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CONJURA… ¿EN HIDALGO?

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Por Antonio Ortigoza Vázquez / @ortigoza2010

Especial Expediente Ultra

La calma chicha que se percibe en el ambiente político-hidalguene, a poco menos de tres meses de efectuarse la elección a gobernadora (or), persiste y bien pudiere acentuar ciertas suspicacias ciudadanas y de no pocos analizadores del proceso electoral propiamente, ante ella —La calma chicha— todo indica que pudiese estarse fraguando una, no muy añeja, conjura:

Conjurar, decía Bertrand Russell, es una de las actividades humanas más representativas. Siglos antes, Maquiavelo afirmó: «La política es también conjura».

Conspirar es una. Otra, la de complotar, castellanizado como verbo y sustantivo de la lengua francesa.

Específicamente, el vocablo complot se aplica yuxtalinealmente a la política. Es, entonces, conjura política. O lisa y llanamente conspiración política.

Y en esa veta, es conjura de poder o conspiración de poderíos. Se complota, se conjura y se conspira para un fin de poder. Desplazar y sustituir un poder por otro.

En cualesquiera de sus definiciones, la acción de complotar, conjurar y conspirar implica duplicidad, atributo humano de rancia antigüedad. Hoy es el modus vivivendi de no pocos, de muchos. Es, llanamente, simulación.

E implica, sin duda, disfraz. Comprende quehaceres cuya dialéctica tiene por componentes la perversidad, lo avieso, la premeditación, la alevosía y la ventaja. Vamos, pues: “la muerte política”.

Los móviles son, asimismo, realidades fieles de las emociones humanas: odio, envidia, ira, mezquindad, crueldad. Son emociones que se ceban en la destrucción del otro.

El complotador, pese a la familiaridad humana de las emociones causales, en el fondo goza, sádicamente, con la destrucción del otro, de lo otro y de la otredad.

Entendida así la conjura, estas emociones causales, consiste en la concertación clandestina de voluntades para realizar un proyecto político en contra de algo o alguien.

Conjurar es, pues, humano. Se conjura en el ámbito familiar como estilo de vida y alterar la correlación de formas de vida. Se conjura entre padres y hermanos.

Entre primos. Entre esposos. Y entre socios. Se conjura, asimismo, en el entorno de las relaciones entre amigos. En el confín laboral, conjurar es algo íntimo, un taboo.

Cierto. Hay conspiraciones, conjuras y complots entre los personeros de las relaciones de producción y de las fuerzas productivas. Entre trabajadores y patrones.

En la burocracia una facción conjura contra otra o un jefe en agravio de un subordinado o viceversa. Hay conjurados en el seno de un mismo partido político o bancada o facción.

Ello, empero, no le otorga a la acción de conjurar validez moral o ética. Tampoco le concede justificación deontológica ni mucho menos política, si ésta es el arte de lo posible.

El complot contra candidatos, corrientes políticas, partidos y sociedad, tiene esa peculiaridad descrita.

La más famosa «conspiración» en la historia universal es la de “Los Idus de marzo», cuando un grupo de senadores, con Marco Bruto incluido, asesinaron a Julio César a la entrada del Senado, y así impedir la muerte de la República con la proclamación del prócer como «Dictator Ad Perpetuam«. Pipino El Breve consuma su conspiración contra el rey Chilperico III y nace la dinastía carolingia en 751 d.C.

Hay un episodio de tipo «muy cinematográfico», pero desaprovechado como tal. A mediados del siglo XIV, disputaban la corona de Castilla Pedro El Cruel y su sobrino, Enrique El Bastardo. El primero, con apoyo de los ingleses y el segundo, de los franceses. En cierto momento, se pactó un encuentro, en Montiel, para discutir el fin de la guerra. Pero era tal el odio recíproco, que al entrar en la tienda destinada para parlamentar, en lugar de palabras, usaron espadas y puñales. Cuando la pelea se inclinaba a favor de Pedro, el jefe de los mercenarios franceses, Bertrand de Duguesclin, sujetó a Pedro y Enrique aprovechó una fracción de segundo para clavar su espada en el pecho de su tío. El asunto pasó a la historia por la supuesta frase que habría dicho Bertrand en el momento en que dio el vuelco a la pelea: «Ni quito ni pongo rey; solo sirvo a mi señor».

Enrique II de Trastámara dio comienzo a una dinastía que poco más de cien años después coronaría a Isabel La Católica, tan importante para la historia mundial.

Pero en cuanto a «conjuras», «complots», «intrigas» de alto nivel que ganan un lugar en la historia, en México podemos considerar lo mismo los «conspiradores» de 1810, como a los —un tanto desconocidos— «conspiradores de La Profesa» de 1821,

Pero en los tiempos que corren, las versiones en el aire dan cuenta de que podrían estar en curso maquinaciones muy poco épicas, sino muy vulgares, que implicarían una traición, no a personajes de las cúpulas, sino… de los electores. Negociaciones para ceder triunfos electorales por anticipado.

Ciertas o falsas las versiones que corren, el hecho de que haya rumores persistentes, en sí mismos envenenan el ambiente político y social, y a eso contribuye la poca claridad de las posiciones públicas, es decir, que no se fijan rumbos claros, y eso contribuye a la marejada de confusiones.

Crucemos los dedos.

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