades.
Por eso hoy Oaxaca me duele. Por eso no dejo de creer en esos profesores y profesoras que se salen de su salón para darnos otro tipo de lecciones. Por eso me duele imaginar a sus alumnos y alumnas en la soledad de su esperanza, preguntándose qué tan mal están las cosas que sus profesores deben hacer marchas y bloqueos y abandonarlos por un rato por su bien. Desgarrarse la garganta para pedir justicia. Soportar tantas injurias y descalificativos.
Oaxaca hoy me duele, es el mismo dolor desde que este país ha sido tan herido, y apago la televisión, decidimos suspender el encuentro regional Amic que sería en escenarios oaxaqueños y desde mi trinchera pido diálogo, negociación y respeto.