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EL HUEVO DE COLÓN

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* Reflexiones sobre los ridículos de la 4T

POR GUSTAVO CORTÉS CAMPA

En la película italo-británica “Su mejor enemigo” (“The best of enemies”, 1961), ambientada en la campaña de Abisinia en la Segunda Guerra Mundial, Alberto Sordi interpreta a un prisionero italiano que increpa a un altivo oficial británico (David Niven) de la siguiente forma: “Sépase usted que Roma tenía 20 kilómetros de alumbrado público cuando sus antepasados todavía se pintaban la cara de azul”.

Esas breves líneas sintetizaban de forma exacta la, digamos, “narrativa” del régimen fascista de Benito Mussolini: Italia, entonces un país sumido en la miseria de todo tipo, hacía un tristísimo papel  en la guerra y era, más que un aliado, un auténtico estorbo para los planes de Hitler, pero a falta de armamento, entrenamiento, municiones, comunicaciones, los soldados tenían un catecismo que les recordaba debían honrar las glorias del Imperio Romano de dos mil años atrás.

Mussolini enardeció el ánimo de Italia con sus proclamas hacia un glorioso pasado, sí, pero muy remoto. El presente italiano era deplorable y se optaba por ignorarlo, para la ya trillada “fuga hacia adelante”: pretendamos ser una potencia, aunque no tengamos con qué.

Es de hacer notar la diferencia con otro dictador fascista, Francisco Franco, quien en la entrevista de Hendaya esquivó cachazudamente las exigencias del Führer de meterse a la Segunda Guerra Mundial: con los pies bien puestos en la tierra, El caudillo por la gracia de Dios dejó en claro que España no podía, no tenía con qué, pelear contra los aliados.

Los fascismos hispanoamericanos de la primera mitad del siglo XX, en diferente tono y “profundidad”, pero fascismos al fin (Perón, en Argentina; Getulio Vargas, en Brasil; el doctor Arnulfo Arias, en Panamá y el de Calles y Cárdenas en México) recurrieron siempre al manejo de la historia en ausencia de un programa que mirase adelante para sacar a sus países del atraso.

 A diferencia de Italia, donde podían (y pueden) presumir que Roma, su legado jurídico, arquitectónico, literario, lingüístico, seguía muy presente en el mundo moderno, en la América hispánica se echó mano, generalmente, de un pasado glorioso, además de prestado, falsificado.

Y en México eso ha llegado, desde hace tiempo, a niveles del ridículo, pero en estos dos años de la 4T, ya estamos en lo grotesco.  Por si algo faltara, ahora con “el oso” con el que AMLO comisionó a la “no primera dama” en Europa.

LO QUE AMLO NO APRENDIÓ DE GONZÁLEZ PEDRERO

En un breve ensayo publicado hace unos 25 años en la revista “Nexos” (sí, la misma que cotidianamente fustiga el señor presidente), titulado “Dos liberalismos”, Enrique González Pedrero (en cierta forma, el “mentor político” de AMLO), establece que la nación mexicana se formó en el virreinato, de 1521 a 1821.

Y señala las diferencias de abordar el liberalismo entre Benito Juárez y el emperador Maximiliano.

Juárez fue una especie de “liberal puro”, o radical. Estaba en contra de cualesquiera intervenciones del gobierno en la economía, en que las funciones del Estado son resguardar el orden público, un sistema judicial sólido, velar por las garantías individuales y, con  mayor énfasis, en propiciar un clima social favorable a las inversiones, tanto nacionales como extranjeras.

Ese fue el Juárez que como gobernador sofocó a sangre y fuego las rebeliones indígenas en Juchitán. El que como presidente no dudó en actuar contra ese desconocido que seguro es el antecedente Emiliano Zapata.

Julio López Chávez fue discípulo de la “Escuela de Anarquismo”  fundada en Chalco por el aristócrata greco-chipriota Plotino Rhodakanakis. Muy pronto se dispuso a poner en práctica lo aprendido en clase y comenzó a “tomar” haciendas en el Estado de México y repartir tierras. El ejército lo capturó y fue a la cárcel por breve tiempo, al ordenar Juárez su libertad. Pero de inmediato volvió a las andadas: de nuevo, tomó haciendas y repartió tierras.

El ejército lo capturó de nuevo, comunicó el hecho por telégrafo al presidente y Juárez ordenó: fusilamiento inmediato, sin juicio. Cabe señalar que López Chávez  -a diferencia de Zapata- no tuvo a un Álvaro Obregón que financiara un “partido campesino” y a un grupo de periodistas y abogados que le glorificaran como “adalid de los campesinos”.

