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SOCAVÓN PREMIO GUINNESS

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Por Samuel Cantón Zetina/ @SamuelCanton

México tiene una enorme cantidad de monumentos (involuntarios) a la ineptitud, pero si hubiera que elegir al del año 2021, sin duda sería el socavón de la carretera federal de la Riviera Maya.

Mire usted, lector, que descubrirlo en febrero, y tardar ¡4 meses! (principios de julio) en empezar a arreglarlo, es un récord que ni Obama tiene.

Le pertenece al gobernador Carlos Joaquín González.

Bajo el pretexto de que al tratarse de una vía federal, solucionarlo le tocaba a Obrador, y no a él.

¡Absurdo por completo cuando toda la economía quintanarroense se ve perjudicada!

Pero decir que la reparación demorará ¡otros 4 meses! (por ahí de noviembre) es una chulada de incompetencia.

Y sin embargo, todavía hay más.

Hace siglos -es un decir- el entonces dirigente nacional del PRI, Carlos Sansores Pérez encabezaba un mitin donde presentaba al candidato de su partido a gobernador de algún estado.

Se pasó media hora -sin exagerar- exaltando las presuntas virtudes del elegido.

En eso, un ayudante le pasó una tarjeta donde del CEN del partido le hacía saber que, de última hora, se había inclinado por otro aspirante.

Genio de la política -no como los payasos de ahora-, Sansores preguntó a la multitud: “¿Han escuchado todo lo que he dicho de Fulanito de Tal?”.

¡Sí!, gritó al unísono la gente (Sansores fue, además, un gran orador).

Vino entonces la frase que se volvió leyenda: “¿Sí? ¡Pues tengo otro mejor…!”

¡Jajaja….! ¡La cara de sorpresa de los asistentes!…

En el caso del socavón, es una maravilla que hayan transcurrido ¡4 meses! desde que se detectaron las primeras fisuras, hasta el anuncio -¡el anuncio!- de que FONATUR hará el remiendo.

Otra perla, ésta de la cachaza, fue anticipar -¡presumiéndolo!- que los trabajos llevarán 4 meses.

Aunque si todo lo anterior se produce en la carretera del estado que más dinero por turismo aporta a la Federación, el evento alcanza ribetes de Guinness World Records.

Porque, si hiciera falta, a los anteriores récords hay que sumar el que tal vez sea el peor de todos: la desidia, insensibilidad, apatía e indolencia de los políticos, funcionarios y gobernantes cuya responsabilidad consiste en mantener al cien el funcionamiento de Quintana Roo, principalmente a la actividad que más ingresos, empleos e inversiones genera.

Desde esa perspectiva, resulta increíble e inaceptable que miles y miles de conductores embarren sinnúmero de horas en el camino, en espera de cruzar de un lado a otro del socavón, mientras ninguna autoridad -ni del estado ni de Solidaridad, con una alcaldesa (Laura Beristáin) más preocupada por no ir a la cárcel que por el municipio- hace absolutamente nada por sobrellevar de mejor manera la caótica situación.

Como se anunció -como si fuera un éxito- que la reparación dilatará de aquí al undécimo mes, no hay nada más qué hacer que tener paciencia y esperar a que FONATUR cumpla en el tiempo en que prometió terminar.

La estimación es que los turistas pierden alrededor de tres horas en el bestial tráfico del atasco, e infinidad de viajes sobre todo de avión, a la hora de regresar a Cancún de los “tours” y de los parques.

¿Por qué los visitantes tienen que padecer cierres de carriles, desviaciones, filas de kilómetros a vuelta de rueda, para poder salir del atolladero?

¿Es algo imprevisto, ajeno a la responsabilidad de los anfitriones y de los prestadores de servicios turísticos? ¿En serio?

Por supuesto, llueven a diario las quejas por tantos inconvenientes, sin que -al menos- se les escuche, atienda y quizás intente ayudar.

De lo que estamos hablando -datos de la Secretaría de Turismo estatal, en pandemia- es de una afectación a casi ¡100 mil visitantes! semanales a la Riviera Maya.

En un mes, ¡400 mil paseantes del mundo entero martirizados!

Todo, por el socavón de la vergüenza.

En China, un hotel de 59 pisos fue edificado en menos de 20 días.

La constructora Broad Sustainable Building levantó tres plantas al día.

En los 120 días de los 4 meses de FONATUR, la gente de ojos rasgados habría construido ¡360 niveles!, que colocados de cara al sol, se erguiría por encima de los 800 metros y sería el más alto rascacielos del orbe.

Pero regresando a nuestros turistas, nadie les advierte en sus lugares de origen sobre el socavón, y las enormes incomodidades que les esperan.

De hacerlo, ¡claro!, muchísimas reservaciones se caerían.

Mejor es el engaño.

Bueno… no engaño. Simplemente, no decir la verdad completa.

No hay quien piense en los malabares financieros que tienen que hacer para poder disfrutar una semana del llamado paraíso.

En el costo que les representa trasladarse desde lugares tan lejanos, de las peripecias a que ser ven obligados -como empeñar bienes- para poder traer a sus familias.

Llegan aquí, y desde el aeropuerto comienzan los abusos.

Ven a todos como gringos o suizos con dólares y euros de estorbo.

