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YA HAY DOS MÉXICOS, ¿QUÉ HACEMOS AHORA?

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Por Pascal Beltrán del Río / @beltrandelrio

Los resultados de las elecciones del domingo gustaron en muchas partes del mundo. La prensa internacional pasó de publicar reportajes sobre el rumbo autoritario que estaba tomando el país a celebrar la solidez de la democracia mexicana.

La razón es obvia: se conjuró la posibilidad de que el presidente Andrés Manuel López Obrador mantuviera o incrementara su control sobre el Congreso –y, con ello, se le facilitara presentar reformas constitucionales para restringir las libertades económicas y acotar a los organismos autónomos o incluso terminar con ellos–, al tiempo que resurgieron los equilibrios políticos y se evidenció el carácter plural de la sociedad.

Por todos lados se han escuchado elogios para la labor del Instituto Nacional Electoral (INE), que organizó unos comicios confiables y concurridos, en los que ningún partido ganó todo ni perdió todo. En lo personal, me recordó los tiempos en que el INE se volvió una referencia global. Y, además, en un contexto en que la violencia criminal, la pandemia y las acusaciones desde el gobierno sobre una supuesta parcialidad de los consejeros electorales amenazaban con producir un chasco.

Pero eso que los mercados y los analistas internacionales ven como un logro ha sido desmentido durante tres días consecutivos por el Presidente en su conferencia mañanera.

No tenían muchas horas de haber comenzado a fluir los resultados electorales cuando López Obrador ya estaba cuestionando la información respecto de que el oficialismo había perdido presencia en la Cámara de Diputados. El mandatario se metió incluso en una discusión semántica sobre qué es una mayoría y terminó asegurando que el PRI le proporcionará los votos que requiere para reformar la Constitución si así lo decide.

Desde luego que hay aspectos de la elección que el oficialismo puede festejar, como la obtención de 11 de las 15 gubernaturas en juego y muchos congresos locales. Pero no creo que sea papel del Presidente hacerlo. Al contrario, López Obrador debiera montarse en el buen ánimo nacional que dejaron las elecciones y aprovechar lo que mi compañero Rodrigo Pacheco llamó ayer en su columna “El momento México”, la visión que existe en la comunidad internacional de que el país es una promesa por cumplir, dado el potencial que tiene para aprovechar las oportunidades económicas de la postpandemia.

Esa percepción se reforzó el domingo, cuando quedó claro que la mitad del país no desea embarcarse en una aventura bolivariana que lo lleve por una senda de autodestrucción, mientras que la otra mitad no desea un retorno a los tiempos de funcionarios abusivos que pensaban más en la ampliación de su patrimonio que en las necesidades de la población.

Un encuentro y un acuerdo de esos dos Méxicos debiera ser posible. El Presidente está en un lugar privilegiado para propiciarlo. La mejor imagen del país que salió de este proceso electoral es el nuevo mapa político de la Ciudad de México, dividido por la Calzada de Tlalpan y la Avenida de los Insurgentes, con la oposición dominando el poniente y el oficialismo, el oriente.

Hay quienes han propuesto –en broma, pero también en serio– levantar un muro entre esos dos grupos de mexicanos. Lo que yo creo que se requiere es un puente. Vivir en democracia implica convivir con quien no piensa como uno. Hoy está claro que una mitad piensa de una manera y la otra mitad, de otra.

Las elecciones mostraron que la polarización tiene sus límites. Sólo lleva a una guerra de trincheras. Hoy los mexicanos están divididos en dos bandos. La política debe servir para unirlos. Etiquetar como manipulable al bando contario sólo va a profundizar la brecha entre unos y otros.

Cuando el Presidente dice que quienes votaron por la oposición se dejaron manipular por los medios mete en ese saco a sus propios vecinos de Tlalpan, pues la sección electoral donde tiene su domicilio particular votó mayoritariamente por el PAN.

Si López Obrador cambiara ese discurso y reconociera los derechos del grupo de mexicanos que no votó por Morena, el mundo reforzaría su creencia en un México que tiene un gran futuro. Insistir en que el domingo sólo ganó “el proyecto de transformación” equivale a esconder algo de nuestro país que allá fuera está causando admiración.

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