Maximiliano, en cambio, fue un “liberal social”; el que expidió la primera ley laboral en el país y que además, a diferencia de Juárez que únicamente vestía levita, el emperador puso “de moda” el traje charro, al grado que desde entonces, los grandes hacendados comenzaron a vestirlo. Pero Juárez acabó con las huelgas, no con negociaciones, sino a metrallazo limpio.

Ahora, en el segundo decenio del siglo XXI, el presidente Andrés Manuel López Obrador, con su inacción, provoca pérdidas de miles de millones por bloqueos a las vías férreas, a lo que se añade “la toma” por parte de delincuentes de baja estofa, a  casetas de cobro de peaje.

Como candidato aplaudió y como presidente tolera totalmente, las huelgas, paros, lo que sea, por maestros que ya lograron dar marcha atrás a puestos por concurso porque eso les obligaba aprender gramática, aritmética, geografía, biología, inglés… el presidente AMLO confirmó su idea de que eso es “educación neoliberal” y echó abajo todo. Pero… siguen “protestando”, tan sólo por inercia.

EL SÍNDROME DE RIPLEY

Dos días antes del 12 de octubre, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, hizo retirar –de madrugada- la estatua de Cristóbal Colón en Paseo de la Reforma, “para trabajos de restauración”, dijo.

Pero muy rápido hizo aparecer el peine que ya se adivinaba: Pidió “reflexionar si es pertinente o no que la figura regrese a la vía pública”. (¿?) Recordó: “En 2021 se cumplen 700 años de la fundación lunar (¡sopas!) de Tenochtitlán, 500 de la conquista y 200 del México independiente, lo que es buen momento para revalorar… el descubrimiento… como si América no existiera antes de que llegara Colón (¡!), vale la pena hoy una reflexión hacia el próximo año de lo que significa Colón”.

No paró ahí: siguió con la nomenclatura urbana, concretamente la calle “Puente de Alvarado”, y soltó de su ronco pecho: “Cuando Alvarado fue uno de los principales… como lo podemos decir… (nótese el tacto) que generó esta terrible masacre en el templo mayor… vale la pena hacia el próximo año estas reflexiones…”

En otras palabras, esa estatua de Colón, donada a la ciudad por un ciudadano en 1876, va camino a la fundición.

Todo lo anterior, que es muy conocido, va en consonancia con los rollos que han soltado varios personajes, varias organizaciones, varios políticos, y todo desde la cúpula del gobierno, con el presidente Andrés Manuel López Obrador en plan de “restaurador histórico”, y ahora con el viaje de la “no primera dama” a pedir oootra vez, que el papa Francisco, la corona española “ofrezcan disculpas” por “la conquista”.

Al papa le pidió la “no primera dama” en calidad de préstamo unos códices para una exposición el próximo año, pero es seguro especular que el Santo Padre, que no se chupa el dedo, tomó esa petición en el mismo tono de sinceridad de “la restauración” prometida por la Sheinbaum.

A eso se añade el encargo de pedir al presidente de Austria, Alexander van der Bellen “que devuelva el penacho de Moctezuma” (que fue un regalo del emperador para Carlos V).

Veamos: El obelisco que figura al centro de la Plaza de San Pedro, en Ciudad del Vaticano, fue llevado desde Egipto a Roma, hace dos mil años, por el emperador Calígula.

Otro obelisco egipcio está en París, y ese fue transportado por órdenes de Napoleón, poco antes de ser emperador de los franceses. No se tiene noticia de que los hermanos musulmanes, tan radicales, hay exigido su devolución.

La bellísima escultura de la Grecia clásica, “El hermafrodita yacente”, está en la Villa Borghese, de Roma, aunque hay versiones de que el original está en París, porque se lo llevó Napoleón.

En la Catedral de San Marcos, en Venecia, están el conjunto hípico conocido como “Los Caballos de Bizancio”, obtenido por los venecianos en pago del transporte de tropas y caballos de los cruzados en camino a Jerusalén. De igual forma, la “Pala de Bizancio”, una gruesa hoja de oro puro con sobrerrelieves. Desde 1453 los turcos tomaron Bizancio (o Constantinopla, como sea) y no se sabe si, primero los sultanes, o ahora, el presidente Erdogan ¡tan nacionalista! haya reclamado esos tesoros.

Los “Mármoles Elgin”, que son las esculturas del frontispiceio del Partenón, de Atenas, están en el Museo de Londres. Lord Elgin las hizo desmontar y se las llevó a Inglaterra mediante una corta. Hay consenso de que en rigor, fueron salvadas del vandalismo que padecían entonces todos los restos del patrimonio histórico-cultural de la Grecia clásica.

