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SI POR TIERRA, EN UN TREN MILITAR

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Me encanta viajar por ferrocarril. Siempre que es una opción, la prefiero. Uno se olvida del estrés que significa el avión o el automóvil, el tráfico, los anuncios de los sobrecargos, el ponerse y quitarse el cinturón de seguridad o pasar horas sentado.

Cuando el tren de pasajeros en México iba a muchas ciudades, yo era usuario frecuente. Todavía en los años 90, cuando tenía que ir a reportear a Michoacán, tomaba el tren que salía por la noche de la estación Buenavista y llegaba a Morelia la mañana siguiente, con la ventaja de dormir en camarote. Alguna vez desperté una hora después de la llegada. Tan dormido estaba que ni siquiera escuché el anuncio del pórter. Me preocupé porque ese tren continuaba a Pátzcuaro y Uruapan. ¿Dónde estaría yo? Al apearme en el andén, me di cuenta de que estaba en Morelia. Simplemente habían desenganchado el vagón en el que yo viajaba y el resto del convoy había continuado su camino.

Tiene más de tres décadas que el tren de pasajeros casi desapareció en este país. Quedan algunas rutas, pero son eminentemente turísticas. El gobierno del presidente Enrique Peña Nieto prometió construir nuevas vías, pero fracasó en el tramo México-Querétaro y dejó a medias el México-Toluca.

El del presidente Andrés Manuel López Obrador retomó la idea y está en proceso de tender vías alrededor de la península de Yucatán, en un proyecto llamado Tren Maya.

Éste es uno de los proyectos estratégicos de López Obrador, junto con el aeropuerto de Santa Lucía y la refinería de Dos Bocas. Cada lunes, en la conferencia mañanera, se informa sobre los avances de cada uno de ellos.

Lo que no está claro es la viabilidad financiera de esas obras. En el mundo, los trenes de pasajeros son altamente subsidiados. En Estados Unidos, la empresa Amtrak ha perdido dinero cada año desde su entrada en operación en 1971, a pesar de que sus tarifas son, en general, más altas que las del avión. En realidad, los únicos trenes de pasajeros que ganan dinero son los de alta velocidad, como el TGV, en Francia, y el Shinkansen, de Japón.

Puede tener lógica el subsidio porque los trenes ayudan a detonar la actividad económica. En el caso del Tren Maya, no parece que eso vaya a pasar. Al menos, la información publicada no lo hace pensar. Sin duda, puede haber algunos tramos de esa ruta circular que tendrán alta demanda, como el Cancún-Tulum. Quintana Roo es uno de los dos estados con mayor crecimiento poblacional y la autopista que une esos dos puntos está cada vez más saturada.

Quizá también haya pasaje importante en el tramo Mérida-Chichén Itzá-Cancún, pero, ¿qué pasará con el resto de la ruta, que tendrá, en total, mil 500 kilómetros? ¿Cuánta gente se subirá o se bajará en estaciones como Escárcega, Xpujil, Felipe Carrillo Puerto y Boca del Cerro? ¿Cuánto costarán los boletos? ¿Cuánto se beneficiarán las finanzas del tren con el transporte de carga? Nada de eso está claro.

A todo esto ahora se suma el anuncio realizado hace unos días por Rogelio Jiménez Pons, el director general del Fonatur, institución que está encargada de construir un ferrocarril, en lugar de fomentar el turismo. Todos los recursos que se obtengan a través del Tren Maya, dijo el funcionario, serán para el Ejército, para alimentar sus fondos de pensiones. Además, toda la infraestructura pasará a formar parte del patrimonio de la Sedena.

No cabe duda que los mexicanos estamos en deuda con nuestras Fuerzas Armadas. ¿Pero es ésa la manera de apoyarlas, con una decisión unilateral del Ejecutivo, anunciada como quien informa que mañana va a llover? ¿Qué pasará si el Tren Maya termina costando más dinero del que genera? ¿Lo tendremos que subsidiar los contribuyentes o provocará minusvalías en las pensiones castrenses?

No está mal pensar en trenes de pasajeros, pero éstos tienen que ser planeados con mucha precisión, sobre todo en esta época en que la pandemia está transformando radicalmente la industria turística.

Hay rutas que, sin duda, merecen la inversión e incluso el subsidio, pero hay otras que acabarán como elefantes blancos. La nostalgia sobre que “la Revolución se hizo sobre rieles” puede salir muy cara.

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