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Por Joaquín Herrera
México noviembre/2015 (agencia acento) En el santuario de la mexicana alegría, El Tenampa, se romperá a la media noche el récord Guiness:
Mil mariachis, con todo y guitarras y guitarrones, violines y gargantas serán estrépito.
Al unísono entonarán el canto nacional, que nació hace más de un siglo, Las Mañanitas, de Manuel M. Ponce.
En la Plaza Garibaldi, la noche previa al aniversario de El Tenampa de este 22 de noviembre, habrá algo diferente: mil mariachis tocando sus instrumentos musicales y cantando serán una cifra nunca reunida en ninguna parte de México ni del mundo.
En esa parte del ombligo mexicano -en el Centro Histórico; en donde se construyó la primera imprenta, la primera universidad, la primer Casa de Moneda; la primera cárcel- se escogió el día de la Santa Patrona de los Músicos, Santa Cecilia, para festejar el cumpleaños de la cantina más famosa de México.
Y es que El Tenampa, no es la más antigua, pero sí la más conocida y amada; la más antigua fue hasta hace poco, El Nivel, que ocupaba un rincón propiedad de la UNAM, en la contra esquina del Palacio Nacional.
Se decía que El Nivel –que data de 1884- era tan famosa y poderosa, porque tenía entre su clientela a todos los Presidentes de México, desde Porfirio Díaz hasta Carlos Salinas de Gortari e incluía a intelectuales, que se iniciaron desde tiempos de la prepa a unos pasos.
Pero El Tenampa ha atrapado en su seno a artistas y famosos de todo Latinoamérica y Europa: le han cantado desde la nicaragüense, Chavela Vargas, hasta los españoles Plácido Domingo, Joaquín Sabina, o Almodóvar- aunque sus preferidos fueron otros.
El Tenampa, que es como el templo folclórico, se arrulla en un flanco de la Plaza Garibaldi. Lo flanquean el Mercado de San Camilito, que a la vez se abrió paso frente al Callejón de La Amargura
La Plaza Garibaldi ha sido refugio de chavos chemos y de soñadores especialmente con la música. Uno de sus hijos predilectos, ahí se crió –recién emigrado de su natal Guanajuato, apenas se daban los últimos tiros de La Revolución: Juventino Rosas, abrevó en Garibaldi su gusto por la música y fue quien rompió esa especie de camisa de fuerza que sufría el folclore mexicano, europeizado, que nos legó de Don Porfirio Díaz.
Y compuso desde “Las Mañanitas”, hasta “La “Cucaracha” o el “Cielito Lindo”, melodía más conocida que el Himno Nacional, en el extranjero y que tantos le adjudican la autoría a Sudamérica.
Nace un ícono, El Tenampa
La Plaza Garibaldi nació por el infortunio que provocó la Revolución en El Bajío y en Jalisco: Juan Hernández I amasó una buena fortuna pero tuvo que emigrar con su dinero en monedas de oro pero que no daban de comer.
Y fue de los miles o millones que emprendieron el éxodo hacia el entonces sueño mexicano, la capital, la Ciudad de México o el Distrito Federal.
Los baúles que cargaba no eran simples maletas: pesaban tanto que fueron trasladados al tren en mulas
Pero la suerte que siempre acompañó a Juan Hernández Indalecio y que engrosó su fortuna, se acabó al salir de su terruño; una gavilla, como las que comienzan a reaparecer en el México del nuevo siglo y milenio, asaltó el tren y se llevó la media tonelada de monedas oro. Y Juan se quedó en la miseria.
Y llegó a la terminal del FC –hoy el monumento a la madre- sin más que la ropa puesta y la amargura de un destino incierto. Optó por instalarse en las calles más concurridas de la época, alrededor La Lagunilla.
Era la Plazuela (piso de tierra) en donde vendía te de hojas, “o Té por ocho centavos”, de donde viene la expresión “teporocho” para mencionar a un pobre diablo que no tiene mejor forma de beber alcohol con poco dinero y hasta para “curársela.
Pronto aparecieron más emigrantes jaliscienses. No sabían otra cosa que tocar guitarra para enamorar a las muchachas casaderas, como en su natal Cocula.
Y Don Juan era su paño de lágrimas, su guía para explicarles los secretos de la gran capital.
Y, como su protector, Juan les permitía tocar guitarra para atraer clientela, cuando al té, don Juan le sumó lo típico de su tierra, el pozole, las carnitas y el puesto callejero creció.
Algún día, el puesto callejero, comenzó a tener un techo, paredes y fue una cantina típica de la época, al lado de una pulquería.
Las visitas cada vez más frecuentes del terruño hicieron ver a don Juan explotar, en lugar del alcohol, la bebida de fabricación casera en un pueblo vecino a su cuna, Tequila.