Las columnas de la mezquita de Córdoba, en esa ciudad andaluza, se dice que eran de Bizancio.

Y en la península de Yucatán, de muchos años a la fecha, corren historias callejeras acerca de cómo ciertos grupos perseguían a extranjeros (lo mismo europeos que gringos) con supuestos tesoros artísticos mayas a “precios módicos”.

Pero fuera de eso, también quizá “vale la pena” reflexionar acerca de los dichos de la jefa de Gobierno.

Vale la pena especular qué pasa por la cabeza de ciertos ciudadanos (as) curiosamente hijos o nietos de europeos llegados hace menos de cien años a tierras mexicanas, casados generalmente con mujeres y hombres también desembarcados en fechas relativamente muy recientes, que de pronto se sienten herederos directos de Cuauhtémoc y Moctezuma; los que con vehemencia sospechosa, dicen que el México “verdadero” lo constituyen los “pueblos originarios”, en una chistosa asimilación de los rollos del zapatismo chiapaneco, convenientemente encabezado por un güerito tamaulipeco.

 Hacen la “revisión” de la proeza de Colón y la hazaña de Cortés, en lo que yo me permito denominar “el síndrome de Ripley”, autor de la sección periodística, primero, y después serie de televisión, para impresionar gente que no toca un libro porque creen que le contagia el vicio de la lectura.

Ripley era un caricaturista con exigua educación formal y en su ignorancia, todo lo que leía en revistas le parecía extraordinario y así lo planteaba en su sección periodística, con gran éxito.

Así que, de pronto, los nenes y nenas fifís de Polanco y Tecamachalco descubrieron que Colón tenía antecedentes de pirata, que siempre quiso enriquecerse (¡qué horror!) y que traficó con esclavos. Que exigió el título de Almirante de la Mar Océano y que tuvo fricciones con los pulcros e impolutos funcionarios de la corona, los que le colgaron cadenas  y le encarcelaron.

También descubrieron que Hernán Cortés derrotó a los aztecas en forma abusiva, porque se valió de armas de fuego, cuando debió medirse con las mismas armas de los nativos. Pero el caso es que se ignora, de forma curiosa, la participación, decisiva, de tlaxcaltecas, texcocanos y cempoaltecas, como aliados, y peor aún: esa matanza posterior a la rendición de Cuauhtémoc, no fue por parte de españoles, que intentaron frenarla, sino de los tlaxcaltecas, al grito: “¡Nos la debían, cabrones!”

Esa “revisión” convierte pues, a los aztecas en hermanitas de la caridad y a Cortés en un malvado que debe arder en el infierno.

EL HUEVO DE COLÓN

En cuanto a Colón, doña Claudia no puede reclamar el mérito de condenar  su hazaña como abominable y querer borrarlo de la historia, al estilo de  “1984”, de Orwell, porque Colón, de siempre, enfrentó la envidia, la insidia y la furia inclusive de quienes sufrían por lo grandioso de su epopeya.

Para el caso, me permito transcribir el párrafo relativo al “huevo de Colón”, en la obra de Girolamo Benzoni “Historia del Nuevo Mundo” (Venecia, 1565), que dice:

“Estando Cristóbal Colón a la mesa con muchos nobles españoles, uno de ellos le dijo: ‘Señor Colón, si incluso vuestra merced no hubiera encontrado Las Indias, no nos habría faltado una persona que emprendiese una aventura similar a la suya, aquí en España, que es tierra pródiga en grandes hombres muy entendidos en cosmografía y literatura’.

“Colón no respondió a estas palabras, pero habiendo solicitado que le trajeran un huevo, lo colocó sobre la mesa y dijo: ‘Señores, apuesto con cualquiera de ustedes a que no serán capaces de poner a este huevo de pie, como yo lo haré, desnudo y sin ayuda alguna’. Todos lo intentaron, sin éxito. Cuando el huevo volvió a Colón, éste golpeó sutilmente contra la curvatura de su base, lo que le permitió dejarlo en pie. Todos los presentes quedaron confundidos y comprendieron lo que quería decirles: que después de haber hecho y a la vista la hazaña, cualquiera sabría cómo hacerla”.

Pero el caso es que tenemos a una clase gobernante que ocupa su tiempo y recursos públicos, en halagar los complejos más profundos de la masa ignorante y prejuiciada por mitos que en estos tiempos disponen de difusión por Internet.

Pero lo hacen en el idioma español, por medio de tecnologías avanzadas de última generación, en zonas citadinas dotadas de infraestructura similar a cualesquiera otras urbes de Occidente. A cientos, miles de kilómetros, de los “pueblos originarios”.

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