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Como si la trama de este singular año no estuviese ya demasiado enredada, el contagio del presidente estadunidense Donald Trump —por coronavirus, el patógeno que insistentemente subestimó desde su aparición en China hace diez meses— ha venido a desbaratar todos los pronósticos sobre qué debemos esperar de la pandemia de covid-19.
Es cierto que no es la primera vez que un inquilino de la Casa Blanca se ve en un grave predicamento de salud —incluso ocho de ellos han muerto en el ejercicio del poder—, pero nunca un presidente en busca de la reelección se había visto obligado a detener su campaña por enfermedad. Incluso en la elección presidencial de 1944, Franklin Roosevelt, cuya mermada condición había hecho dudar a muchos que iría en pos de una tercera reelección, tuvo la fuerza suficiente para visitar los cinco distritos de la ciudad de Nueva York bajo una pertinaz lluvia y en coche abierto, un helado día de octubre, casi tres semanas antes de la votación.
Desde que Trump fue diagnosticado con covid-19, la noche del jueves, los expertos han tenido que averiguar qué sucedería si el Partido Republicano tuviese que reemplazar a su candidato presidencial. Lo más cercano a eso sucedió hace más de cien años, cuando falleció el entonces vicepresidente James Sherman, compañero de fórmula del presidente William Taft, unos días antes de la elección de 1912.
Al momento de escribir estas líneas, no estaba claro qué curso podía seguir la enfermedad en el caso de Trump, quien tiene 74 años de edad y sobrepeso.
El sábado, en una conferencia frente al hospital Walter Reed, al que Trump fue trasladado la víspera “por precaución”, un grupo de médicos encabezados por Sean Conley, comandante de la Armada y responsable principal de la salud del mandatario, evitó dar detalles precisos de lo sucedido en las horas previas y posteriores al diagnóstico. La declaración de Conley sobre las “72 horas” que habían pasado levantó especulaciones sobre cuándo se supo que Trump estaba enfermo.
¿Por qué era eso relevante? Porque el primer indicio de que algo sucedía en el entorno del presidente se presentó la tarde del miércoles, cuando, en el viaje de regreso de un mitin de Trump en Minnesota, a bordo del avión presidencial, la asesora Hope Hicks se sintió mal.
Y pese a que en las siguientes horas Hicks dio positivo a coronavirus, Trump no canceló un encuentro de recaudación de fondos en su campo de golf en Nueva Jersey, en la que estuvo a corta distancia de donantes a su campaña.
¿Dónde y cuándo se infectaron el presidente y su esposa? No queda claro. Lo primero que se asumió es que Hicks fue la fuente del contagio, pero en las siguientes horas las sospechas apuntaron a reuniones que tuvo el presidente antes de viajar a Minnesota, como la preparación para el debate del martes 29 de septiembre —en la que estuvo Chris Christie, exgobernador de Nueva Jersey y asesor de Trump sobre abuso de drogas, quien también enfermó— o la ceremonia para anunciar la nominación de la juez Amy Coney Barrett a la Suprema Corte como reemplazo de la fallecida Ruth Bader Ginsburg, el sábado 26.
En dicha ceremonia, que se llevó a cabo en el mismo jardín de la Casa Blanca, de la que, seis días después, despegaría el helicóptero presidencial para llevar a Trump al hospital, los cerca de cien asistentes convivieron de manera cercana, incluso abrazándose. Prácticamente ninguno llevaba cubrebocas.
Al momento de redactar estas líneas, al menos ocho personas del entorno cercano de Trump, que asistieron a ese acto, habían dado positivo, entre ellos los senadores Mike Lee y Thom Tillis, y el director de la campaña de reelección, Bill Stepien.
El contagio y/o aislamiento de varios senadores republicanos podría incluso retrasar los planes de Trump de lograr la confirmación de la juez Barrett antes de la elección del 3 de noviembre.
A un mes de la cita en las urnas, la vida política de Estados Unidos se ha detenido virtualmente en espera de la evolución que tenga la salud del presidente. ¿Qué falta, 2020?