Esta fue descubierta siglos antes por lugareños que vieron que las pencas de agave que recibían rayos durante tormentas eléctricas, convertían a una especie de jugo que siempre se les acumulaba en el “corazón” se convertía en una bebida dulzona y ácida que embriagaba y terminó siendo el tequila de hoy, la bebida nacional por excelencia.
Hoy el país produce cerca de 300 millones de litros de tequila al año y buena parte son para que beban japoneses, chinos, australianos, o sudamericanos y europeos.
Así, la visión de don Juan vio en esa bebida tan modesta como el pulque (este sería sustituido por la cerveza) y le dio una difusión entre los grupos más modestos que pululaban en esa Plazoleta que pasó a ser un Baratillo –de productos robados- y luego de músicos en la capital.
Andando el tiempo esa bebida que haría rico a don Juan hoy compite con ventaja con la bebida mundial más famosa, el whisky. Así su cantina, El Tenampa, creció con su fama a cuestas.
Cantar de dolor y llorar de alegría, el himno
Garibaldi se convirtió en plaza y altar donde se llora de alegría y se canta de dolor… a la mexicana.
Como ícono de la capital, la plaza fue bautizada por el Presidente (1920-24) Álvaro Obregón como Plaza Garibaldi, para honrar al célebre franco-italiano, Jopseph “Peppino” Garibaldi, militar y político, clave en la Revolución Mexicana.
Viajó a varios rumbos del mundo donde había una guerra qué librar y aquí se sumó a Madero. Este lo hizo coronel y al ver su furor en la Batalla de Casas Grandes, Chihuahua lo elevó a general.
El Tenampa y la Plaza comenzaron a ser rincón de bohemios nacionales y extranjeros. Desde los propios nuevos ricos que generó la revolución y sus hijos y nietos, hasta pequeños y grandes empresarios y políticos. Claro, e imán de trashumantes.
Entre ellos, uno de los más famosos, el filósofo metido a poeta, Joaquín Sabina.
Entre los hijos de la Revolución, se contaban notoriedades de la música, el teatro, la literatura y, obvio, el cine. Sobre todo el que alcanzó su edad de oro: Jorge Negrete, optó por el cine mejor que por la política.
Dolores del Río (sobrina de Francisco I. Madero) o Agustín Lara (hijo de un general revolucionario) fueron quienes prefirieron el gusto de vivir; Lara se desmarcó del uniforme que portó forzado por su padre, un general casi desconocido. Y Agustín mejor dejó el Colegio Militar -que fue el castigo por tocar piano a escondidas del padre- emergió de la vida “desahogada” de la familia al lumpen capitalino, como don Juan, en el de El Tenampa.
Augusto Alejandro Cárdenas Pinelo, o Guty Cárdenas, fue otra joya de esa época; era una extensión de las elites intelectuales de la post revolución de los años 20.
Y lo fueron –asiduios a El Tenampa- Frida Kahlo y Diego Rivera (años 30s y 40s). Ella, una enamorada de la Revolución, pero más de Diego y la pintura propia y la de él; desde ellos hasta la legendaria pitonisa que creía saber años antes quién sería el futuro presidente cada sexenio, María Sabina.
Hija de curanderos, esta “bruja blanca” “bruja buena” era una simple a la oaxaqueña; esposa de un revolucionario; cliente de El Tenampa años, la mujer murió a los 91 años, en los años del último presidente que dio la revolución, se asumía así JLP, en los 80.
Infante, Negrete, La Doña o Alfredo
En la racha triunfal de los 40, el cine ahí rodó algunas de cintas con Pedro Infante y Jorge Negrete -“Dos Tipos de Cuidado” y “Gitana tenías qué ser”- que lucieron la belleza de la adorada Sarita Montiel, “recién” finada.
Aunque el rincón de La Doña, El Tenampa, fue sitio donde ella lloró, contagiada por su fans del momento, José Alfredo, María lo desdeñó; pero le “pegó” la canción “Ella” y confesó que se arrepintió. Claro, La Doña siempre dijo que ella nunca lloró por ningún amor. Pero ocultaba que lo hizo más de una vez. Lo hizo ante la muerte de Manolete en Linares. Ante la separación con Agustín. Por eso la única canción que le conmovía, como para atreverse a cantar en Nueva York, fue Farolito.
Pero la Doña, sabía que la única melodía de todas las que le compusieron, María Bonita le hacía llorar y prefería esconderse.
El Tenampa es la melodía de José Alfredo que narra ese pasaje en que la amada se debe ir al mostrar desamor por él. Pero también El Caballo Blanco, porque José Alfredo, abrió, “salió” de El Tenampa en su Cadillac y disfrazó en su canto la “historia” de un caballo.
Ese salón de malas y buenas famas, en la plaza Garibaldi, tiene una historia qué contar y más por vivir y hacer vivir a la mexicana alegría.
Esa es la alegría que estallará más explosiva cada víspera del 22 de noviembre, con las Mañanitas, y que esta vez se programaron para mil mariachis.