Con conciencia y progenitora, respetarían el gran esfuerzo económico de cada uno de ellos, y cada segundo del tiempo que permanecen por estos lares.

Hay que hacer memoria, y poner las barbas a remojo, porque lo que hoy es Cancún para México, lo fue por décadas Acapulco, joya del Pacífico que atesoró fama internacional.

No hubo quien vislumbrara el fin de su reinado, pero llegó cuando precisamente emergió Cancún.

Esta vez, la Riviera Nayarita se observa como aquel incipiente Cancún de hace medio siglo.

No hay imperio que dure para siempre.

Allá el que no lo quiera ver…

Volviendo al dichoso socavón, la indolencia de las instancias del gobierno comenzó justamente los meses previos al inicio de la temporada vacacional más importante del año, y comprenderá las estaciones verano y otoño, que para estos destinos significan oro molido y la posibilidad de sobrevivencia para miles y miles de familias, en medio de una crisis epidemiológica que ha tenido efectos devastadores entre la población mexicana.

Por cierto, en su visita de fin de semana dentro de una gira por el Sureste, el presidente Andrés Manuel López Obrador, hasta donde se sabe, no vivió la emoción de las dos horas de retraso de cada carril de la zona del socavón; llegó el viernes a Chetumal, abordó un helicóptero, y junto con Rogelio Jiménez Pons, de FONATUR, sobrevoló obras del Tren Maya.

Aunque vio el hoyo desde el aire, no lo sintió en carne viva…

Dicen que su estadía en QR apresuró los trabajos de reparación, a ver si no sucedió como en Tabasco, cuando el entonces gobernador Roberto Madrazo recorrió la obra de construcción de la glorieta Sánchez Magallanes -mejor conocida como La Chichona- ante las constantes protestas y denuncias de que no se hacía nada para concluirla.

El Maratonista (de Berlín) observó una gran cantidad de maquinaria y de trabajadores laborando.

Sin embargo, no conforme, en la madrugada volvió solo y se dio cuenta que la maquinaria y el campamento de resguardo de equipos y albañiles, habían sido “sembrados” únicamente para engañarlo.

Horas más tarde cesó como titular de Obras del estado a uno de sus grandes amigos: Ángel Augusto “Lico” Buendía.

En fin… 

¿Cómo no va a tener el socavón la corona nacional de la ignominia y la irresponsabilidad?

Sin embargo, de esa patética condición en que el hundimiento mantiene a Quintana Roo y a la industria sin chimenea, no solamente son culpables la clase política y gobernante, sino también los empresarios, por la tibieza con que aceptan la falta de resultados.

Hace unos días -¡4 meses después!-, la Asociación Mexicana de Agencias de Viajes (AMAV) reclamó “la pasividad” de la autoridad para dar solución al desperfecto de la única vía terrestre que conecta al estado.

¿Se puede dar QR semejante “lujo” de incompetencia y negligencia con el gravísimo problema del sargazo que tampoco se recoge de sus playas? (las de Playa y Tulum están invadidas por la pestilente macroalga).

¿Con las espeluznantes estadísticas de criminalidad que registra?

¿Con la evidente impotencia del gobierno de Carlos Joaquín González para contener el COVID-19?

El contagio masivo de un grupo de estudiantes graduados de educación media y superior de Puebla únicamente evidenció la inexistencia y simulación de los “protocolos” sanitarios quintanarroenses.

Y aunque se escondió hasta que ya fue imposible, se tuvo que admitir la muerte de un menor de edad por coronavirus en Chetumal -¡la capital!-, y que varios más se encuentran infectados e incluso (alguno) intubado.

¡Hay que joderse con el paraíso!…        

                                                         AMLO: DAR Y RECIBIR

Con lo que pasó con Forbes, Andrés Manuel López Obrador pudo constatar una situación cotidiana inherente al periodismo: el riesgo que se corre de difundir con imprecisión.

Muchas veces él lo ha criticado, pero ahora que le tocó experimentarlo en carne propia, podrá entenderlo mejor.

En un “¿Quién es quién en las mentiras de la semana?”, la presidencia incluyó un artículo de la revista titulado “Gobierno mexicano espía a periodistas y activistas”, sin fijarse que era del 2017.

De antes de AMLO…

Forbes rechazó que su texto fuera “fake news”, y una semana después la administración federal le pidió disculpas en sus redes sociales.

López Obrador debe saber ahora que los medios, como él, pueden equivocarse, porque no son perfectos ni infalibles, y que existe una gran diferencia entre un error sin intención a insertar algo falso a sabiendas.

Pero más allá de eso, hay algo más importante tras el choque con las publicaciones: no son los temas o las personas los que los enfrentan, sino un derecho fundamental que el paisano defiende, al que no renunciará, y al que no estábamos acostumbrados en un presidente: a decir su verdad y a ejercer permanentemente su prerrogativa a réplica.

Ese es el meollo.

Independientemente de lo que cada mexicano opine a propósito de si AMLO tiene o no razón en cada materia u ocasión en la que se confronta con comunicadores, es un hecho que da la cara y respuesta a todo.

Preferible que los contraste de frente, como lo hace en Las Mañaneras -así fue con Jorge Ramos, de Univisión, con respecto al número de muertos por COVID-, a perseguirlos y encarcelarlos como lo hacían el PRI y el PAN.

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